Afondando
Una carta olvidada de Carmen de Burgos

Retrato de ‘Colombine’ pintado por Julio Romero de Torres en ‘La Esfera’ en 1917.
Sergio Sánchez Collantes / Profesor e investigador en la Universidad de Burgos.
A finales de este año 2017 se cumplirá siglo y medio del nacimiento en Almería de Carmen de Burgos (1867-1932), la célebre periodista que firmó con el seudónimo ‘Colombine’. A la efeméride cabe augurarle poca repercusión “oficial” si se tiene en cuenta lo que suele ocurrir en España con las mujeres heterodoxas o disidentes. Por contraposición, el interés hacia su figura se ha incrementado notablemente en el campo de las Humanidades.
En los cuarenta años que van desde la Transición, los principales homenajes que ha recibido Carmen de Burgos fuera del mundo académico son un premio internacional de periodismo que va por la sexta edición, un capítulo de la serie documental Mujeres en la Historia, el nombre de algunos centros de enseñanza y la denominación de calles en algunas ciudades, como por ejemplo Madrid, Granada, Málaga o Albacete. Habrá quienes consideren que no es suficiente para compensar el forzoso olvido al que se la relegó bajo la dictadura de Franco, cuando sus textos engrosaron la lista de obras prohibidas.
Así, los últimos reconocimientos que se le brindaron en épocas anteriores hay que buscarlos en la II República, cuando se preservó su memoria y diversas organizaciones pidieron que se honrase su figura, como hizo la Unión Republicana Femenina. El régimen nacido el 14 de abril de 1931, de hecho, le debió mucho a publicistas como Colombine, perteneciente a esa generación de mujeres que enlazó a las demócratas y republicanas del siglo XIX con las que, ya en el novecientos, empezaron a reclamar todos los derechos civiles y políticos.
Muñecas y periódicos
Entre otras muchas cosas, Carmen de Burgos fue escritora, maestra, periodista, corresponsal —la primera de guerra en nuestro país—, traductora y viajera incansable, fuera y dentro de España, con lo que esto implica para la construcción subjetiva de su identidad como mujer libre e independiente. También hay que considerarla feminista sin ambages, aunque más de una vez manifestase recelos hacia esa etiqueta por no compartir todos los matices o sentidos que en ocasiones adquiría el término (discrepó, por ejemplo, de los planteamientos transgresores que empezaban a cuestionar la idea de la maternidad como función o destino “natural” de las mujeres).
Fue asimismo, en palabras de la prensa católica, «defensora del divorcio y de otra porción de cosas feas». Pacifista convencida, su posición frente al militarismo quedó clara en numerosos artículos, destacando el que se tituló «Guerra a la guerra». Hubo muchos periódicos, en fin, en los que colaboró durante el primer tramo del siglo XX, pero su vida anterior, la del último tercio del XIX, no es apenas conocida y en ella se centran las siguientes líneas.
En la formación política de Carmen de Burgos resultó clave el movimiento librepensador de entresiglos y, en general, el multiforme ideario demorrepublicano, del que parece haber bebido tempranamente. Nacida pocos meses antes del estallido de la revolución de 1868, en su juventud leyó prensa adscrita a esas orientaciones ideológicas, cabeceras que, poco a poco, fueron cincelando sus predilecciones políticas. En una entrevista que publicó La Esfera en 1922, recordaba: «Mis juguetes predilectos eran las muñecas y los periódicos. Mi diversión, leer cuanto caía en mis manos».
La orientación heterodoxa que adquirieron sus lecturas al correr de los años queda gráficamente plasmada en la carta que, en febrero de 1888 —con apenas 20 años—, envió a la redacción de Las Dominicales del Libre Pensamiento, un semanario madrileño que circuló por toda España y donde confluyeron opositores de ideas y filiaciones variopintas (republicanos, socialistas, libertarios, masones, espiritistas…), pero con aspiraciones comunes en lo tocante a la defensa de la libertad religiosa y el rechazo del clericalismo. Los vínculos de Colombine con representantes de tan amplio espectro de disidentes se prolongaron en el tiempo y siguieron abarcando desde el campo liberal al anarquista, como reflejan las memorias del cenetista Pedro Vallina, que la conoció en torno a 1914 cuando se hallaba exiliado en Londres: «Me visitaba con frecuencia».
Una carta inédita
El texto de la joven Carmen era una manifestación pública de las simpatías que despertaba en ella el republicanismo librepensador, pero también una osada revelación de sus labores propagandísticas; por añadidura, subrayaba expresamente la utilidad que, a su juicio, tenía la difusión de esas ideas para ayudar a la emancipación de sus congéneres. No es un detalle menor que la misiva se dirigiera a Rosario de Acuña, una de las colaboradoras habituales del periódico y un referente esencial —cuando se acercaba ya a los cuarenta años— para muchas jóvenes librepensadoras de la época.
Fechado en Andújar, el escrito se publicó en Las Dominicales el 3 de marzo de 1888 y constituye un documento excepcional para clarificar el ideario de la Carmen de Burgos veinteañera, así como las influencias que mediatizaron su politización. En rigor, no puede decirse que sea una carta inédita, porque se publicó en un periódico que se conserva, pero lo cierto es que ha caído en el olvido más absoluto y no se menciona en los principales trabajos que han estudiado la vida y obra de la andaluza:
«Andújar, 20 de febrero de 1888.
Señora doña Rosario de Acuña.
Con el más vivo placer vengo leyendo sus elocuentes artículos de Las Dominicales, y la felicito calurosamente por aquel que dirigió “A las mujeres del siglo XIX”. Aunque incapaz de expresar debidamente lo que aquel hermoso trabajo me hizo sentir y pensar, declaro mi firme adhesión a cuantas ideas en él expone a la meditación de nuestras hermanas, que poco a poco van desligándose de la rutina, y emancipándose de la funesta influencia clerical.
Yo me considero una de ellas, y es tanta mi confianza en que la mujer sacudirá sus cadenas, que he procurado y procuro con mi modesta pluma contribuir al anhelado triunfo, colaborando en periódicos librepensadores de provincias, como La Luz del Porvenir, La Luz del Cristianismo, La Luz del Alma y La Fraternidad, así como deseo conste en las columnas de sus Dominicales mi fervorosa adhesión a los nuevos ideales que usted tan brillantemente expresa, pues aunque joven, ni temo la opinión de los hipócritas, ni oculto la mía.
Cuénteme usted, pues, como una humilde pero entusiasta y firme cooperadora en esa grande obra de Las Dominicales en que usted representa el elemento, al parecer, más débil, pero en realidad más necesario; pues el día en que las mujeres abandonemos la iglesia, ¿qué será de la religión católica? Y esperando felicite en mi nombre a los redactores de Las Dominicales, queda suya, Carmen Burgos».

La carta de 1888 de Carmen de Burgos a Rosario de Acuña no es inédita, pero pasó desapercibida hasta ahora.
Varios aspectos destacan en esta carta, pero nos limitaremos a comentar tres. En primer lugar, la adhesión —sin temor al qué dirán— a lo que encarnaba Rosario de Acuña y las ideas que expresó en ese famoso artículo que cita, donde se hacía una sutil defensa de la República como el sistema más favorable a la emancipación de la mujer y un vivo llamamiento a la participación femenina en la esfera pública: «El amor sexual no es tu único destino; antes de ser hija, esposa y madre, eres criatura racional, y a tu alcance está lo mismo criar hijos que educar pueblos».
En segundo lugar, la evidencia de que a una mujer la seducían más los textos escritos por una congénere, capaz de hacerle «sentir y pensar» mejor que un hombre. Finalmente, interesan los valiosos datos que la propia Carmen de Burgos facilita sobre sus primeras colaboraciones en la prensa librepensadora. De su relación con La Luz del Porvenir, por ejemplo, ya ha tratado Helena Establier en alguno de sus trabajos, donde apunta que los escritos que publicó en dicho semanario eran remitidos desde Andújar, como el que analizamos de Las Dominicales; pero de los otros títulos poco se sabía.
A la luz de esta carta y de lo que defendió unos años más tarde, puede confirmarse que Carmen de Burgos fue una de esas mujeres, otra más, que sirvieron de bisagra entre las luchas emancipadoras de aquellas activistas del ochocientos (utópicas, republicanas, librepensadoras, racionalistas…), que consideraban que la primera tutela que debían sacudirse era la del clericalismo más retrógrado, y las feministas que, ya entrado el XX, comenzarán a reivindicar abiertamente el sufragio y otros derechos que antes no se priorizaban. Esa generación de mujeres, en cuya idiosincrasia han profundizado los estudios de Dolores Ramos Palomo, representaron un eslabón sin el cual no es nada fácil explicar el apoyo femenino que tuvo la proclamación de la República.
“Muero republicana”
Más allá de lo político, Carmen de Burgos destacó por su ardiente presencia en las luchas igualitarias de comienzos del XX, empezando por el terreno laboral y el de la enseñanza. Dicha faceta ha sido destacada por historiadoras como Consuelo Flecha o Gloria Nielfa, quien recuerda los textos en los que se pondera esa idea de justicia («a trabajo igual, salario igual») que todavía hoy no se ha terminado de alcanzar ni siquiera en los países que más se jactan de lo avanzado de sus democracias.
Paralelamente, Colombine formó parte activa de proyectos y sociedades a las que también deben mucho los avances y las conquistas tendentes a mejorar la situación de las mujeres en nuestro país. Entre otras actividades, al comenzar la década de 1920 fundó la Cruzada de Mujeres Españolas y presidió la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas. Asimismo, a su labor divulgadora por escrito sumó una faceta de conferenciante que mantuvo hasta los últimos días de su vida: la muerte la sorprendió mientras pronunciaba una conferencia en el Centro Radical Socialista de Madrid. Según el diario La Voz, al sentirse indispuesta afirmó: «Sé que me encuentro ante mis últimos momentos, pero muero tranquila, porque muero republicana».
Carmen de Burgos falleció al año y medio de haberse proclamado la II República, cuando empezaban a lograrse muchas de las aspiraciones que había venido defendiendo. Recuperar su figura y su obra es el mejor reconocimiento que se le puede hacer desde el mundo de las Humanidades. Ni que decir tiene que ya se han dado pasos de gigante en los últimos años, en buena medida inspirados por los decisivos avances que representaron en su día las tesis doctorales de Concepción Núñez Rey (1991) y de Helena Establier (1997); pero hay todavía aspectos inexplorados, fuentes por descubrir y nuevas hornadas de investigadoras e investigadores a quienes habrá de seducir la memorable figura de Colombine.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 51, JULIO DE 2017

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