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Ucrania, la tragedia de un país entre dos bloques

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Ucrania, la tragedia de un país entre dos bloques

El enfrentamiento civil y militar en Ucrania es un peligroso factor de desestabilización mundial. Foto / Ricardo Marquina.

El enfrentamiento civil y militar en Ucrania es un peligroso factor de desestabilización mundial. Foto / Ricardo Marquina.

Carlos Franganillo / Periodista (Ucrania). En menos de seis meses Ucrania ha vivido una protesta pacífica, una revolución sangrienta que ha depuesto a un presidente elegido en las urnas, la pérdida de una parte estratégica de su territorio, una contrarrevolución armada, una guerra de baja intensidad localizada en el Este y unas elecciones presidenciales. La turbulenta historia reciente del país ha cambiado Ucrania para siempre y la ha convertido en el epicentro de un profundo cambio en las posiciones estratégicas de Rusia y Occidente. Desde Moscú, la cadena de acontecimientos se interpreta como una agresión planificada por Washington y Bruselas para debilitar los intereses rusos en lo que considera su zona de influencia. Desde Estados Unidos y Europa acusan a Rusia de obstaculizar la voluntad de millones de ucranianos y de desestabilizar el país, anexionándose Crimea primero, y armando y coordinando a los rebeldes en la Ucrania rusófona después.

Pero a pesar de las simplificaciones y la propaganda de ambos bandos, la crisis ucraniana es de una enorme complejidad y en ella coinciden varios procesos que se solapan y se confunden. Por un lado, existe el descontento de una parte importante de la población en busca de un cambio, cansada de una clase política y económica insaciable y corrupta que ha ahogado la iniciativa individual y la economía del país. Por otro, una lucha entre los oligarcas que en los últimos años han dirigido la vida política y económica y que componen un complejo mapa de intereses. Por último, Ucrania es escenario de un intenso juego geopolítico entre Estados Unidos y Rusia, capaz de alterar el equilibrio de fuerzas en esta parte del mundo.

¿Cómo empezó todo?

A finales de noviembre de 2013, y después de años de negociaciones, el Gobierno de Ucrania da marcha atrás y suspende la firma de un acuerdo de asociación comercial y política con la Unión Europea. Moscú se oponía a ese acercamiento entre Kiev y Bruselas. El cambio de rumbo del presidente Viktor Yanukovich desata una ola de protestas que culmina con la acampada en Maidán, la Plaza de la Independencia de Kiev.

El fenómeno evoluciona a gran velocidad y pronto exige la caída del Gobierno y nuevas elecciones. La respuesta de la policía refuerza la movilización, compuesta en sus inicios por jóvenes universitarios y trabajadores, fundamentalmente del Oeste de Ucrania, donde existe un mayor recelo histórico hacia Rusia. Los errores de cálculo, la debilidad de Yanukovich y la putrefacción de las estructuras del Estado y las fuerzas de Seguridad facilitan el avance de las protestas que poco a poco se radicalizan. Los elementos extremistas y grupos neonazis ganan protagonismo y las armas llegan a manos de muchos manifestantes.

Los tiroteos de febrero entre opositores y policía dejan más de 70 muertos, muchos de ellos por disparos de francotiradores. Ninguna investigación independiente ha aclarado el papel de esos francotiradores ni los intereses a los que servían. Según testimonios de algunos médicos que atendieron a las víctimas, las heridas de algunos manifestantes y policías demuestran que fueron disparados con las mismas armas en muchos casos.

Asalto al poder

La violencia del 20 de febrero acelera el proceso de cambio. Las fuerzas de Seguridad desaparecen del centro de Kiev y el presidente Yanukovich huye del país. Desde el Parlamento, la oposición y algunas facciones del partido de Yanukovich cambian leyes y aprueban otras nuevas en unas horas delirantes, mientras hordas de radicales rodean la Rada Suprema y organizan un pasillo por el que entran y salen los diputados que deben tomar decisiones. Los acuerdos alcanzados un día antes entre Yanukovich y la oposición, con el visto bueno de los ministros de Exteriores de Alemania, Francia y Polonia, son ya papel mojado.

Los grupos neonazis empezaron a adquirir gran protagonismo en Ucrania desde que se inició el conflicto a finales del año pasado. Foto / Ricardo Marquina.

Los grupos neonazis empezaron a adquirir gran protagonismo en Ucrania desde que se inició el conflicto a finales del año pasado. Foto / Ricardo Marquina.

Su incumplimiento por parte de la oposición no impide que la UE y Estados Unidos reconozcan al nuevo poder interino como legítimo, mientras Moscú empieza a hablar de golpe de Estado. La gran mayoría de los miembros del Gobierno proviene del Oeste de Ucrania y los grupos de extrema derecha logran una sobrerrepresentación en las estructuras del poder, a pesar de su carácter minoritario en la sociedad. Todo eso agranda la brecha entre la Ucrania occidental y la rusófona del Sur y el Este. Las tensiones se disparan cuando el Parlamento vota a favor de derogar una ley que protegía la utilización del ruso como lengua regional en una parte del país. La derogación no llega a producirse, pero la votación basta para encender los ánimos y los miedos en el Sur y Este del país.

Crimea

Pocos días después de la toma del poder por parte de la oposición, las Fuerzas Especiales rusas se despliegan en Crimea y, en pocos días, controlan los puntos estratégicos y las vías de comunicación. La corrupción y la falta de inversión ha dejado a las Fuerzas Armadas ucranianas en los huesos y eso facilita el trabajo a Rusia.  El miedo a un Gobierno central hostil hacia los ucranianos de etnia o lengua rusas alimenta la propaganda prorrusa en Crimea, donde los rusos constituyen la etnia mayoritaria.

Con el apoyo de Moscú, arranca un proceso de referéndum exprés que culmina el 16 de marzo. Según los resultados, la mayoría de los crimeos quieren unirse a Rusia y Putin anuncia la anexión pocos días después. El Kremlin recupera así un territorio que fue parte de Rusia hasta que en 1954 Nikita Jruschov lo cedió a Ucrania, una república soviética en aquel tiempo. Crimea es un punto clave en la estrategia de Defensa de Rusia, que tiene en Sebastopol a su flota en el Mar Negro. La base es fundamental para la proyección militar de Moscú en el Mediterráneo.

El Maidán del Este

Lo ocurrido en Kiev tuvo su eco en otros puntos del país. En ciudades como Járkov o Donetsk grupos organizados de ucranianos prorrusos salieron a la calle para protestar contra el nuevo poder.

En abril, poco después de la anexión de Crimea, el proceso alcanzó una dimensión diferente. Los prorrusos tomaron por la fuerza el edificio de la Administración regional en Donetsk y también la sede de los servicios de seguridad, SBU, en Lugansk. Más tarde, proclamaron las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk y anunciaron un referéndum para apartarse de Kiev. Se constituyeron grupos armados, se asaltaron comisarías y depósitos de armas y un buen número de fusiles de asalto y lanzagranadas empezó a fluir por la región.

Las primeras intervenciones del ejército para intentar sofocar la revuelta no tuvieron ningún éxito, pero con el paso de las semanas las milicias pro-Kiev y los voluntarios de la Guardia Nacional reforzaron la ofensiva del Gobierno central. Los bombardeos con proyectiles de mortero y el uso de la aviación contra objetivos rebeldes (que dejaron víctimas civiles en muchos casos) convirtieron la zona en escenario de una guerra de baja intensidad.

Se ha hablado mucho del papel de Rusia en esta última fase. Es importante distinguir con claridad la operación en Crimea y la sublevación en el Este de Ucrania. Si en el primer caso el trabajo estuvo en manos de profesionales de las Fuerzas Especiales rusas, en el segundo fueron los combatientes locales los que cargaron con el peso del conflicto. Eso sí, recibieron la ayuda de combatientes llegados del Cáucaso ruso (Chechenia y otras regiones). Es difícil creer que esos refuerzos no contaron con el visto bueno o al menos con el conocimiento del Kremlin. La falta de control en la frontera entre Rusia y Ucrania permitió la llegada de esos combatientes y, según Kiev, también de armas.

Dos ejércitos se enfrentan en Ucrania, pero la superioridad rusa es aplastante. Foto / Ricardo Marquina.

Dos ejércitos se enfrentan en Ucrania, pero la superioridad rusa es aplastante. Foto / Ricardo Marquina.

Un cambio estratégico

Desde mucho antes del comienzo de la crisis, las grandes potencias tomaron posiciones en torno a Ucrania. A un lado, Rusia por razones obvias. Kiev fue el corazón espiritual y cultural del mundo eslavo, el embrión de la Rusia actual con el que siempre ha mantenido una intensa relación política y económica, en ocasiones marcada también por el dolor. Rusia buscaba incluir a Ucrania en su Unión Aduanera, una alianza económica que reúne a antiguas repúblicas soviéticas y con la que el Kremlin espera competir con la UE.

Al otro, la Unión Europea y su programa de Asociación Oriental que pretende atraer a países de la órbita postsoviética para estrechar lazos económicos y políticos. Polonia y los países bálticos, los mayores aliados de EEUU en la región, tienen un peso muy especial en la dirección de esas políticas europeas que Rusia ve como una amenaza en su patio trasero. La historia reciente de estos países del Este de la Unión -la nueva Europa, como la bautizó el secretario de Defensa de Estados Unidos, el neoconservador Donald Rumsfeld- explica el enorme recelo de Varsovia o Vilna hacia Moscú, que influye en estas políticas comunitarias.

Por último, y de modo principal, Estados Unidos. Washington es, posiblemente, quien más beneficios obtiene en esta crisis y uno de sus actores más destacados. Al margen de la victoria rusa en Crimea, a día de hoy Moscú puede dar por perdida su influencia en la mayor parte de Ucrania. Su imagen en muchas ex repúblicas soviéticas puede verse afectada e hipotéticas futuras sanciones occidentales podrían dañar la marcha de su economía, que pasa por malos momentos. Estados Unidos ha logrado reavivar la función de la OTAN en el Viejo Continente y justificar el incremento del número de tropas americanas en suelo europeo. También trabaja para que la UE reduzca su dependencia energética de Rusia, en un momento en el que EEUU desarrolla técnicas agresivas de extracción de gas que quiere exportar a Europa o bien vender allí su producción, algo poco realista a corto plazo.

Además, Occidente ha logrado caricaturizar a Vladimir Putin como a un loco capaz de lanzarse a la conquista de Europa. Nada más alejado de la realidad. La reacción rusa en Crimea y Ucrania debe entenderse como una respuesta a lo que el Kremlin percibe como una maniobra occidental para cambiar Gobiernos y aupar a poderes hostiles a Moscú en sus mismas narices. Hayan existido o no esas maniobras, de momento Rusia no parece capaz ni interesada en desplegar a su ejército más allá de Crimea. Ambos bandos calibran sus opciones y preparan los próximos asaltos. Ucrania parece el primer capítulo de un poderoso pulso geoestratégico que va a decidir la relación de fuerzas en el Este de Europa durante los próximos años y el modo en el que Rusia interactuará con el resto del mundo.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 33, JULIO DE 2014

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