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Silicon Prau

Para los promotores de Silicon Prau su trabajo no es precisamente un castigo. Foto / Pablo Lorenzana.

Para los promotores de Silicon Prau su trabajo no es precisamente un castigo.
Foto / Pablo Lorenzana.

Diego Díaz / Historiador.

Esta historia comienza cuando Daniel Suárez, consultor de empresas con oficina en Oviedo, se encontró hace dos años dando un paseo por San Claudio, en la periferia rural de la capital asturiana, la casa perfecta para hacer de ella el espacio de trabajo y de residencia con el que soñaba. Amplia, con prau, fuera del mundanal ruido, pero tampoco demasiado lejos, Daniel decidió instalarse en aquel lugar y montar allí su cuartel general. No tardaría en aparecer por aquel lugar Marcos Menéndez, que comenzaría echándole una mano para montar una huerta y terminaría convirtiéndose en su socio.

Junto con Marina Vidiago y Samuel Ordieres, asturianos por el mundo con ganas de retornar a la tierrina y vivir de lo suyo, nacería la cooperativa Coontigo, una consultora dedicada al asesoramiento de empresas y de autónomos, donde además se combina lugar de trabajo y residencia para algunos de sus integrantes. «Más que hablar de consultoría preferimos decir que esto es una espabiladora de empresas, nos empotramos en la empresa, nos convertimos en un trabajador más, detectamos lo que falla y les animamos a salir de su zona de comodidad, arriesgar y experimentar con cosas nuevas» señala Marcos. Los clientes de esta particular consultoría son tanto autónomos y pequeñas y medianas empresas (pymes) que están arrancando sus proyectos como sociedades ya consolidadas que necesitan reinventarse. Entre quienes solicitan sus servicios están muchas firmas asturianas, pero también alguna multinacional.

Una star up neorrural

La historia no se acaba aquí, ya que este equipo de consultores pronto comenzaría a soñar con un nuevo proyecto a camino entre el vivero de empresas, la economía social y la utopía neorrural: hacer de la casa de Las Mazas, en San Claudio, una residencia para emprendedores de todo el mundo que están echando a andar proyectos, principalmente relacionados con la innovación y las nuevas tecnologías. Allí se les ofrece un espacio donde trabajar tranquilos y poder concentrarse al cien por cien en su proyecto. El espacio, bautizado como Freehouse, se cede gratuitamente a cambio de trabajo a la comunidad, como colaborar en las tareas de limpieza, cocina y cuidado de la finca.

La casa, a caballo entre la star up, con un aroma a la vez neorrural y de campamento de verano, tiene un amplio y soleado salón, un garaje reconvertido en espacio de trabajo, una habitación común con literas para los residentes temporales y una zona de esparcimiento, con cañero y futbolín. También les gusta hacer barbacoas en el jardín cuando llega el buen tiempo. El lugar está recargado de objetos, fotos, vinilos y post-it con tareas y refuerzos positivos para los miembros de la casa. Allí pasan muchísimas horas al día y, por esa mezcla de espacio de trabajo, vivienda e incluso ocio, termina siendo algo parecido a Gran Hermano, como bromea Mariana Vidiago, convencida de que en San Claudio podría hacerse un reallity show con las peripecias y ocurrencias de los habitantes de la casa.

Según Marcos, la Freehouse permite aprovechar al máximo las sinergias de un espacio donde coinciden informáticos, ingenieras, economistas, especialistas en marketing, diseñadoras o matemáticos, ya que «no es lo mismo estar en tu casa que tener un programador o alguien que te puede echar una mano con el diseño al lado». Para los integrantes de Coontigo su prioridad no es hacerse ricos, sino «vivir haciendo lo que nos gusta», jugar, experimentar con cosas nuevas y apadrinar nuevos proyectos. Por eso apuestan por autoimponerse una política de bajos salarios para ellos y reinvertir los beneficios que obtienen en alimentar proyectos colectivos como Freehouse, a la que esperan pronto le salga un clon a las afueras de Villaviciosa.

Freehouse es el nombre de la vivienda y lugar de trabajo de la cooperativa Coontigo en San Claudio. Foto / Pablo Lorenzana.

Freehouse es el nombre de la vivienda y lugar de trabajo de la cooperativa Coontigo en San Claudio. Foto / Pablo Lorenzana.

Aunque en Freehouse cada proyecto tiene su responsable, todos trabajan en lo de todos. Este trabajo invertido se cuantifica en horas y convierte a cada colaborador del proyecto en accionista si la idea finalmente se materializa como empresa. La residencia no tiene límite temporal, aunque la gente suele estar viviendo allí entre uno y tres meses. La filosofía de la Freehouse es trabajar con pocos recursos y cuando algo está medianamente acabado salir al mercado a probar el experimento y ver qué tal funciona.

Su especialidad son los proyectos relacionados con las nuevas tecnologías como programas informáticos y aplicaciones de móvil, pero también sienten predilección por otros relacionados con la tierra y la ecología. Así, David Fernández Incio, matemático, al mismo tiempo que colabora con otros compañeros en el desarrollo de una aplicación de móvil dedicada a la predicción de compras y en un programa informático para ayudar a localizar los mejores lugares donde establecer un negocio, trabaja en desarrollar su proyecto de negocio relacionado con el cultivo de setas y el uso de hongos para la limpieza ecológica de espacios industriales contaminados por la utilización de metales pesados.

Emprender en comunidad

En opinión de Marcos Menéndez, la Administración defiende el discurso del emprendimiento más como un «búscate la vida» que con un apoyo real, como sería bajar las cuotas de autónomos: «Se está pervirtiendo un poco la palabra autónomo que no es más que el trabajador autónomo de toda la vida». En opinión de Menéndez no solo hace falta construir edificios para albergar viveros de empresas, sino también otro tipo de políticas menos espectaculares o vistosas, más sutiles, que no darán titulares de prensa y cuya maduración requiere un cierto tiempo.

Para Marcos, en Freehouse plantean el emprendimiento no como algo individual y competitivo, sino como un proyecto colectivo y colaborativo, y a ser posible divertido. «El prototipo que nos venden es el del hombre hecho a sí mismo, el emprendedor solitario. Nosotros sin embargo tenemos una idea más comunitaria», asegura Menéndez. Marina Vidiago echa en falta que la Universidad fomente más este espíritu creativo y señala que para los estudiantes de Económicas o Empresariales que van a Freehouse a hacer sus prácticas la experiencia les resulta más enriquecedora y estimulante que ser contables en una entidad bancaria.

La tecnología es sobre todo una oportunidad para los impulsores de este espacio que bromeando llaman Silicon Prau. Para Samuel Ordieres, la tecnología es como un hacha «que puede servir para atacar a una persona o para cortar leña». Todo depende del uso, asegura este ingeniero informático: «Con una impresora 3D puedes crear una pistola, pero también una prótesis para una persona que ha perdido una pierna». Más cauto con respecto a los usos de la tecnología se muestra Menéndez, que ve tanto sus peligros en manos de determinados Gobiernos y multinacionales, como también su potencialidad a la hora de acelerar movimientos sociales y procesos de cambio: «El mainstream tecnológico lleva asociado el problema del control, por lo que hay que apostar en la medida de lo posible por el código abierto y el software libre».

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 37, MARZO DE 2015

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