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Atlántica XXII

Transfuguismo y crímenes políticos en Corao, una aldea de Cangas de Onís

Afondando

Transfuguismo y crímenes políticos en Corao, una aldea de Cangas de Onís

Corao está a los pies de los Picos de Europa.

Corao está a los pies de los Picos de Europa.

Ramón García Piñeiro / Historiador.

A Pablo José Modroño Álvarez, por tradición familiar, también le llamaron como a su abuelo ‘El buen hombre de Corao’, aldea en la que fue alumbrado en 1909. Consta de su infancia que cursó estudios en el Liceo Asturiano de Oviedo, donde coincidió con Alfonso Pendás González, un vecino de Labra del que primero fue adversario y, más tarde, correligionario político. Dada su arrogancia y arrolladora personalidad distó de ser, desde su temprana juventud, un vecino discreto que pasara inadvertido. Contribuyó a su notoriedad que regentara un establecimiento mixto, con fonda, donde hoy se encuentra el denominado Bar Abamia, centro neurálgico en torno al que gravitaba la actividad cotidiana de la aldea por su doble condición de comercio de ultramarinos y local de esparcimiento durante las horas de asueto.

La identificación de Modroño con el republicanismo quedó de manifiesto en vísperas de la proclamación de la II República. Durante la polarizada campaña electoral de la primavera de 1931 combatió al mencionado Alfonso Pendás, candidato por Corao de la lista monárquica. Presa de una indisimulada satisfacción por el cambio de régimen tras el recuento de votos y la subsiguiente movilización popular, dispuso una bandera republicana de grandes proporciones en el emplazamiento más visible de su aldea natal. Desde esa fecha, se convirtió en un ardoroso orador republicano y ejerció de chófer para Ángel Sarmiento González, masón, fundador de la Sociedad de Labradores ‘El Despertar’ de Corao, director de La Voz del Labrador, presidente de la Federación Agrícola Asturiana y diputado electo por la circunscripción de Oviedo en la elecciones generales de 1931.

No consta que remitiera su entusiasmo izquierdista hasta que el curso de la Guerra Civil fue adverso para las armas republicanas. Dos acciones urdió para extender los remotos ecos de la revolución de octubre de 1934 a Cangas de Onís: el asalto al Ayuntamiento y un atentado personal contra Basilio Álvarez Martínez, cura de Corao, considerado el estandarte de la España reaccionaria. La primera, pergeñada en el prado de Canzolaz, no pasó del grado de tentativa, pese a que solicitó armas de vecinos como Luciano Fernández. La segunda se saldó con la explosión de un cartucho de dinamita en el tejado del cura, artefacto dispuesto por Leandro Valle a instancia de Modroño. Tras las elecciones de febrero de 1936, organizó un banquete en su propia casa para celebrar la victoria del Frente Popular y homenajear a Azaña, en el que hizo uso de la palabra con su proverbial y ardorosa contundencia.

Cambio de bando

Una de las pocas fotos existentes de Pablo José Modroño. Foto / Benjamina Miyar (Archivo de la Asociación Cultural Abamia).

Una de las pocas fotos existentes de Pablo José Modroño. Foto / Benjamina Miyar (Archivo de la Asociación Cultural Abamia).

En abril de 1937 fue movilizado por el Ejército popular y, cuando apenas habían transcurrido dos o tres semanas de su incorporación, inopinadamente se pasó a los sublevados por Oseja de Sajambre y el puerto del Pontón con una relación precisa del emplazamiento de polvorines y comandancias republicanas, certeramente bombardeadas por la aviación rebelde. En Riaño se adhirió a una bandera de Falange y, con ella, participó en la ocupación de Corao no bien fueron desarbolados los frentes republicanos.

Sus vecinos recibieron con perplejidad la noticia y polemizaron acaloradamente sobre los motivos que le habían inducido a cambiar de bando, pero no se pusieron de acuerdo. Los falangistas retrotrajeron su desafección al asesinato de Calvo Sotelo, cuya muerte condenó pistola en ristre, e, incluso, al nombramiento de Azaña como presidente de la República, decisión que, al parecer, no había compartido. Sus antiguos correligionarios, por el contrario, atribuyeron su deserción a que no le habían sido abonadas las mercancías que le incautaron en su tienda de ultramarinos y a que no le habían proporcionado el puesto que creía merecer en el organigrama del Frente Popular. Al parecer, su esposa había pretendido para él un cargo relevante, alejado de la línea de fuego, en el Batallón del mítico ‘Coritu’. No fue esta la última sorpresa que les iba a deparar su camaleónico vecino, ni el único vaivén pendiente de esclarecer en su azarosa y turbulenta existencia.

Convertido en Agente de Investigación de Falange y provisto de pistola, Modroño persiguió a sus antiguos correligionarios con la saña propia del neófito deseoso de eliminar cualquier vestigio de un pasado incómodo. Antonio Álvarez Caso, Santos Martínez Rosete, Leandro Valle y Ángel Berdayes Alonso ‘El Pájaro’ fueron antiguos secuaces a los que contribuyó a capturar e incriminar. Todos fueron pasados por las armas excepto Rosete, al que le conmutaron la pena de muerte por la inferior en grado. Santa Alonso Fanjul, de Mestas de Con, admitió que le profesaba inquina desde que su padre había sido detenido por Modroño y “paseado” a la semana de su captura. Sostuvo que se paseaba ufano con las botas de su progenitor y pregonaba que no se las devolvería porque “las necesitaba para coger a otros pájaros”.

El esfuerzo dedicado a limpiar sus antecedentes, eliminando todo testigo comprometedor, no le restó ni un ápice de protagonismo a la hora de participar, como el camisa vieja con más solera, en el reparto del botín de guerra. Procedió a la incautación de los bienes de los izquierdistas de Corao, en particular de los que habían huido o tenían familiares ocultos una vez fue ocupada la aldea. Para legalizar el expolio, las propiedades se adjudicaron en pública subasta, a la que únicamente asistían los falangistas de Cangas de Onís, que previamente habían convenido el reparto de los lotes y cuánto estaban dispuestos a pujar por cada uno ellos.

Tomasa Álvarez Vega le acusó de haberse quedado con el automóvil de su padre, Antonio Álvarez, ejecutado el 10 de enero de 1938. Cuando Ángel Antonio Iglesias y su hermano José Ramón, también esquilmados por ‘El buen hombre de Corao’, pretendieron recuperar una bicicleta que les había sido arrebatada, fueron encañonados y amenazados con ser encarcelados de por vida. Según Dolores Sánchez Entriago, además de muebles y otros enseres, se apropió de toda su cosecha de maíz.

A los damnificados, estigmatizados por su condición de izquierdistas, no les quedaba otra opción que aceptar el expolio y callar. Fue aleccionadora al respecto la trágica muerte de Manuel Álvarez Rodríguez, un vecino de La Estrada “paseado” por una bandera falangista. Tras no poca insistencia, en febrero de 1936 éste había adquirido a José Álvarez Carcedo, tío carnal de Modroño, por 1.200 pesetas, tres fincas denominadas Pradón de la Piniella, Matida y Llanón. No bien Corao fue tomado por los sublevados, bajo la disuasoria amenaza de una pistola en la nuca, le obligaron a revertir el contrato de compraventa, devolver los predios adquiridos dos años atrás y aceptar en compensación 1.200 pesetas abonadas con belarminos, moneda que carecía por completo de valor en la España franquista.

Pese a haber aceptado una moneda que no era de curso legal, el 13 de agosto de 1938, de madrugada, recibió la visita de una Centuria de Falange destacada en Intriago, fue sacado de su domicilio por la fuerza y represaliado en algún lugar de las inmediaciones. Su hija Gloria sostuvo que les irritaba la mera existencia de la víctima, ya que les recordaba la vileza de su expolio. Cuando el tío de Modroño puso las fincas nuevamente en venta, dada su procedencia, nadie quiso comprarlas. Para que todo quedara en casa, fueron adquiridas por la madre de Modroño.

En abril de 1939, cuando estaba destinado en Almazán (Soria) como soldado en el Batallón de Automóviles nº 1 del Ejército del Centro, Modroño compareció por primera vez ante la justicia militar franquista. Pese a los servicios ya prestados al “Glorioso Movimiento”, no fue esta la última vez que pasó por este enojoso trance. Manuel Martínez Llerandi, de Sobrecueva, y Primitiva Álvarez Blanco ‘La Caldilla’, de Cajigal de Corao, presentaron una denuncia en la que pormenorizaron sus antecedentes como “acérrimo propagandista de la causa roja” y le imputaron, cuando menos en calidad de inductor, el asesinato de Basilio Álvarez Martínez, cura de Corao.

Primitiva, que se identificó como adicta al régimen, también le atribuyó que saqueaba sin miramientos hasta las casas de algunos derechistas, incluida la de ella, y que le había propinado mortales palizas a un hijo suyo, al que sacaba del domicilio por las noches con este propósito.

El cura de Corao, Basilio Álvarez Martínez, rodeado de comulgantes. Considerado el estandarte de la España reaccionaria, su asesinato se le atribuyó a Modroño. Foto / Benjamina Miyar (Archivo de la Asociación Cultural Abamia).

El cura de Corao, Basilio Álvarez Martínez, rodeado de comulgantes. Considerado el estandarte de la España reaccionaria, su asesinato se le atribuyó a Modroño. Foto / Benjamina Miyar (Archivo de la Asociación Cultural Abamia).

El asesinato del cura

Aunque los falangistas más conspicuos de Cangas de Onís, como Raimundo Pantín González y Cayetano Cadenaba Carriedo, se movilizaron para “desenmascarar” a los denunciantes y garantizar que Modroño se sintiera “orgulloso y tranquilo en la España de Franco”, pesaba sobre su sombra un crimen que para las autoridades no se podía escamotear por muy relevantes que hubieran sido sus servicios a posteriori.

En su descargo, atribuyeron la muerte del sacerdote a quienes le habían detenido cuando pretendía celebrar en Soto la boda del veterinario de Cangas: Enrique González, Santos Martínez Rosete –hijo de Llerandi, uno de los denunciantes– y Ángel Berdayes Alonso, ejecutado por este motivo el 30 de agosto de 1939. En su afán por respaldar a Modroño, destacaron que no había cejado hasta que capturó a Rosete y, contra toda evidencia, que sus relaciones con el cura siempre habían sido cordiales.

Concluyeron que los denunciantes no estaban animados por más afán que el resentimiento y la venganza: en el caso de Llerandi por la muerte de un hijo ante el piquete de ejecución y en el caso de ‘La Caldilla’ porque Modroño le había incautado una sustanciosa partida de géneros que los falangistas consideraron producto del saqueo. Además, sus testimonios fueron refutados con el socorrido argumento de que eran marxistas resentidos.

Pese al miedo que atenazaba a quien osara testimoniar contra un falangista como Modroño, aunque fuera de nuevo cuño, no pocos vecinos corroboraron que había mantenido un tenso enfrentamiento con el cura, rayano, no pocas veces, en la agresión física. La pugna quedó abierta desde el día de la proclamación de la República al pretender Modroño, so pretexto de que no le dejaban dormir, que no repicaran las campanas de la iglesia. En su particular cruzada por el control del espacio público de la aldea pregonaba a los cuatro vientos que en Corao no necesitaban al cura para nada.

América Pubillones García evocó que la madre de Modroño había expresado públicamente su deseo de ver colgado al cura porque le consideraba responsable de la detención de su hijo por su implicación en la Revolución del 34. Atribuyó al propio Modroño que en la sede de la Cooperativa de Corao había ofrecido a Leandro Valle 100 pesetas y una pistola, e incluso un automóvil para huir, si le pegaba un par de tiros al cura. Una tía de Leandro declaró que se servía del alcohol y del carácter apocado de su sobrino para dominar su voluntad e inducirle a cometer tales actos. Benito Tames atribuyó a Sarmiento y a Modroño la detención del cura “durante la dominación roja”. Otro vecino apostilló que Modroño lo obligaba a desfilar desnudo por las noches coincidiendo con fuertes heladas.

Al poco tiempo de haberse iniciado la sublevación militar de julio de 1936, Ángel Sarmiento, Ángel Menéndez, Manuel Torres –a la sazón alcalde–, Luis Vega Pubillones y el propio Modroño habían transformado la iglesia de Corao en cárcel, para la que habían designado como carcelero a Santos Martínez Rosete. A continuación retiraron todas las imágenes y ornamentos religiosos del recinto para apilarlos en la sacristía, cuyo acceso fue tabicado, lo que no fue óbice para que acabaran siendo pasto de las llamas. Habían completado su labor de secularización del inmueble desmontando las campanas, al parecer utilizadas para acuñar moneda, simbólico acto ante el que Modroño dejó pública constancia de la satisfacción que le embargaba por haber puesto coto al poder espiritual de la Iglesia en Corao. Bastaron estas evidencias, así como su enconado pulso con el cura, para que el vecindario le atribuyera, aunque no hubiera sido el autor material, el despojo de las campanas y la destrucción de las imágenes de culto.

Huidos, capturados y muertos

Fernando Prieto Moro ‘Alegría’ simula un asalto a un colaborador no identificado. Foto / Benjamina Miyar (Archivo de la Asociación Cultural Abamia).

Fernando Prieto Moro ‘Alegría’ simula un asalto a un colaborador no identificado. Foto / Benjamina Miyar (Archivo de la Asociación Cultural Abamia).

Aunque por cargos menos graves e indicios más lábiles fueron pasados por las armas no pocos derrotados, la causa abierta contra Modroño en 1939 fue sobreseída, a propuesta del auditor, por no haber quedado debidamente acreditadas las acusaciones. Reabierta en 1946 con cargos más contundentes, también fue sobreseída con el subterfugio de que “la cosa ya estaba juzgada”, aunque propició, para fugaz regocijo de sus numerosos enemigos, que al menos fuera ingresado en prisión entre el 21 de octubre de 1946 y el 22 de febrero de 1947. Para entonces ya se atenuaban los ecos de su etapa como rojo y, además, exhibía en su camisa azul dos galardones: las capturas y muertes de Fernando Prieto Moro ‘Alegría’ y Jerónimo Gutiérrez Pardo ‘Jeromín’, dos de los huidos más escurridizos del oriente de Asturias.

Para retomar el contacto con ‘Alegría’, con el que había compartido ideales y correrías durante el periodo republicano, recurrió a los servicios de la joven Luz Trespando Caso ‘Viuda de Vallina’, que estaba en contacto con el huido. Utilizando como cebo el suministro periódico de alimentos y ropa, venció sus recelos iniciales y lo atrajo hacia su propia casa, donde urdió una celada en la que resultó muerto el guerrillero la madrugada del 4 de noviembre de 1945. Consta oficialmente que fue abatido por el sargento Manuel Joglar Sánchez, pero algunos vecinos sospecharon que fue el propio Modroño, tal vez envenenándolo, quien acabó con su vida, circunstancia que se omitió para evitar represalias. Se supuso que contribuyó a la muerte de su amigo del pasado, con el que estaba emparentado, para que no quedara vivo ningún testigo de cargo de su etapa republicana.

Con independencia de su filibusterismo político, el vecindario de comunión diaria de Corao no reconocía a Modroño como uno de los suyos por su “pésima conducta moral pública y privada”. Le consideraban un indeseable, pese a su condición de falangista, porque había repudiado a su esposa y cohabitaba con América Riestra Campo, con la que tuvo descendencia. Ello no le impidió, en connivencia con la Guardia Civil de Posada de Llanes, seducir a una hermana de Teresa Alonso del Valle, esposa de ‘Jeromín’, para acercarse al huido y convertirse en enlace. Teresa se opuso a la relación por la condición de soltera de su hermana y por desconfiar de las verdaderas intenciones de Modroño, al que denominaba ‘El Cabrón’. Por este motivo, en enero de 1945, discutieron ‘Jeromín’ y Modroño en el domicilio de Ángel Amieva Amieva, un enlace de Caldueño. La reyerta no rompió la relación ni evitó que Modroño contribuyera a la muerte de ‘Jeromín’ el 4 de agosto de 1945.

El 28 de mayo de 1946, coincidiendo con la Feria de Corao, una partida compuesta por 16 guerrilleros de la Brigada Machado se presentó en Corao y puso cerco a su domicilio, cuya puerta trató de reventar sirviéndose de un poste de teléfono como ariete, propósito que no lograron por las adversas condiciones meteorológicas y la defensa que ofrecieron Modroño y su compañera, América Riestra, que resultó herida leve en una mano por el rebote de una bala. Persuadido de que no cejarían hasta vengar las muertes de ‘Alegría’ y ‘Jeromín’, abandonó su aldea natal rumbo a Argentina, donde dicen que fue asesinado. Más allá del océano dispuso de una nueva oportunidad para hacer tabla rasa y comenzar de nuevo, a no ser que los demonios del pasado no le dejaran conciliar el sueño. No debió de aprovecharla.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 45, JULIO DE 2016

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