Afondando
El PNV asume y justifica ahora el Pacto de Santoña

Tropas franquistas en la toma de Bilbao en 1937. Foto del Archivo del Nacionalismo Vasco publicada en el libro ‘El Pacto de Santoña, la rendición del nacionalismo vasco al fascismo’.
Cuando se cumple el ochenta aniversario del Pacto de Santoña, el PNV ha asumido aquella rendición de los gudaris al Ejército italiano, de espaldas al republicano con el que luchaban. Pero también la justifica por supuestos incumplimientos del Gobierno republicano con los nacionalistas vascos. La rendición fue el principio del fin del Frente Norte republicano, aunque la resistencia continuó en Asturias.
Xuan Cándano / Periodista.
Han tenido que pasar 80 años para que el PNV dé su versión del Pacto de Santoña, la rendición a las tropas italianas en agosto de 1937 del Euzko Gudarostea, el Ejército nacionalista vasco, que hasta entonces combatía en el bando republicano. Porque no otra cosa que la versión canónica del PNV sobre aquel adiós a las armas de los gudaris es el libro El otro Pacto de Santoña (Catarata), del exdiputado y exsenador Iñaki Anasagasti y el periodista nacionalista Koldo San Sebastián, aparecido recientemente y presentado solemnemente en la sede del partido en Bilbao.
En cierta manera, el libro de Anasagasti y San Sebastián recuerda mucho al “Informe del presidente Aguirre al Gobierno de la República”, un sesudo trabajo de 443 páginas con el que el primer lendakari de la historia, aún en plena Guerra Civil, inició con éxito una ofensiva política para enterrar el Pacto de Santoña y evitar que su conocimiento salpicase negativamente al nacionalismo vasco. En mi libro El Pacto de Santoña (1937), la rendición del nacionalismo vasco al fascismo (La Esfera de los Libros, 2006), la versión herética para el PNV, aludo a ese informe como “una sesuda e inteligente justificación de la actuación del nacionalismo vasco en la guerra, resaltando los datos y las actuaciones favorables, obviando casi todo lo desfavorable, interpretando a su favor lo dudoso y recalcando las conductas negativas de sus aliados”. O sea, lo mismo que ahora, en el ochenta aniversario de aquel acuerdo con los fascistas italianos, hilvanan Anasagasti y San Sebastián en su libro de 222 páginas que pretende replicar al mío, aunque curiosamente no aparece en la bibliografía, pero se le cita en siete ocasiones.
Porque nada de lo que aparece en El otro Pacto de Santoña es o parece falso, pero se elude absoluta e intencionadamente lo esencial: un acuerdo largamente gestado por los nacionalistas vascos y los militares italianos a espaldas de la II República con la que combatían los gudaris.
Más de tres meses negociando
Las negociaciones entre los nacionalistas vascos y los militares italianos se iniciaron el 11 de mayo de 1937, en plena ofensiva del Ejército nacional en el País Vasco, y concluyeron a finales de agosto con la rendición de Santoña, cuando los republicanos y sus aliados los gudaris ya habían perdido el territorio vasco. Los negociadores eran Alberto Onaindía por la parte vasca, un cura nacionalista, y Francesco Cavalletti por la italiana, el cónsul en San Sebastián, que acabarían teniendo una buena amistad. Las numerosas citas, complementadas con continua documentación escrita, solían tener por escenario Villa Zubiburu, un caserón vasco de San Juan de Luz, cedido para ello por la familia que lo habitaba, los Camiña, que mantuvo una absoluta discreción.
Desde el primer momento Francisco Franco estuvo informado de las negociaciones, a través de los italianos, al igual que el Vaticano a través de los vascos. La mediación de la Santa Sede para poner fin a la guerra y evitar la destrucción de Euzkadi fue desde el inicio del conflicto un objetivo del PNV, cuyo catolicismo era uno los motivos que le alejaba de los republicanos, hasta el punto de que un sector del partido era partidario de luchar con Franco y los gudaris no comenzaron realmente a combatir hasta que no se aprobó el Estatuto de Autonomía que permitió su Gobierno en octubre, el primero de la historia.
En principio quien daba instrucciones a Onaindía era el lendakari José Antonio Aguirre, que tenía una posición reticente al acuerdo con los italianos, que insistían en que pidiese a Mussolini una intermediación ante Franco. Pero el presidente vasco pronto sería relevado por el líder del PNV, Juan Ajuriaguerra, por decisión del EBB,el máximo órgano del partido, siempre por encima del Gobierno autonómico. Nunca se llegaron a enfrentar abiertamente, pero las relaciones entre el abogado Aguirre, más afín de los republicanos, y el ingeniero Ajuriaguerra, la personificación de la ortodoxia nacionalista, no eran precisamente fluidas. A Onaindía no le gustó el relevo de Aguirre, pero lo aceptó con disciplina.
Los italianos estaban muy interesados en cerrar las negociaciones con la rendición de Bilbao, para lo que ofrecieron incluso a los vascos formar en Euzkadi una especie de protectorado. Los nacionalistas no sellaron el acuerdo, pero cumplieron con lo que prometieron: entregar Bilbao y evitar destrucciones en sus industrias, entre las que Altos Hornos de Vizcaya era la más preciada. Para ellos y para los franquistas, que se aprovecharon después de su producción. En Bilbao numerosos batallones vascos se rindieron al enemigo sin disparar un solo tiro, en este caso al Ejército franquista, aunque también entraron en la capital vizcaina tropas italianas. Pero en Baracaldo, en la margen izquierda de la ría, donde estaba AHV, la rendición fue a los Flechas Negras italianos, que se dirigieron a la población desde el balcón del Ayuntamiento mientras los gudaris del batallón Gordexola, mandado por Luis Urkullu, formaban con sus fusiles apuntado al suelo. Por eso no es descabellado situar en Bilbao el primer acuerdo entre italianos y nacionalistas, aunque el definitivo tardaría dos meses en llegar en tierras cántabras.
Indicando la estrategia al enemigo
Rendido Bilbao a los sublevados el 19 de junio, momento en el que Franco vio ya ganada la guerra, las negociaciones entre vascos e italianos se intensificaron, ya con Ajuariaguerra como interlocutor de los nacionalistas. La primera reunión a la que asistió el dirigente peneuvista fue en Algorta el 25 de junio. Allí, en el palacio del empresario Horacio Echevarrieta, gran amigo del socialista Indalecio Prieto, se vio con el coronel De Carlo, agregado militar de Cavalletti y ayudante del general Mario Roatta, jefe de las fuerzas expedicionarias enviadas por Mussolini a España.
El acuerdo de Algorta tenía varios puntos, entre ellos el compromiso de los nacionalistas de dejar de luchar y algo más sorprendente: los vascos indicaban a los nacionales por donde tenían que atacar en Santander, para así aislar al Euzko Gudarostea en el oriente de la provincia y justificar la rendición. Este punto indicaba concretamente “que el ejército de Franco y las tropas legionarias italianas para tomar Santander no atacarían por el frente de Euzkadi y que llevarían su ofensiva por Reinosa y El Escudo para ocupar Torrelavega y Solares, los dos puntos estratégicos de las comunicaciones con Santander y Asturias, y de esa manera ‘copar’ al ejército de Euzkadi en su demarcación territorial”. El acuerdo también permitía la huida en barco a Francia de los responsables políticos y militares nacionalistas y el encierro de los soldados en campos de concentración bajo custodia italiana.
Para que Mussolini arrancase a Franco el compromiso de respetar el acuerdo de rendición, viajó a Roma Alberto Onaindía acompañado por el director del periódico Euzkadi, del PNV, Pantaleón Ramírez de Olano. El 6 de julio los recibió el conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores de Italia y yerno de Mussolini. Ciano interrumpió la entrevista para consultar al Duce, que envió un telegrama a Franco exponiendo “los deseos de los vascos para llegar a una completa rendición”, tras la que esperan ser tratados “con generosidad por el vencedor”. Mussolini apoyaba sus intenciones porque “se trata de católicos fervientes que se han equivocado, pero que son -en su casi totalidad- recuperables para nuestra España”. El 8 de julio Ciano leyó la contestación de Franco a los delegados vascos. El general español le decía a Mussolini que “podéis dar por aceptado cuanto me habéis trasladado”, pero también mostraba su escepticismo: “Considero difícil que las fuerzas vascas obedezcan las órdenes de Aguirre, ni que los rojos le dejen darlas. La entrega de los vascos, si se lleva a cabo, facilitaría la guerra grandemente, pero en Asturias pueden y seguramente tratarán de extremar la resistencia”.

‘Gudaris’ de un batallón nacionalista oyendo misa durante la Guerra Civil. Foto del Archivo del Nacionalismo Vasco publicada en el libro ‘El Pacto de Santoña, la rendición del nacionalismo vasco al fascismo’.
El 14 de agosto los sublevados, españoles e italianos, iniciaron su ofensiva en Santander exactamente como pidieron los nacionalistas vascos en Algorta, de sur a norte por el puerto de El Escudo y Reinosa, mientras en el Este Flechas Negras no atacaron a la treintena de batallones que acabaron “copados”. Y allí se dirigieron otros batallones nacionalistas abandonando a los republicanos que hacían frente a la ofensiva. Comenzaba la desconexión de los nacionalistas vascos de la II República en guerra contra los fascistas, una operación militar de la que se responsabilizaron Víctor Lejarcegui, Iñaki Ugarte y Luis Ruiz de Aguirre. Lejarcegui comenzó la guerra como comisario de la IV División y Ugarte como comisario general y ambos eran del PNV, de quien emanaban las órdenes. También las cumplía Ruiz de Aguirre, comisario general y poeta con el seudónimo Sancho de Beurko, aunque militaba en ANV, el primer partido de la izquierda abertxale, aunque entonces lo que más diferenciaba al joven partido del PNV era su laicismo.
Justo un año después del Pacto de Santoña, en agosto de 1938, Lejarcegui y Ugarte elaboraron un informe por encargo del PNV en el que detallan toda la estrategia de engaños, disimulos y argucias que ejecutaron para burlar a los republicanos y concentrar a los gudaris en Laredo y Santoña para la rendición a los italianos.
En los primeros minutos del 18 de agosto, a la una de la madrugada, se reunieron en el hotel Miramar de Biarritz De Carlo, Roatta, Ajuriaguerra y otro dirigente peneuvista, José María Lasarte. En presencia del padre Onaindía, en una hora llegaron al acuerdo que Ajuriaguerra siempre consideró el Pacto de Santoña. Italia garantizaba que los nacionalistas podían huir por mar desde el puerto de Santoña desde las 12 horas del día 21 hasta la misma hora del 24 y los soldados vascos que se rindiesen quedarían bajo custodia italiana.
Poniendo en riesgo su vida, Ajuriaguerra voló desde Francia a Laredo para encabezar la rendición a los italianos justo a la vez que José Antonio Aguirre hacía el viaje contrario, desde Santander. El lendakari no estaba de acuerdo con el Pacto de Santoña, del que había sido informado personalmente en su residencia de Villa Bohío por Lejarcegui y Ugarte, y su propuesta era embarcar a los batallones vascos en Santander y trasladarlos a Francia para reconquistar Euzkadi, empezando por Navarra, una espina bélica para el nacionalismo vasco.
Rendición y República vasca en Santoña
Cuando los republicanos conocieron el abandono de los batallones vascos huidos hacia Santoña, donde se concentraban el resto. Aguirre se mostró desolado ante una delegación de los mandos del Frente Norte, encabezada por el general Gámir. Les dijo “en estos momentos yo ya no tengo autoridad para imponerme a nadie”, pero les ocultó que él mismo había sido el primer interlocutor en las negociaciones con los italianos.
En las primeras horas del 23 de agosto se declaró la “República vasca de Santoña”, aunque su territorio comprendía otras localidades del este de la actual Cantabria, como Laredo, donde estaba la sede del EBB. Se arriaron las banderas republicanas de los Ayuntamientos y se izaron las ikurriñas, se dividió el territorio en tres sectores controlados por los gudaris, se depuso al gobernador militar de Santoña, se tomaron tres cuarteles militares, se constituyó un Estado mayor y se formó un Gobierno o Junta de Defensa, formado por seis miembros, cinco del PNV y uno de ANV.
El 24 de agosto dos capitanes de batallones del Euzko Gudarostea, Eguileor y Pujana, firmaban con el teniente coronel italiano Amilcare Farina y el jefe de Estado Mayor del IV Regimiento de Flechas Negras, el comandante español Bartolomé Barba, el llamado Acuerdo de Guriezo, por la localidad cántabra donde se iniciaría la rendición al día siguiente. Es el único documento escrito y firmado del Pacto de Santoña, regula los detalles de la rendición y su séptimo y último punto dice: “Se entiende que la rendición es sin condiciones, con arreglo a las disposiciones dictadas por S. E. el Generalísimo, respetándose la vida de todos, excepto la de aquellos que hayan cometido crímenes”.
El punto anterior de la capitulación de Guriezo calcula que serán 30.000 los rendidos, pero debieron de ser muchos menos, 11.000 según Anasagasti y San Sebastián. Eran todos los batallones del Euzko Gudarostea que sobrevivían y algunos republicanos que se sumaron a la rendición, como los anarquistas vascos Durruti, Bakunin y Celta, y el de las Juventudes Socialistas Unificadas, Meabe.
Tanto la rendición el 25 de agosto como la llegada al puerto de Santoña de dos barcos ingleses para la evacuación, el Bovie y el Seven Seas Spray, se producían pasado el plazo pactado con los italianos en Biarritz. Poco después de iniciado el embarque el día 27 de unas 3.000 personas, entre ellas unos 200 responsables políticos y militares, militares franquistas españoles obligaron a todos ellos a desalojar los barcos humillando a los italianos, cuyas protestas fueron inútiles.
Encerrados en la cárcel de El Dueso de Santoña, 14 dirigentes políticos y sindicales del PNV, ELA-STV, PSOE, PCE, CNT e Izquierda Republicana fueron fusilados. Ajuaguerra estuvo condenado a muerte, pero las presiones republicanas evitaron su ejecución.
Entonces el Pacto de Santoña ya estaba envuelto en un pacto de silencio. La guerra continuaba y al Gobierno republicano no le interesaba remover un turbio asunto que afectaba a sus únicos aliados conservadores y católicos, un apoyo importante ante la opinión pública internacional. Y más interesados aún en olvidar aquel episodio estaban los nacionalistas, por razones obvias, los italianos, que habían sido humillados, y los franquistas, porque Santoña delataba la ayuda extranjera y su importancia para los sublevados. El pacto de silencio continuó durante la Transición. Hasta ahora.
El padre Onaindía y la mala conciencia del nacionalismo vasco
X. C.

Alberto Onaindía en Londres en su programa de la BBC. Foto del archivo familiar publicada en el libro ‘El Pacto de Santoña, la rendición del nacionalismo vasco al fascismo’.
Si alguien padece la mala conciencia del nacionalismo vasco sobre el Pacto de Santoña ese es el padre Alberto Onaindía, el negociador del PNV ante los italianos. Nacionalista, como gran parte del clero vasco, pero también un culto cosmopolita y políglota que hablaba euskera, castellano, francés, inglés, italiano y latín, Onaindía fue una especie de ministro de Exteriores del Gobierno vasco y del PNV, además de uno de los pioneros al sur de los Pirineos de la democracia cristiana y la doctrina social de la Iglesia, sensibilizada con la explotación de la clase obrera. Ya en el exilio, también destacó como escritor y periodista, en la BBC Internacional en Londres y en Radio París, donde sus locuciones antifranquistas, bajo el seudónimo Padre Olaso, contaban con millones de seguidores.
Guardó durante 46 años la amplia documentación escrita de las negociaciones del Pacto de Santoña. El PNV le prohibió su publicación, lo que aceptó con disgusto por disciplina. Pero en 1983 la publicó íntegra con notas aclaratorias en un libro hoy prácticamente inencontrable que fue silenciado por el nacionalismo vasco.
Murió a los 85 años en San Juan de Luz en 1988, donde siguió residiendo tras la muerte de Franco, aunque su presencia era asidua en el País Vasco y en colaboraciones de prensa.
En El otro Pacto de Santoña, de Anasagasti y San Sebastián, apenas goza de protagonismo, a pesar del enorme que tuvo en aquella rendición que tanto sigue incomodando al PNV. La rehabilitación de su figura pública, tanto por parte del nacionalismo como de la propia sociedad vasca, sigue pendiente.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 52, SEPTIEMBRE DE 2017

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