Connect with us

Atlántica XXII

Norman Bethune, el cirujano de los humillados

Cultures

Norman Bethune, el cirujano de los humillados

Norman Bethune.

Norman Bethune.

EXCÉNTRICOS, RARAS Y OLVIDADOS. Natalia Fernández Díaz-Cabal / Lingüista y traductora. Eso que llamamos historia, que no es otra cosa que nuestra capacidad de no traicionar a la memoria, empieza a ocuparse, por fin, de un personaje cuya figura fabrica conversos fascinados e irredentos, Norman Bethune, canadiense de origen, médico durante la Guerra Civil española e improvisado doctor de campaña en la guerra entre China y Japón. Cirujano pobre entre pobres.

Los antepasados de Bethune, originariamente franceses llegados a Escocia, de la que también salieron para instalarse en la tierra prometida de América. Tal fue el caso del abuelo, médico como él. Pero hay que situarse en la época -finales del siglo XIX- cuando los metodistas y presbiterianos se proponen llevar la palabra de Dios a los hogares, a las hordas de pobres procedentes del viejo continente que buscaban giros emocionantes en la brújula de sus destinos y de sus fortunas. En ese contexto, de padres piadosos y radicalmente abstemios, nace Norman Bethune un 4 de marzo de 1890 en Gravenhurst, provincia de Ontario (Canadá).

Sabemos poco de su infancia, pero fue un niño con suerte, sobreviviente casual y milagroso de mil accidentes e incidentes que a otros les habría supuesto la muerte. Luego un adolescente rebelde y poco dado a acatar la religiosidad de los padres. Prefiere el humanismo directo y se va a trabajar a los bosques, donde se arracimaban emigrantes europeos hambrientos y explotados. Empieza una carrera que no para: estudia medicina, se alista como soldado en la Primera Guerra Mundial, retoma los estudios, padece una tuberculosis que se cura él mismo con un nuevo método que luego lo llevaría a los vericuetos de la cirugía torácica, se enrola en un barco, se instala en Montreal, contrae un matrimonio tortuoso con la bella escocesa Frances Campbell y da clases de medicina en los bares porque lo agobian las aulas universitarias.

No falta quien afirma que Bethune se hizo comunista por vocación humanista, algo que no está lejos de ser cierto, aunque no sea más que porque concibió la vida como un ejercicio de piedad hacia los demás -su piedad era un monstruo singular e indómito, todo hay que decirlo, y a veces se embravecía como los rápidos del río San Lorenzo en los periodos del deshielo primaveral- y se empecinó en llevar la justicia a aquellos rincones del mundo donde se amontonan, olvidados siempre, los humildes. En realidad, también se convirtió en médico buscando una justicia que solo podía ser humana -hacía mucho tiempo que había cerrado la puerta a lo divino, para decepción de sus padres-. Su biógrafo Roderick Stewart lo califica de “creyente auténtico”: lo era. Sin duda. Un creyente sin Dios, que decía de sí mismo: “Pertenezco a esa casta de hombres violentos, inestables, de convicciones y cabezonería apasionadas, intolerantes y, aun así, con una visión de la verdad y un arrojo que les permite seguir adelante aunque se encaminen a su propia destrucción”.

Brigadista poco propenso a las normas

Es precisamente el afán de justicia lo que lo trae a la España republicana en guerra. Llega a Madrid y crea una de las primeras unidades móviles de transfusión sanguínea. Hasta ahí el mito. El anverso de la realidad es que Bethune, como él mismo afirma, es apasionado, poco propenso a someterse a las normas y menos dado aún al comedimiento. Cuando bebe, lo hace sin mesura. Fumador  empedernido. Cuando ama, se deja la piel (no faltan los testigos que relatan que despreciaba el peligro poniéndose en primera línea de fuego con tal de salvar gente). Y, cuando odia, no entiende de razones y se ciega. Por lo tanto, creó numerosos enemigos. Entre ellos, Ted Allan, su primer biógrafo, a quien en tiempos había unido un estrecho lazo de afecto. Estrecho y delgado. Como era el horizonte vital de Bethune; la línea trazada era tan fina que al final se rompía y exigía borrón y cuenta nueva. Las desavenencias y acusaciones le obligan a dejar las Brigadas Internacionales y volver a Canadá. Pero antes ha sido testigo de excepción del criminal ataque, por parte de la aviación franquista, a civiles en la carretera de Málaga a Almería, episodio que narrará con crudeza. En las noches destempladas llegó incluso a escribir alguna poesía -“Luna roja”-.

En Canadá es aclamado como héroe. Pero al rebelde que lo habita no le basta y se busca otra guerra. La encuentra, claro está -si de algo va sobrado nuestro siglo XX es de conflictos, fratricidios y sangre-. En la China invadida por Japón. Allí descubre el pueblo al que siempre quiso pertenecer. Vive en condiciones miserables, trabaja hasta la extenuación al ser el único médico de campaña para miles de habitantes, no dispone de medios quirúrgicos y solamente puede leer el mismo diario en inglés con el que cubre las ventanas de su cabaña de suelo de tierra y lombrices. Operando, afectado ya por una septicemia, muere el 11 de noviembre de 1939. La Guerra Civil en España había terminado unos meses antes sin que él llegara a enterarse. Por ello, ahora que se avecina el 75 aniversario de su muerte, sería bueno que proclamáramos este 2014 como “año bethuniano”.

Si todavía somos capaces de discernir valores humanos y asumir la luz mortecina de sus horas bajas, las muchas vidas de Bethune deberían ser un centro de gravedad donde hallar alguna bocanada de esperanza. Nada parecido a la autoyuda o a la ejemplaridad: es la existencia exhibida en su crudeza, dejando a la vista debilidades y flaquezas, supuraciones y desgarros, pero también la tozudez sin retorno del creyente en la humanidad, el médico de campaña y a deshoras.

La soledad le permitió escribir un estremecedor diario de su experiencia como médico en China. Y hacer unas reflexiones sobre el dolor y las heridas, sobre sus causantes y responsables: “¿Qué aspecto tienen los enemigos de la raza humana? ¿Lucen en sus frentes algún signo que les pueda tachar, marginar y condenar por criminales? No. Al contrario: son gente respetable (…). Apoyan la caridad pública y privada con lo que les sobra de sus riquezas (…). Pero hay una señal que define a estos pistoleros: amenaza con rebajar el beneficio de su dinero y despertará la bestia que hay en ellos, y lo hará con un rugido (…). Son ellos los que causan las heridas”.

Solo por ese mensaje ya vale la pena no olvidarle nunca.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 35, NOVIEMBRE DE 2014

Continue Reading
Click to comment

You must be logged in to post a comment Login

Leave a Reply

Más en la categoría Cultures

Último número

To Top