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Atlántica XXII

The Smiths: this charming band

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The Smiths: this charming band

The Smiths en una foto promocional del grupo.

The Smiths en una foto promocional del grupo.

Antonio Barral / Musicologista.

No deja de parecer algo extraordinario la relevante vigencia de The Smiths treinta y cuatro años después de su nacimiento artístico. Eso de la llama eterna es precioso. Las historias de Morrissey siguen emocionando hasta lo más profundo del alma y la música es sublime. Como El grito de Munch, eternamente modernos. No es difícil acertar si empiezas por lo obvio. Hay que decirlo de una forma clara y rotunda: lo especial de The Smiths, lo que les hace únicos, son las canciones. Y The Smiths tienen un corpus obri excepcional, una sobresaliente colección de hermosas canciones, desde la primera, Hand in glove, hasta la última, Girlfriend in a coma, canciones que cimentaron el movimiento llamado Indie Rock. Fueron la música original de una generación, la de los años ochenta, que se dio de crismas con su realidad triste y desdichada, la del jarrón de la utopía roto y hecho añicos por el suelo.

Sin fecha de caducidad

Siguen siendo especiales The Smiths en 2016 porque cuando te sientes triste, desdichado e intentando recomponer el jarrón con lo que hay, no te queda otra, necesitas oír sus canciones. Lo que inmortaliza su obra, como la de, digamos, Billy Bragg, Kraftwerk o Van Morrison, es precisamente la ausencia de fecha de caducidad. Las letras expresan la desesperación, la violencia infantil, la mala educación, la sociedad hipócrita y anacrónica, las relaciones frustrantes… todos esos pequeños o grandes dramas de los que nadie quiere hablar para no joder las (falsas) sensaciones felices.

En el siglo veinte, en el veintiuno… la revolución no será televisada. Las letras de Stephen Patrick  Morrissey (masacrado por los media hasta convertirlo en zombi), especialmente al comienzo de la carrera del grupo, podrían ser acusadas de provocar el morbo, la apología del suicidio –y tiene unas cuantas deliciosas sobre el asunto como Handsome devil, Reel around the fountain, The hand that rocks the cradle…–, pero nada es cierto sobre lo último y sí mucho de lo primero.

Morrissey y Marr

Las letras son intelectuales, serias, artísticas, honestas, alejadas de los tópicos vulgares, que, sin buscar controversia, deliberadamente la crean, canciones cantadas con un lirismo natural y optimista de humor wildeano, palabras apasionadas, propulsadas desde el alma con vibración artística en la expresión, con distintivo estilo vocal, con el ánimo arriba al fin. Estamos en 1983 y en la música popular británica triunfan los teclados estrafalarios y horteras, reinan los peinados horteras y estrafalarios, y el techno pop estrafalario y hortera –entiéndase Wham!–. No parecía buena idea una banda de guitarras en un mundo donde las guitarras se llevaban como imagen, desenchufadas –léase Frankie Goes to Hollywood–. ¡Y con ese cantante! ¡Y con esas letras! No, no parecía muy buena idea.

Las apariencias engañan y Morrissey enhebró con el joven músico Johnny Marr algo mágico, místico, aural. No se han encontrado todavía referencias muy claras sobre la procedencia del estilo creativo –no solo como guitarrista– del compositor Johnny Marr, creador de toda la música de la banda, derroche de colores y pantones musicales, sonidos rabiosos en el rock, de cámara o sinfónicos en el pop, mancunianos en el beat. Ha declarado estar influenciado por el sonido de la Motown, T. Rex, The Byrds, Buzzcocks, Magazine…, pero la música de The Smiths no suena a nada de eso, suena consistente, nueva, envolvente, creada y ejecutada con energía y habilidad, inspirada en unas letras provocadoras y extraordinarias, palabra a palabra. Alguien que escribe dos canciones como Still ill y This charming man en un pispás la tarde anterior a la célebre sesión con John Peel en la BBC en mayo del 83 –aparecidas en Hatful of Hollow–, no puede ser otra cosa que un jodido genio de 19 años.

No estaba solo, tenía al lado a dos músicos muy solventes, Andy Rourke (bajista), al que conocía desde los 14 años, y Mike Joyce (batería), para darle alegría (o tristeza) a la rítmica. Imagino a Marr en Manchester montando esos dos himnos con los colegas en estado de excitación nivel amarillo subiendo a rojo, en modo Union Music Workers y con la conciencia de estar haciendo algo grande de verdad. A The Smiths les pasa como a The Rolling Stones, raro es no encontrar referencias musicales suyas en todos los grupos del género posteriores a ambos lados del Atlántico: The Housemartins, James, Felt, Suede, Radiohead, Oasis, Blur, Arctic Monkeys, Pixies, Throwing Muses, The Stone Roses…

El single 'This charming man' es la quintaesencia de los primeros The Smiths.

El single ‘This charming man’ es la quintaesencia de los primeros The Smiths.

Las portadas más bonitas

Recordemos que tres de las bandas fundamentales del Indie Rock de la década de 1980, Hüsker Dü, REM y The Smiths, tenían cantantes muy alejados del estereotipo sexual habitual, era el no-macho rock. Para muchos, The Smiths son el grupo con las portadas más bonitas de la historia de la música, esas esmeradas, buscadas hasta la obsesión fotos de todo el altar artístico de los dioses morrisseianos –aunque a Terence Stamp y Albert Finney no les hizo ninguna gracia aparecer en las carátulas– del cine, el teatro, la literatura y la música.

El experimentado guía por el territorio musical Smiths sugiere seguir un orden cronológico y empezar por Hatful of Hollow (1984,Rough Trade, primera compilación, segundo larga duración), luego The Smiths (1984, Rough Trade, primer elepé),después Meat is murder (1985, Rough Trade, segundo álbum), The Queen is dead (1986, Rough Trade –para muchos su obra cumbre–), Louder than bombs (1987, Sire Records, USA, segunda compilación)…, y así hasta el final. Un exhaustivo recorrido por una colección de obras que te lleva a pensar que esta banda no sabía otra cosa que hacer buenas canciones. Editaron en su quinquenio existencial con un evocador espíritu independiente, trasgresor, eludiendo estrategias promocionales de producto con gusto edulcorado, huyendo de videos bochornosos, exhibiendo insularidad, apartados de la banalidad.

Para muchos This charming man es la mejor canción de la banda. Nunca apareció en los elepés oficiales del grupo, solo en single y como extra en la casete del primer álbum. Hubo tres versiones: Manchester, Londres y New York. Esta última tipo “dance” para el mercado norteamericano, bastante desafortunada, y la grabación en directo para el programa de John Peel de la BBC, la primera en el tiempo de todas, que aparece en el disco Hatful of Hollow. Es curioso que no aparezca en el disco de las Peel Sessions (1988, Strange Fruit/BBC), está toda la sesión excepto This charming man. Cuando Warner se hizo con el catálogo de Rough Trade en los años noventa y reeditó la discografía del grupo, el New Musical Express la nominó como single de la década, unos años más tarde otro medio (británico) la colocó en el número 1 de las mejores canciones de rock del siglo XX y The Queen is dead fue elevado a mejor álbum del milenio –Melody Maker dixit–.

Sexualidad y catarsis social

A muchos (incluso británicos) les parecerá una sobrada, a uno tan abducido por su música, ese que compraba los discos cuando salían en la misma tienda de la discográfica Rough Trade de Portobello los sábados por la mañana, que aprendía inglés cantando sus letras, a ese, no, en absoluto, para ese, This charming man es la quintaesencia de los primeros Smiths. Es la primera producción para el segundo single de la banda del menospreciado luego por la banda, y para mí imprescindible, John Porter, que pese a quien pese, fue el productor que el grupo necesitaba en aquel momento para darse a conocer masivamente (The Smiths, su primer álbum, fue número 2 de las listas de ventas de LPs en Reino Unido).

Cierto que la versión grabada en directo por Roger Pusey para la sesión de John Peel es arrebatadora, intensa, rápida, enorme, ¡directa! Cada una para su momento, pero tengo especial predilección, me encandila la belleza de la del estudio con esa portada que ofrece a Jean Marais reflejando su cara en el agua, un fotograma de la película Orfeo de Jean Cocteau. La sensual y alegórica historia del ciclista tirado que se enamora del conductor del vehículo que lo refugia no hubiese transcendido a ninguna parte sin “un ritmo infeccioso” (Andy Rourke, ¿qué va a decir él?), “…magia, un tesoro melódico, de otra liga…” (Brett Anderson, Suede), “…mi sonido de la Telecaster con el vibrato del Fender Twin Reverb a tope” (Johnny Marr), el canto hipnotizante, embriagador, aditivo como el de las  sirenas de Ulises… “this chaaaaarmiiiing  maaaaaan”. De la alegría a la tristeza, con humor: “…I would go out tonight but I haven´t got a stitch to wear…”.

Al igual que Hand in glove, This charming man es otra canción de amor (no confundir con balada) con mucho de misticismo y dedicada a Johnny Marr por Morrissey. El universo literario de Morrissey explotó después de las primerizas declaraciones de amor al colega y se amplió con un recorrido vital hacia otros territorios: la exposición mediática, la sexualidad, la catarsis social y humana, la confianza en la solución rousseauniana (“…nature must still find a way…”).

Los singles posteriores a This charming man, What difference does it make?, Heaven knows I´m miserable now, William it was really nothing, How soon is now?, Shakespeare’s sister, The boy with the thorn in his side, Bigmouth strikes again, Panic, Shoplifters of the world unite, con sus deliciosas caras B, y los elepés Meat is murder, The Queen is dead… completaron en menos de cinco años una obra sensacional. No quiero que se vuelvan a juntar. No necesito más. Cuando le preguntaron a Juan Rulfo: “Maestro, ¿cuándo escribirá una nueva novela?”, dijo: “Para qué, ya he escrito una”. Y lo dejo, ebrio por la pasión de los grandes amores: This charming band.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 45, JULIO DE 2016

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