
El Che recién asesinado en Bolivia sobre una camilla. En el suelo otros dos guerrilleros.
El periodista y escritor boliviano Ramón Rocha Monroy (Cochabamba, 1960) ha unido su voz al pesar por la muerte de Humberto Vázquez Viaña, al que consideraba un historiador “puntilloso e iconoclasta”. Rocha era uno más de los cautivados en su juventud por el mito del Che Guevara y sorprendido en su madurez por los trabajos de Vázquez Viaña, que desmitificaban la figura del guerrillero argentino desde un punto de vista militar.
La de Ramón Rocha fue la última de las colaboraciones en el dossier sobre el Che, basado en las investigaciones y trabajos de Vázquez Viaña, que publicó ATLÁNTICA XXII en su número 25, el pasado mes de marzo. La reproducimos a continuación.
¿La verdad nos hará libres?
Por Ramón Rocha Monroy.
Se lee en Juan 8:32: “La verdad os hará libres”, y algunos dicen que fueron las últimas palabras del Che antes de morir. Sin embargo, me pregunto: ¿la verdad o el mito nos hará libres?
Leí con atención creciente el libro de Humberto Vázquez Viaña sobre el Che y confirmé que es un historiador puntilloso en la documentación que lo respalda y escrupuloso en sus testimonios así como en el análisis del tema, y vuelvo a preguntarme si la verdad o el mito nos hará libres.

En Cuba no se pudieron ver fotografías como ésta del Che muerto hasta el año 2003.
En la guerrilla de Teoponte (1970) vimos una sucesión de errores, de imprevisión y falta de la más elemental cautela en ese grupo de casi 70 jóvenes de clase media, que hoy tendrían un liderazgo político y profesional indiscutido, pero murieron en la víspera, unos por hambre, otros consumidos por los rigores de la naturaleza y otros en manos del ejército. Muchos de ellos fueron amigos, condiscípulos o conocidos, y su muerte nos llegó muy de cerca, más de cerca que los rigores y penurias que sufrieron los conscriptos, porque éstos son de una extracción social que no conocemos o evitamos conocer, muy cómodos en nuestra condición de estudiantes de colegios privados, profesionales y ciudadanos reconocidos por la población urbana del país.
Pero, al leer el libro de Humberto Vázquez sobre el Che, que es también un análisis de la guerrilla de Ñancahuazú (1967), uno se encuentra con los mismos errores y la misma falta de elemental cautela, ya no frente a un ejército de rangers entrenados por Papi Shelton en la hacienda La Esperanza, que entraron sólo al final de las acciones, sino frente a conscriptos bisoños y mal armados, que habían iniciado su instrucción cuando se iniciaba la guerrilla, de modo que el desarrollo de la misma fue, más que la instrucción militar, una verdadera prueba de fuego.
Uno no entiende cómo el hombre mítico que escribió un manual sobre la lucha armada (Guerra de guerrillas) pudo haber cometido errores tan elementales. No se entiende cómo Joaquín confió en la palabra de un campesino para vadear el río en grupo, cuando la lección inicial de este estilo de conflicto armado dice que se debe enviar una patrulla de vanguardia, montar una emboscada de contención y vadear uno a uno para reducir las bajas al mínimo. No: pasaron todos en grupo y solo uno pudo salvar el pellejo, aunque fue capturado y eliminado después. Entre los muertos estaba Tania.
Muchos jóvenes de entonces crecimos iluminados por el mito del Che. Su palabra nos encendía: “No creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante”. Pero ¿quién decía estas lindezas? ¿El hombre o el mito?
A Humberto Vázquez Viaña le tengo admiración por el celo que pone en su oficio, no obstante las limitaciones físicas que lo agobian, pero a ratos pienso que el historiador es un aguafiestas. Es el que busca la verdad y no el mito, es el iconoclasta, el que cuestiona al héroe de bronce y lo reduce a sus dimensiones humanas, el que te desengaña porque la historia “no había sido así”, había sido mucho más modesta y municipal, y entonces te preguntas qué será mejor, si buscar la verdad o seguir creyendo en el mito.
En 2003 fui a la Feria del Libro de La Habana y presentamos una novela de Juan Ignacio Siles sobre el Che, junto a una colección de fotos en las cuales se lo ve también capturado en vida y muerto. Capturado, es una mata de pelos irredentos, una mirada que intuye la muerte, unos mocasines precarios y un ropaje hecho jirones. Muerto, su cadáver es majestuoso porque ha trascendido la vida y se ha convertido en mito. Pues bien, los amigos cubanos que asistieron a la entrega se asombraron de ver fotos del Che capturado y muerto. Nunca antes el Gobierno cubano había permitido que se divulgaran sino imágenes del Che vivo, del Che en acción, del Che combatiente o trabajador. ¿A qué apostaban, a la verdad o al mito?
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