Afondando
Razones de Estado para robarle una hija a Sara Montiel (y II)
Juan Alberto Cedillo / Periodista (Ciudad de México).
En la década de los cincuenta la capital mexicana disfrutaba de una intensa vida nocturna atestada de nuevos salones y cabarets para el baile, que era amenizada por famosas orquestas traídas desde Los Ángeles. Era común que se presentaran grandes espectáculos al estilo de los que posteriormente se pusieron de moda en Las Vegas. México vivía la época de oro del cine y eran además tiempos de rumberas y prostitutas de postín, las entonces conocidas como “ficheras”. Los cantantes mexicanos eran personalidades reconocidas en toda América Latina. En la radio se escuchaba la aguardentosa voz de Agustín Lara, la del tenor de América Pedro Vargas, la del barítono Jorge Negrete, a Toña la Negra y la orquesta del cubano Pérez Prado, así como a una pléyade de artistas que trascendían fronteras.
La intensa y fabulosa vida nocturna de la élite política y empresarial mexicana se disfrutaba en lujosos salones de los más exclusivos hoteles. Sobresalía el Salón Ciros en el céntrico Hotel Reforma o los de los hoteles Del Prado y Regis, ambos ubicados en la zona de la Alameda Central. Este último acogía el Salón Capri mientras que el Del Prado acababa de inaugurar el Salón Versalles para competir con el esplendor del Ciros y del Capri. Para adornar el Salón Versalles se solicitó al afamado artista Diego Rivera que pintara un mural en la entrada al que llamó Un domingo en la Alameda. Ambos hoteles ya son historia pues quedaron destruidos por el terremoto que azotó el Distrito Federal en septiembre de 1985.
Fue precisamente en el lujoso Salón Versalles donde debutó la jovencita Sara Montiel como cantante. Se presentaba junto a Jorge Negrete y a Carmen Sevilla. Además participaban Los Churumbeles de España encabezados por Juan Legido. El show tuvo un rotundo éxito noche tras noche, con lleno totales sucesivos en el centro nocturno durante más de un año. Casualmente el dueño del Hotel Del Prado era Miguel Alemán Valdés.
A la par de triunfar en los escenarios nocturnos, Sara Montiel participó en 1951 en la película Necesito dinero como actriz principal en el papel de María Teresa, compartiendo cartel con el afamado Pedro Infante. Luego fue Dora junto a la actriz checa Miroslava Stern en otra cinta importante, Cárcel de mujeres. Ese mismo año filma Ahí viene Martín Corona interpretando a Rosario, de nuevo con Infante y el simpático Eulalio González ‘Piporro’ de compañero. Finalmente participa en la secuela El enamorado. Vuelve Martín Corona, con la que cerró su ciclo cinematográfico en 1951.
Debilidad por las estrellas
La revista Time describió a Miguel Alemán Valdés como un político que sabía ganarse a los hombres y encantar a las mujeres: “De joven había sido muy afecto a hacer frecuentes visitas a Hollywood. Sus travesuras con las jóvenes estrellas de la pantalla grande se convirtieron en parte de la materia prima del periodismo sensacionalista de la época”.
Los escarceos amorosos de Alemán fueron censurados en la prensa mexicana debido al control ejercido por el Gobierno sobre los medios de comunicación, pero los más sonados aparecieron en columnas, revistas y diarios de Estados Unidos. Además, aquellos devaneos llegaron a figurar en informes clasificados elaborados por diplomáticos estadounidenses para el Departamento de Estado. Incluso su aventura amorosa con la bailarina brasileña Leonora Amar provocó un escándalo diplomático.
El judío Alfred Blumenthal -administrador del Hotel Reforma- contrató a Leonora Amar para que actuara por una temporada en el Ciros. La escultural mujer, que medía casi 1,70 metros y tenía unos encantadores ojos verdes, llegó a la capital mexicana el 15 de mayo de 1945 como migrante con permiso de trabajo de un año y con el “exclusivo objeto de trabajar en cine y radio”.
Pronto la artista llamó la atención de Miguel Alemán, entonces candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la Presidencia, quien comenzó a mandarle los regalos que solía escoger para las mujeres que le atraían: perfumes, joyas y flores. No pasó mucho tiempo antes de que la brasileña fuera llevada a una casa secreta que administraba Enrique Parra, entonces secretario particular del futuro presidente, donde éste mantenía encuentros con las damas que aceptaban sus obsequios.
Sobra decir que esas aventuras se debían mantener en el más estricto secreto. Sin embargo, después de varios encuentros íntimos, Leonora no fue capaz de guardarlas para sí y comenzó a contar a varias amigas que era la amante del “próximo presidente de México”. El chisme trascendió y fue creciendo entre los círculos políticos.
Las indiscreciones hicieron que el empresario Alfred Blumenthal recurriera a canales diplomáticos para intentar sacar del país a la sensual brasileña. Acudió a la embajada estadounidense para solicitar un visado que permitiera a Amar viajar a ese país. La petición que hizo a la representación diplomática la relató un funcionario estadounidense al Departamento de Estado de la siguiente manera: “Un íntimo amigo del licenciado Alemán trajo a miss Leonora Amar con un funcionario de esta embajada, a quien pidió ayuda para obtener una visa para que miss Amar se marchara a Estados Unidos […] [El amigo dijo:] Sencillamente debemos sacar de México a esta mujer… desafortunadamente, Miguel se ha estado divirtiendo con ella y ahora ella anda diciendo que es la amante del próximo presidente de México”. El documento clasificado que narra la petición para obtener el visado se publicó en el libro México en los 40, modernidad y corrupción, del historiador estadounidense Stephen R. Niblo.
A la aventura con Leonora Amar siguieron otras más. Entre ellas destacó la que el presidente sostuvo con la modelo catalana Jinx Falkenburg, quien había dejado Barcelona para probar suerte en la industria del cine de Los Ángeles. Cuando Jinx llegó a México ya contaba con más de 25 películas en su haber, entre ellas Rosa de Francia, El carnaval del diablo y Dos señoritas de Chicago. Durante la Segunda Guerra Mundial había sido seleccionada por el ejército de Estados Unidos para entretener a las tropas que combatían en el Pacífico ya que su fama y su belleza la habían convertido en una modelo muy atractiva y popular. El presidente Alemán se encargó de entretenerla con “divertidas fiestas, le enviaba perfumes y alhajas con piedras preciosas”, contó la revista Times en un artículo publicado el 11 de febrero de 1946.
A Falkenburg le siguió otra estrella de entonces: Jacqueline Dalya. La mujer tampoco se resistió a la seducción del poder, el dinero, las joyas, los perfumes y las flores. Llegó a la capital mexicana en mayo de 1947 para filmar cintas como Misterio en México, Gran Hotel y Escuela de sirenas. Dalya participó también en películas famosas como El tesoro de la Sierra Madre y Miss Melody Jones.
Alemán no discriminó. Sus amoríos incluyeron también a bellas mexicanas, entre quienes estuvo la más afamada estrella del cine del país iberoamericano: María Félix, ‘La Doña’. La aventura amorosa de Alemán con la Diva fue contada con detalle por su amigo y socio Carlos I. Serrano, líder del Senado. Este Serrano le confió al embajador de Estados Unidos, Walter Thurston, que la señora Velasco de Alemán, la Primera Dama, “había sorprendido al presidente en flagrancia en su casa de Acapulco con la actriz María Félix”. El diplomático lo reportó a Washington en un memorándum enviado el 8 de febrero de 1946, que también es citado por R. Niblo.
Alemán impulsó la carrera de Sara
Cuando Montiel llegó al país ya había participado en 16 películas en apenas un periodo de 7 años. Desde su debut en 1943 hasta 1950, actuó primero en pequeños papeles secundarios y luego en algunos de protagonista. En cuatro años de estancia en México, Montiel participó en 14 películas como la estrella principal, todo un récord.
¿A qué se debió este éxito? En México, así como en la prensa de Estados Unidos, trascendió que la carrera de la Diva manchega estaba siendo impulsada por el presidente Alemán, que la protegía. Incluso la revista Pulp Internacional le dedicó un artículo a la relación de Sara con el presidente y señaló que “bajo el régimen de Alemán, se firmaron contratos para que Sara Montiel irrumpiera rápidamente en el cine”, nota que incluso actualmente se puede consultar en la página de la revista a través de Internet.
También trascendió que “los contactos del poderoso Miguel Alemán sirvieron para que Hollywood le abriese una puerta en el western Veracruz de Robert Aldrich, filmado en 1954”.
En los dos últimos años del Gobierno de Alemán, Sara Montiel fue la amante privilegiada del presidente. El político de 52 años fue el enamorado más maduro en la lista de la jovencita manchega. Incluso sus aventuras con el político provocaron que, “en un arranque de celos, la Primera Dama le propinara dos latigazos”. Los golpes tuvieron cierto eco pues a ellos aludió la prensa de Estados Unidos. En México su resonancia fue menor pues circularon solo como rumor en los corrillos del mundo político.
Por todo lo anterior se presume que la relación Alemán-Montiel influyó para impulsar su meteórica carrera cinematográfica. Después de participar en Furia roja, en 1950, el siguiente año filmó cuatro, la última El enamorado. Vuelve Martín Corona. En 1952 solo participó en una: Yo soy gallo dondequiera. Su escasa actividad se debió a su embarazo. En esa época adquirió una casa en el pueblo de Cuernavaca, hoy convertida en ciudad, donde se refugió alejándose de los reflectores de la prensa y de las miradas inquisitivas del público mexicano.
Una de las pocas apariciones públicas de Sarita ocurrió el 8 de noviembre de 1952. El cronista Salvador Novo cuenta en una de sus columnas publicada en aquella ocasión que la actriz Fabela Fábregas organizó una fiesta donde se sirvió un gran buffet. Hubo una “asistencia nutridísima de estrellas de cine, productores, actores”, entre ellos “Sarita Motiel, que estaba a dieta”.
En 1953 retoma su meteórica carrera y filma de nuevo cuatro películas. El siguiente año otras cuatro más para concluir su ciclo en la industria del cine mexicano con el filme Donde el círculo termina.
¿Dónde quedó la hija secreta?
José de la Rosa contó que la hija secreta de Sara nació por cesárea y que cuando despertó de la anestesia le dijeron que el bebé “estaba muerto”. Posteriormente se conoció que en realidad le “habían robado” a la niña y que “se la habían dado a un matrimonio para criarla”.
Si el padre de aquella criatura fuese Ramón Mercader no está claro que nadie se hubiese tomado la molestia de robarle una hija a la jovencita Sara. En cambio, si el progenitor hubiera sido el presidente de México había que evitar a toda costa que se supiera la identidad del padre para liberarle de un potencial escándalo político enorme. Así que con ese propósito armaron la historia de la falsa muerte del bebé.
Todo lo anterior apunta a la versión que confesó la propia Sara Montiel a su amiga Marujita Díaz: que el padre “era un hombre muy importante en México”. Años después, Montiel supo que su hija secreta había sido dada en adopción a un matrimonio que se la llevó a Valencia pero la artista ya no hizo nada para recuperarla. Así que la historia telenovelesca mexicana que tiene como protagonista a la Diva manchega aún no termina. Para que acabe con un “final feliz” aún faltaría saber la identidad de los padres que recibieron a esa niña y dónde se encuentra actualmente esa mujer, que debería tener ahora unos 63 años y que podría ser hermana del actual exgobernador de Veracruz y empresario Miguel Alemán Velasco, el hijo legal del expresidente.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 39, JULIO DE 2015

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