
El escritor Santi Fernández Patón. Foto / Oliver Roales.
Santi Fernández Patón (Madrid, 1975) irrumpió en el panorama literario español el pasado año con Grietas, novela que le hizo merecedor del Premio Lengua de Trapo. Es miembro de La Casa Invisible de Málaga, una de las iniciativas de gestión ciudadana más relevantes de los últimos tiempos, y en su novela se percibe esa raigambre.
Azahara Alonso / Licenciada en Filosofía y periodista cultural.
Su novela Grietas no se entiende sin el 15-M y todo lo que supuso a posteriori, eso es algo que se percibe claramente como lector, pero ¿cómo lo enfoca desde la perspectiva de novelista?
No me interesaba hablar del 15-M en cuanto tal, sino más bien de la “tonalidad” afectiva y social que dejó, de su onda expansiva, de cómo se había interiorizado en la gente de a pie. Por eso la historia arranca un año después y apenas se menciona. El reto era, por tanto, que se percibiera en la subjetividad de sus personajes, y para ello quería ver cómo abordaban algunas cuestiones capitales en su vida que, de no haber participado en esa experiencia, probablemente nunca habrían resuelto: principalmente la fuga de la soledad, el encuentro con los otros, el entendimiento de que problemas que enfrentábamos desde lo personal no eran solo individuales.
A pesar de que el contexto que expone es fiel a la realidad de hoy, muchos novelistas sitúan sus historias en un marco de ficción, ausente de todas estas implicaciones. ¿Por qué ha decidido darle a esta generación y este momento presencia literaria?
Porque lo echaba en falta. Mi generación está reflejada en la narrativa actual, claro, pero hay un sector de ella que casi nunca se muestra: la de quienes, en efecto, no se ausentan, se implican y acaban creando una comunidad, entendida en sentido amplio, un “nosotros y nosotras” con capacidad de transformación. Quería poner cuerpo y voz a esas personas.
¿Cómo cree que leerá su novela un joven del futuro (no muy lejano)?
No lo sé. En caso de que la novela perdure y de que, cosa que dudo, regresen tiempos de vacas gordas –¿los hubo alguna vez en nuestro ámbito? –, me gustaría pensar que Grietas será un testimonio válido por lo que tiene de verdad, de carne, de orgánica, y al mismo tiempo por sus logros meramente literarios.
El telón de fondo en el que se mueven los personajes (manifestaciones, asambleas, huelgas, compromiso social) aparece como algo asumido por el narrador y protagonista. La participación de los personajes en esos círculos se narra como algo totalmente natural. ¿Hemos tomado más conciencia política en los últimos años?
Sin duda sí hemos tomado más conciencia, eso vendría representado por el personaje de Lucía. El del narrador es diferente: lleva participando desde muy joven en movimientos sociales. ¿Por qué lo muestro como algo natural? Belén Gopegui dice que estamos acostumbrados a leer novelas cuyos personajes habitan casas que no sabemos cómo pagan. Esto entraña una mirada política, un posicionamiento ético, pero como es dominante lo asumimos como natural. Mis personajes, sobre todo el narrador, hace años que no comparten esa mirada, esos principios de la ética hegemónica, de manera que no tienen que posicionarse en contra: eso me hubiera hecho crear una novela un tanto panfletaria, muy “anti” y poco propositiva. Simplemente viven a favor, han interiorizado otro posicionamiento, y por tanto para ellos es el natural.
En Grietas se aprecian dos planos que podríamos identificar con la esfera pública y la esfera privada que, en el fondo, están estrechamente implicados. ¿Cuál fue su primera intuición para escribir esta novela, las historias sentimentales del protagonista o su precariedad laboral y participación en los movimientos sociales?
Hubo dos impulsos: hablar de ese sector de mi generación que he mencionado antes y que acabo de explicar, para lo que la historia de la paternidad forzosa del narrador me pareció un buen vehículo, porque ponía mucho en juego (la familia, la precariedad con la que sacar adelante a una hija, las relaciones de pareja, el entorno inmediato, la implicación social vista desde otro prisma, etc.). El otro impulso era la anorexia, un malestar endémico en nuestra época y sociedad, exclusivo de las mujeres o de algunos hombres no heterosexuales. ¿Por qué? Eso lo comencé a desentrañar gracias al testimonio de la persona a quien dedico la novela. Después comprendí que el 15-M podía servir como telón de fondo para vertebrar ambas historias, por eso que he mencionado antes de fuga de la soledad.
¿Es Grietas un modo más de tomar la plaza? ¿Qué nos aporta la literatura en todo esto?
No tengo respuesta, y mira que he pensado en ello. La literatura nos debería aportar una mirada, no deberíamos salir indemnes, al menos no de un libro como este. Me gustaría pensar que quien lo empieza lo termina siendo otra persona, que al menos el lector experimenta un pequeño cambio subjetivo. Eso, a fin de cuentas, también pasó en las plazas. ¿Puede ser un libro ese lugar de encuentro y composición, o al menos resultado de ello? Dejo ahí la pregunta.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 37, MARZO DE 2015
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