Afondando
Tres libertarios franceses en las cárceles franquistas
Texto: Steven Forti. / Historiador.
Fotografías: Archivos personales de Jacqueline Tardivel y Alain Pecunia.
“Fueron unos años solares y felices. ¡Era cojonudo! Queríamos hacer la revolución. ¿Valía la pena? Sí, lo tengo claro: ¡valía la pena!”, explica, amable y dicharachero, en una conversación telefónica desde su casa de París, Alain Pecunia. Con estas palabras resume sus años mozos, durante la década de los sesenta, entre la Francia de De Gaulle y la España de Franco. La historia de Alain Pecunia es poco conocida a este lado de los Pirineos, aunque su vida tiene mucho que ver con España y con el antifranquismo. En 2004 relató aquellos años en Les ombres ardentes. Un français de 17 ans dans les prisons franquistes. “Se habla mucho de los intelectuales que lucharon contra Franco, pero de los obreros y de los campesinos muy poco. Es por esto que escribí este libro”, comenta. “En la cárcel de Carabanchel estaba con los campesinos de Valencia y con los mineros de Mieres. A ellos les dediqué Les ombres ardentes, para que no nos olvidemos de sus luchas”.
Un joven libertario en París
En 1958, con tan solo trece años, Pecunia participa en algunas manifestaciones en contra de la guerra de Argelia organizadas en París por la Juventudes Comunistas. A los dos años se acerca al grupo de “Verité-Liberté” dirigido por Pierre Vidal-Naquet y al círculo libertario Luise Michel, unos humanistas muy aficionados a Leo Ferré, como recuerda en su libro. A comienzos de 1961 un Pecunia aún “republicano rebelde y romántico” conoce a un exiliado español, Paco Abarca, con quién constituirá una Sección Anti OAS, la organización terrorista de extrema derecha dirigida por el general Raoul Salan, creada después del referéndum de autodeterminación de Argelia. A través de Abarca, Pecunia será introducido en el mundo de los españoles libertarios exiliados en el país galo. En los meses siguientes conocerá a Octavio Alberola y a Luis Andrés Edo.
Eran los años en que la CNT, tras el congreso de Limoges del verano de 1961, se había reunificado y había decidido constituir –no sin oposiciones, como la de Federica Montseny– el grupo de Defensa Interior, un organismo secreto que tenía como objetivo relanzar la lucha contra el franquismo y del cual eran miembros tanto viejos líderes anarquistas (Cipriano Mera y Juan García Oliver) como elementos de la nueva generación (Alberola). Las primeras acciones estaban previstas para la primavera y el verano de 1962. La Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL) empezó una serie de acciones simbólicas contra intereses turísticos españoles, como bancos, aviones y sedes de Iberia, para obligar a la prensa francesa e internacional a hablar del régimen franquista.
Pecunia se involucra cada vez más. En junio y julio de 1962 participa con otros dos franceses, François Poli e Jacques Noël, en una serie de acciones en España. En menos de dos meses cruza la frontera al menos tres veces en Hendaya y en La Jonquera –viajando en tren o en autocar– para llevar material a un compañero en Barcelona y para observar los controles de la policía franquista. Son los días de la operación del grupo de Jorge Conill, que pone tres bombas en Barcelona en la noche del 29 de junio de 1962. Poco después del intento de asesinato de Franco en San Sebastián por parte de un grupo coordinado por los mismos Mera y García Oliver, Conill será capturado y condenado a muerte. Solo una campaña internacional de protesta, en la cual destacará un mensaje de Pablo VI a Franco y el secuestro del vicecónsul español en Milán, Isu Elías, por parte de unos jóvenes libertarios italianos, llevará a que el Consejo de Guerra conmute la pena de Conill por cadena perpetua.
Fue en aquel periodo cuando Pecunia conoce a Jacinto Ángel Guerrero Lucas, el Peque, por aquel entonces estrecho colaborador de Alberola en Defensa Interior y muy probablemente ya confidente de la policía española. En una de esas andanzas, en la playa de Canet de Mar, Guerrero Lucas será el responsable de la desaparición de una maleta que contenía buena parte del organigrama libertario en el exilio. “Guerrero Lucas no me gustaba como persona. No parecía un libertario, era muy mandón y olía a informador”, dice Pecunia. “Es que los libertarios españoles en el exilio no pensaban en las infiltraciones. Todo esto parecía una paranoia. No había mucha seriedad. Todo era muy naíf”.
La “Operación de Primavera”
A finales de marzo de 1963, contra la opinión de Alberola, Abarca pide a Pecunia participar en otra operación. Es el único de los tres franceses que sigue activo. Por miedo a ser identificados, Poli y Noël habían abandonado las operaciones. El 3 de abril, vía Toulouse, Pecunia llega a Barcelona con dos cargas de plástico escondidas en un paquete de chupetes Pierrot Gourmand y unas botellitas de ácido sulfúrico y de clorato de potasio en los bolsillos de la chaqueta. Era todo lo que necesitaba para fabricar dos pequeñas bombas. En Barcelona, Pecunia coge un barco para Palma de Mallorca, donde se queda dos días como un normal turista de vacaciones. A la vuelta coloca los dos “petardos” en el barco “Ciudad de Ibiza”: el primero no explota, el segundo lo hace antes de que el barco llegue a Barcelona. No hay heridos, solo un pequeño susto por una familia de estadounidenses de vacaciones. Pecunia consigue coger el tren rumbo a Francia, pero la tarde del 6 de abril lo detienen en la frontera entre Port Bou y Cerbère. Pasará dos noches en la Jefatura de Policía de Vía Layetana y unas tres semanas en la Cárcel Modelo de Barcelona. “Era nuestra guerra contra el fascismo”, dice Pecunia. “Mi padre había hecho la resistencia en Francia y mis bisabuelos italianos eran de la Carbonería. Sabes, con veinte años no pensábamos en la vejez”.
El problema es que Pecunia no estaba solo en esta operación, aunque no conocía la identidad y las misiones de sus compañeros. El acuerdo era que otros dos jóvenes franceses debían entrar en España después de su regreso. Pero no fue así. Guy Battoux llegó a Madrid el mismo 3 de abril vía Hendaya con el objetivo de poner una bomba delante de la embajada de Estados Unidos, pero aquel joven de Lyon de 23 años se puso malo y fue detenido el 7 de abril antes de colocar los petardos. Bernard Ferri, de 20 años y perteneciente al grupo trotskista Voix Ouvrière, fue capturado en Valencia el 8 de abril, cuando estaba a punto de colocar una bomba delante de la sede de Iberia. “Un chico serio”, lo definió la prensa francesa, en aquellos días. En la primera carta que escribió a su familia desde la cárcel de Valencia, el día 14 de abril, Ferri explicaba francamente que “es inútil arrepentirse ahora: lo que se ha hecho, se ha hecho. Estoy aquí por razones políticas: he puesto una bomba contra el régimen de aquí. Pero ya que hay un chivato en la organización en Francia, me han pillado en la estación justo antes de volver a Francia”. Había también un cuarto hombre que jamás fue detenido ni identificado. Este misterioso personaje se había trasladado a Alicante y el 9 de abril pudo pasar la frontera francesa sin grandes problemas.
En las cárceles franquistas
Para el régimen franquista los tres franceses son un comando, hecho que le permite juzgarlos en un Consejo de Guerra sumarísimo, llevado por el juez instructor Antonio Balbas Planelles. Es un momento delicado donde el franquismo demuestra toda su crueldad. El 20 de abril se ejecuta a Julián Grimau y la mañana del 17 de agosto es el turno de los jóvenes libertarios Francisco Granados y Joaquín Delgado, acusados sin prueba alguna de haber colocado a finales de julio dos bombas en la Dirección General de Policía y en la sede central del Sindicato Vertical franquista en Madrid. Será otro “crimen legal” perpetrado por el franquismo. Pecunia, Ferri y Battoux se encontraban ya en la cárcel de Carabanchel a principios de agosto. Ahí se conocieron, esperando el Consejo de Guerra. La celda de Pecunia se encontraba justo arriba de los calabozos en que se quedaron por poco más de una semana Delgado y Granados. “Se fueron muy solitos a la muerte”, recuerda Pecunia. “Con todos los otros detenidos políticos estuvimos de luto una semana”.
El Consejo de Guerra se celebró finalmente el 17 de octubre en la calle del Reloj de Madrid. La sentencia estaba cantada. Solo el abogado de Battoux, Alejandro Rebollo, que ya había defendido a Grimau, hizo su trabajo. Treinta años y un día para Ferri, dos penas de doce años y un día para Pecunia y quince años y un día para Battoux. El cónsul francés en Madrid intervino directamente, pero no consiguió rebajar la pena.
Los tres fueron enviados a tres cárceles distintas: Cáceres, Carabanchel y Burgos. En la cárcel madrileña Pecunia estará casi dos años. “La cárcel era la escuela de la revolución, como se decía en aquella época”, recuerda. En 1964 en la Sexta Galería había unos 250 detenidos políticos. Ahí conoce a los mineros asturianos, a los comunistas del Levante, a algunos catalanes del PSUC, a otros libertarios –como el escocés Stuart Christie y los tres miembros de la Alianza Sindical Obrera: Francisco Calle Mancilla Florián, José Cases Alfonso y Mariano Agustín Sánchez–, y a varios miembros del “Felipe”, como Nicolás Redondo y Nicolás Sartorius. “En la cárcel éramos todos compañeros, aunque había divergencias políticas”, señala.
Unos extraños accidentes
Las presiones francesas son cada vez mayores: el Gobierno de De Gaulle, varios senadores y muchos intelectuales intervienen públicamente o con cartas enviadas al Gobierno franquista. Entre estos, el antiguo colaboracionista Alfred Fabre-Luce, que tenía muy buenas relaciones con Manuel Fraga, entonces ministro de Información y Turismo. Le Monde dedica varios artículos a esta historia. Para Pecunia, todo esto se explica porque “éramos jóvenes pequeño-burgueses y las penas eran muy altas. Además éramos anarquistas y esta derecha diferencia entre comunistas y anarquistas”.
Por sugerencia del cónsul francés Pecunia firma en julio una petición de indulto que se le concede y el 17 de agosto sale de la cárcel. Su vuelta a Francia fue discreta: ésta era la condición para que sus dos compañeros pudiesen salir también cuanto antes de las cárceles franquistas. Pero Ferri y Battoux deberán esperar. En los meses siguientes Pecunia prosigue su activismo político con la participación en el Comité Espagne Libre y la preparación de una lista de la izquierda no comunista en las siguientes elecciones municipales, conjuntamente con el futuro grupo 22 de Mayo de Daniel Cohn-Bendit. Además conoce al exiliado español José Pascual Palacios, con el cual tendrá unos encuentros semanales durante un año.
A finales de julio de 1966 también Ferri y Battoux son liberados. El 31 de ese mes Pecunia y Ferri vuelven a verse en París. Tenían planeado quedar en las semanas siguientes para hablar de otras operaciones, pero en la noche del 4 de agosto, después de una fiesta en casa de amigos, Pecunia sufre un extraño accidente en una carretera próxima a Nantes. Estará entre la vida y la muerte unas semanas, saldrá del hospital en otoño de 1967 y la fractura de la columna vertebral lo dejará en una silla de ruedas. La policía francesa hablará siempre y solamente de un accidente, pero Pecunia cree –también por el testimonio de su amigo Roger Noël, comisario de los Renseignements Généraux franceses– que fue una actuación de la policía francesa con la participación de elementos españoles. “Probablemente querrían darme una lección, pero la cosa fue mucho más dura y sobreviví por pura casualidad”, dice Pecunia. En la zona del Loira había muchos miembros de la OAS y también los que quedaban de los movimientos fascistas de la Cagoule y de la Milicia de la época de Vichy. En los años siguientes Pecunia luchará para conocer la verdad, pero en julio de 1976 su último intento acabó siendo archivado por la justicia gala.
Las extrañas coincidencias no se acaban con este acontecimiento. El 5 de agosto de 1976, justo diez años después del accidente sufrido por Pecunia, Bernard Ferri muere por una caída de piedras durante una escalada en Gavarnie, en los Altos Pirineos franceses. Ferri no podía volver a España. La que fue su compañera en aquellos años, Jacqueline Tardivel, está trabajando desde hace años en la biografía de Ferri, que muy probablemente se titulará Café des Oiseaux, el nombre de un café parisino donde Ferri, con dieciséis años, encontró a una gitana que le vaticinó que moriría joven por una herida en la cabeza. Tardivel está convencida de que fue un accidente. “Son frecuentes estas cosas en las escaladas. Los responsables de la caída de piedras además se identificaron: eran dos profesores de vacaciones. Aquellas piedras hubieran podido golpear a los amigos que estaban escalando con Bernard. Fue una fatalidad”.
Battoux es el único de los tres que no sufrió accidentes. En los años siguientes entró en el PCF en Burdeos y ahora vive en La Corneuve, en la periferia de París. El activismo de Pecunia siguió de todos modos también en los años siguientes: la causa española marcó su vida al menos hasta el 23-F. Participó en la Alianza Sindical Obrera y el Comité Espagne Livre, y en 1978 Luis Andrés Edo le propuso volver a España liberado por la CNT, pero rechazó la oferta: “No me veía en ese papel”, dice Pecunia. A partir de comienzos de los años ochenta, Pecunia se dedica sobre todo a la escritura y a su trabajo de corrector de imprenta. En su libro se encuentra una frase que dijo a sus compañeros anarquistas franceses en los años sesenta: “El fascismo de mañana sabrá inventar el fascismo sin ningún detenido, sin ninguna tortura. Porque habrá logrado insinuarse dentro de cada cabeza por manipulación o acondicionamiento psicológico y habrá sabido convencer de la inutilidad de cualquier tentativa en pro de otro mundo posible. Y será el más peligroso”. Observando la actualidad, quizás Pecunia no estaba equivocado.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 32, MAYO DE 2014

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