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Tributo a Oscar Wilde en la prisión donde pasó sus años negros

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Tributo a Oscar Wilde en la prisión donde pasó sus años negros

En la prisión de Reading pasó Oscar Wilde dos años de trabajos forzados. Foto / Rita Álvarez Tudela.

Rita Álvarez Tudela / Periodista (Reading, Reino Unido).

“Oh, mundo hermoso”, pronunció el escritor Oscar Wilde a la salida de sus años negros en la prisión de Reading, ciudad británica a medio camino entre Londres y Oxford. Dejaba atrás un episodio bochornoso, pues fue allí donde pasó de ser admirado y respetado por la sociedad británica a ser repudiado y olvidado por un delito cogido con pinzas. Le acusaron de “indecencia grave” por el simple hecho de disfrutar de su amor por otro hombre, Lord Alfred Douglas, sin el miedo a las habladurías de la tradicional sociedad victoriana.

Fueron dos años, entre 1895 y 1897, de trabajos forzados con otros reclusos, que en la mayoría de los casos cumplían condena por delitos de delincuencia. Poco importaba lo que hubieran hecho, todos eran tratados por igual. No tenían contacto con otros prisioneros y cuando eran llevados al patio para hacer una hora de ejercicios les cubrían el rostro. El acceso a obras literarias que Wilde tuvo durante esos meses se podía contar con los dedos de las manos, pero no faltaba la Biblia, y además, también tenía que acudir regularmente a la capilla del centro para recibir unas clases con las que pretendían “educarle” de su homosexualidad.

Angustia y vergüenza

Oscar Wilde fue condenado por su relación con Lord Alfred Douglas.

“Yo fui en un tiempo príncipe del idioma, no tengo palabras para expresar mi angustia y mi vergüenza”, escribía Wilde. Cuando se acercaban los últimos cuatro meses de su condena, la llegada de un nuevo responsable a la cárcel, Major Nelson, trajo consigo la aplicación de reglas más lasas. Eso le dio al escritor la posibilidad de escribir cartas a su amado, amigos y familiares, que no eran destruidas nada más ser soltadas de sus manos, como había ocurrido en las semanas previas.

Tenía papel y tinta, y, como buen escritor disciplinado, Wilde entregaba cada día sus breves escritos a los guardias de la prisión. En una de ellas escribía: “En las celdas, impera siempre la penumbra del crepúsculo, lo mismo que en los corazones”. Finalmente, tras tres meses de revisiones, los escritos de su puño y letra fueron publicados en varios extractos en formato de carta, si bien la versión final no llegó hasta 1949.

Wilde salió de prisión con la idea en mente de exiliarse a Francia y dar carpetazo a un mundo que no le respetaba. Fue así como terminó escribiendo en París, en el más absoluto anonimato. Volvió a la poesía de sus orígenes, con la Balada de la cárcel de Reading, en el que daba muestras con pelos y señales de la dureza de su vida en prisión. La buena noticia llegó tras su publicación, pues en apenas siete meses se agotaron siete ediciones de la misma.

Ahora, por primera vez en su historia, el edificio que albergaba la prisión de Reading abre al público sus puertas con la exposición “Dentro: Artistas y escritores en la prisión de Reading”, en la que rinden tributo al que fue su preso más famoso. A través de todo tipo de obras, ponen de manifiesto cómo Wilde fue un adelantado a su tiempo, con sus ideas transgresoras, y cómo su legado sigue más vivo que nunca.

La demanda popular, con más de 16.000 visitas desde su apertura a principios de septiembre, consiguió que el plazo para ver la exposición se ampliara otros dos meses, hasta el 4 de diciembre. Adentrarse en este intacto edificio de tres plantas, con mapa en forma de cruz y estilo victoriano, es sumergirse entre las mismas paredes en las que Wilde pagó su dura y desproporcionada condena.

En la celda hay una mesa con algunas de las lecturas de Oscar Wilde. Foto / Rita Álvarez Tudela.

Uno de los momentos más emotivos de la exposición se dio el pasado 16 de octubre, cuando el escritor irlandés Colm Tóibín leyó en su totalidad De Profundis desde la celda de Wilde, en un evento que fue transmitido por la BBC. Con motivo de la lectura, Tóibín explicó como si bien el escritor acusa en la carta a su amante Douglas de distraerlo de su arte y de gastar su dinero, ésta no puede ser leída a pies juntillas, pues “no da una cuenta exacta de su relación; algunas de las acusaciones son ciertas, pero otras son insignificantes y tontas”.

Un pedazo de cielo

En la celda C.3.3 de Wilde, apenas hay una cama estrecha, un retrete y una mesa con algunas de sus lecturas. En una de las paredes, una ventana con rejas, tan alta que era imposible que pudiese ver nada del mundo exterior, solo un pedazo del cielo, gris en la mayoría de los días, en formato cuadrado. La puerta en tono amarillo de la celda, cerrada a cal y canto, tampoco le permitía ver lo que se cocía en el pasillo o en las otras celdas. Precisamente, ahora la original es utilizada en una escultura por el artista francés Jean-Michel Pancin para rendirle homenaje en la capilla.

Tampoco faltan, en la planta baja, varias vitrinas llenas de retratos en blanco y negro de los presos que pasaron por la prisión durante el siglo XIX. Entre ellos, hay mujeres y también niños, quienes con cara de susto y preocupación muestran asimismo sus manos, pues a falta de huellas dactilares, cualquier detalle servía como prueba de identidad.

La exposición «Dentro: Artistas y escritores en la prisión de Reading» rinde tributo al que fue su preso más famoso. Foto / Rita Álvarez Tudela.

Al otro lado del pasillo se encuentra ahora la obra de la artista colombiana Doris Salcedo. Utiliza ataúdes de madera donde comienza a crecer la hierba a través de las grietas. En el interior de una celda de la segunda planta, el artista chino Ai Weiwei escribe a su hijo, describiéndole los 81 días de detención ilegal a los que le sometió el Gobierno chino. Un encarcelamiento en el que sufría constantes interrogatorios y era intimidado mientras bebía agua o se duchaba. En el caso del fotógrafo estadounidense Nan Goldin, aborda el tema de la homosexualidad con un vídeo y una serie de fotos en Ucrania, donde el tema sigue siendo tabú.

La exposición tiene lugar gracias a la colaboración de James Lingwood y Michael Morris, quienes convencieron al Ministerio de Justicia británico de hacer esta exposición colectiva antes de que esta joya del patrimonio sea vendida y pase a manos privadas. Un tributo que quizás llega demasiado tarde para reconocer la figura de Wilde, en el lugar que precisamente destruyó su carrera y su vida.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 47, NOVIEMBRE DE 2016

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