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Atlántica XXII

Pelayo Fueyo, poeta: “Estoy tentado por el abismo”

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Pelayo Fueyo, poeta: “Estoy tentado por el abismo”

Pelayo Fueyo. Foto / María Arce.

Pelayo Fueyo. Foto / María Arce.

Pelayo Fueyo (Oviedo, 1967) publica nuevo poemario: Títeres de duermevela (Editorial Difácil). Atrás quedan los años cuando Manolo Borrás (editor de Pretextos) reunió en un incendiario e inflamable tomo su Poesía Completa (2008). Muchos libros vinieron detrás de aquél, especialmente paradigmático: La danza del ocioso, El libro de la discordia, Lección de magia, El cielo de las cosas… Atrás quedan también las antologías heroicas (las de Villena o García Martín) donde salía con esa aura extraterrestre, devorador de literatura a tiempo completo, tan característico e irresistible. No solo gasta maneras de clásico moderno o contemporáneo, sino también mímica y alquimia: su pasión por la palabra escrita excede normas, cátedras, previsiones y seguridades. Pura lava volcánica es cuanta electricidad acumulan y expanden sus versos eléctricos.

Diego Medrano./ Escritor.

El día de la presentación en Oviedo de Títeres de duermevela, dijo usted que empezó imitando los poemas de Vicente Aleixandre. Asunto que, conociéndole, me sorprendió notablemente. Podría hablarme, sucintamente, de tales orígenes y del rumbo que, posteriormente, fue tomando su obra…

Comencé a leer a fondo a Aleixandre porque la mayoría de los poetas surrealistas franceses me cansaban con su “automatismo psíquico”. Aleixandre, sin embargo, me atrajo por su coherencia, técnica y elegancia. Mi poesía, partiendo de tal influencia, derivó de la fenomenología a la poesía dramática. Hasta que leí a Rilke y los simbolistas, y fui despojando los poemas de esa carga imaginaria, incorporando una visión metafísica.

Gustavo Bueno decía, hace años, que había que distinguir los filósofos “con sistema” de los simples “eruditos o divulgadores de la filosofía”. Usted es un poeta con sistema… Su obra, los diferentes libros, como en todos los grandes, se comunican entre sí a través de pasadizos misteriosos… Los diferentes libros se interrelacionan y hay una serie de temas de los que jamás se ha desprendido.

Sí, fundamentalmente, son cuatro los temas que trato: la nostalgia por la infancia, el deseo de un amor sublime, el enigma de la muerte y la dialéctica poeta-persona civil. Es cierto que hay una interrelación en mis libros, que se debe, por una parte, a un diferente enfoque de la idea, y, por otra, la propia sistematización de los símbolos: el espejo, la rosa, la estatua, el laberinto…

Venía usted de una etapa de pintar. Recuerdo bien sus cuadros-enigma, sus cuadros-acertijo, enormemente narrativos, y aquí, en Títeres de duermevela, sí, tenemos una especie de poemas-puzle, de poemas también muy narrativos, que como ha dicho la crítica actúan muchas veces a título de cuentos.

En general, he pasado de utilizar alegorías como sucesión de símbolos a buscar la relación analógica de tales símbolos. Cuando una serie de símbolos encuentran un hilo conductor conforme a una historia (como superación del poema-cosa) y, al mismo tiempo, hay una resolución del argumento, surge lo que yo llamo poemas-cuento.

Ahora, como bien sabe, un término que está muy de moda es ese de “poesía de no ficción”. Yo creo que el primero que ha hecho mucha “poesía de no ficción” en España, sin que se note, ha sido usted. Me parece un tanto ridículo eso de que en este país a la “poesía de la experiencia” suceda ahora la “poesía de no ficción”. Aquí estamos obsesionados con la privacidad a niveles patológicos, quizás porque nadie folla, se droga, se emborracha o lleva la vida licenciosa que desea y quiere.

Quizás la solución está en que, sin tratar directamente las relaciones sociales, intento sublimar su entramado ideal a través de los símbolos y los arquetipos. Yo soy incapaz de escribir un poema como se cuenta una experiencia amistosa o amorosa; todo queda en un engranaje más o menos hermético, donde se altera la síntesis de situaciones por una paradoja.

Se lo voy a decir un poco a lo bruto, pero noto en Títeres de duermevela mucha nostalgia de hembra, por así decir. Hay todo un tratamiento, prodigioso, de ausencia de la mujer y sus consecuencias. Un mecanismo que funciona a la perfección con la consiguiente catalogación que también hace de los diferentes tipos de amor: el profano, el edípico, un largo etcétera…

Sí, es posible que, a través de una abstracción o platonización de experiencias amorosas que he tenido, de las que en Títeres de duermevela apenas quedan restos, me ha llevado a indagar en diferentes perspectivas que superan lo anecdótico.

Poesía y mentira

Dice su maestro García Martín, siempre tan sabrosón, en su tertulia de feos horrorosos, la tertulia con más feos en toda la historia de la literatura universal, que es usted un poeta “en bucle”. Me lo contó un espía. No sé qué quiere decir tal boutade: siempre que hay una conquista de una voz poderosa, hay una serie de temas que se repiten. ¿También están en bucle Rubén Darío o Antonio Machado? Porque ya me dirá si los temas de Machado no son cuatro contados.

Supongo que el concepto “bucle” significa “concentración”, lo cual es un elogio. Fíjese si no dio “la vara” Antonio Machado en sus Campos de Castilla, cuando en las Soledades redunda el tono melancólico… En Rubén Darío, además, prima la forma; que dedique un poema a la muerte o a un presidente americano se debe a circunstancias ajenas a lo que más importa: la “voz poética”.

“La poesía es lo que queda cuando la literatura se quita la ropa”, sostiene nuestro común amigo Luis Artigue, quien mantiene, muy solemne, cómo en poesía no es posible mentir. Cómo el poema impostado se acaba notando. La poesía es un arma peligrosa, no sé si “cargada de futuro” o no, siguiendo a Celaya, pero cada vez, con el paso de los años, la veo más letal.

Mientras el poema tenga una coherencia interna, si no trata de exaltar valores morales, no importa que el poeta mienta, si esto es consecuencia de una invención. El crear mundos imaginarios puede conllevar a una utopía más sólida que la expresada por las relaciones sociales.

Pelayo Fueyo acaba de publicar un nuevo poemario. Foto / María Arce.

Pelayo Fueyo acaba de publicar un nuevo poemario. Foto / María Arce.

Me gusta mucho ese juego que hace en Títeres de duermevela con la muerte. El poema donde habla de su propia esquela en el periódico o de cómo oye desde la cama el coito entre dos ancianos pegajosos. Amar y escribir es también un poco morir. No sortea la guadaña del paso del tiempo en sus versos y, algo mucho más importante, sus emociones no son congeladas.

A veces, escribo sobre el tema de la muerte desde la angustia, y esto me aporta dos cosas: la lucidez que supongo de mis condiciones metafísicas y la ansiedad, que libera del yugo del miedo a la muerte, y te provoca “animalizarla”, como un ser que vive en tu interior y que contrasta emocionalmente con lo vivido.

Le parecerá un tanto extraño lo que le voy a sugerir, pero me parece notar hoy día, en poetas actuales, un intento de buscar el testigo de lo que fueron los Novísimos, distinto al de los ochenta y noventa. Una poesía con fuerte vocación extranjera y extranjerizante, aunque no tan explícita como fue aquella en ese sentido. Hablo de Antonio Lucas, José Luis Rey, Luis Bagué, incluso Vicente Valero…

No he leído mucho a los poetas españoles de mi generación, y no quiero dar nombres, pero lo que temo es que en buena parte de ellos se reproduce una revisión de los “mass media” que, aunque en los Novísimos estaba integrada culturalmente, en estos tiene una faceta consumista denotativa, haciendo referencia al más anecdótico “modus vivendi”, calco de la vida ociosa de sus coetáneos.

Gimferrer me decía en Barcelona que la gran herencia que recibió como poeta fue aquello que un día le dijo Cabral de Melo: “Un poeta puede escribir algo abstracto, pero siempre que sea visualizable. La angustia verde, no quiere decir nada. Sin embargo, si dices, la Virgen se me apareció en un prado, todo el mundo comprende a lo que te refieres”. Su poesía es muy de imágenes, pero también enormemente visual y visualizable, si me permite la pedantería.

Estoy completamente de acuerdo. De hecho, de ahí viene mi rechazo a ciertas formas de hermetismo, por muy metafísico que parezca, e incluso al pastiche expresionista. En cierto sentido, creo que sigue vigente el adagio “Ut pintura poesis”, porque en los mismos pintores surrealistas las emociones surgen de la alteración metafórica del símbolo representado, al igual que debe hacerlo la poesía, ajustando la sintaxis a un plano semántico.

Raíces en Rilke

Juan Luis Panero le dijo varias veces a Pere Gimferrer: “A ti lo que te gusta es encerrarte con muchos toros en la plaza, cuando yo lo hago siempre con el mismo”. Él quería ser siempre el mismo poeta, mientras que en Gimferrer, como en Octavio Paz, hay un abanico muy grande de poetas dentro de ellos mismos. ¿No tiene todo poeta el deseo de ser muchos al mismo tiempo? ¿Le ha interesado más ser siempre el mismo?

Yo parto de una tendencia que podría denominarse “neosimbolismo”. Intento que toda experiencia, una vez asimilada, alcance su trascendencia combinando conceptos con imágenes o metáforas, que comunican con una paradoja, dando un nuevo valor al símbolo. A partir de aquí pueden surgir varios registros, dependiendo de las exigencias del tema u “objeto poético”. Lo importante es que configuren una sola “voz poética”.

Otro de su quinta, de la gloriosa Tertulia Oliver, donde salieron todos ustedes genios, Xuan Bello, cuya literatura veo muy de ancianitas lacrimales, pero no así sus análisis, cuando teoriza, decía hace poco algo que me llamó la atención: “Estoy cansado de los escritores del abismo. Yo busco escritores que tiendan puentes para cruzar el abismo”. ¿Kafka o Baudelaire eran de los primeros o segundos? ¿Y Onetti, Joyce o Beckett? No lo tengo claro. ¿Cuál sería su tipo?

Me considero un escritor constructivo que, sin embargo, no sé si por razones personales, está tentado por el abismo. Yo creo que Kafka, con su realismo patético, y Baudelaire, con su sensualidad maligna, son de mi cuerda. A Onetti lo veo especialmente duro, pero aferrado a la tierra. A pesar del vanguardismo de Joyce, no es ajeno al sentimiento patriótico. Y Beckett y su teatro del absurdo se salva por su distanciamiento irónico.

Me fascina, me encanta, ese ramalazo antiguo que hay en sus poemas. Es usted un poeta antiguo, aún sin proponérselo. Los simbolistas hablaban de una locura: “Ser muy antiguo y muy moderno al mismo tiempo”. ¿Qué me puede decir, ya para acabar, al respecto?

Hombre, mis raíces están en Rilke y el simbolismo francés del XIX. Si se da en mi poesía una dimensión metafísica, no es extraño que me sienta cercano a Mallarmé o Valèry, porque la filosofía, de fondo, es atemporal. Sin embargo, yo utilizo el idioma, si no específicamente de la calle, sí del hombre culto enfrentado o en reto con una suntuosa experiencia imaginaria.

Desaparece Pelayo Fueyo en un extraño rito de vampirismo, de fuga instantánea y soluble de sí mismo: es un poeta del rapto, el más grande que ha dado, en esa línea, esta tierra. Vive donde ha estado siempre: en ese punto donde ya no es posible el retorno. Cada vez escribe más, lee menos a Lacan, bromea en una pompa interminable de bebidas alcohólicas muy jóvenes y juguetonas. En otra época, con tal coreografía, le llamarían clásico. Conviene el reto de entrar de forma lisérgica y alucinógena en su obra entera: laberinto de luz donde las palabras arden como brasas entre susurros letales.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 39, JULIO DE 2015

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