Afondando
Valerio Romitelli: “El comunismo ha terminado, pero no ha fracasado”

Valerio Romitelli es historiador. Fotografía / Virginia Quiles.
Ya no son los tiempos en que Serguei Eisenstein celebraba el décimo aniversario de la Revolución soviética con una película épica como Octubre. Tampoco son los años en que centenares de millares de militantes comunistas de medio mundo se manifestaban para recordar el día en que nació la patria del proletariado. Este centenario de la toma del Palacio de Invierno ha pasado casi inadvertido. Ha habido unos cuantos congresos científicos, varias publicaciones y algún acto político. Poca cosa, si pensamos a la relevancia de ese acontecimiento para la historia del siglo XX.
Sin embargo, la Revolución rusa aún puede enseñar muchas cosas. El historiador italiano Valerio Romitelli (Bolonia, 1948) considera que es necesario reflexionar una vez más sobre aquel evento que cambió completamente el mundo. No solo para poder conocer mejor el pasado, sino también para pensar el presente y actuar políticamente en el futuro. Lo plantea en su último libro, L’enigma dell’Ottobre ’17. Perché ripensare la “rivoluzione russa” (Cronopio, 2017), que presentó recientemente en Barcelona.
Steven Forti / Historiador e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.
¿Por qué se está celebrando tan poco este centenario?
Cuando empecé a interesarme por el Octubre de 1917, hace casi medio siglo, los países de medio mundo aún se inspiraban oficialmente en este evento. En el resto del globo prevalecía una opinión contraria, claramente anticomunista, pero esto no se traducía en esa saña criminilizadora que se ha impuesto a partir de los años noventa. Cualquier opinión acerca del Octubre de 1917 y sus consecuencias que no sea de condena total se enfrenta hoy en día a un ambiente cultural extremadamente hostil. Es cierto también que a nivel mediático se tolera prácticamente todo y su contrario. Sin embargo, no se ponen nunca en cuestión algunos prejuicios fundamentales que caracterizan la sensibilidad de nuestro tiempo, como los que ven en el Octubre de 1917 el comienzo de un proceso criminal.
¿Por qué deberíamos reflexionar una vez más sobre la Revolución rusa?
Toda la larga parábola que a partir del Octubre de 1917 ha llevado hasta el fin del comunismo en los años ochenta está agotada. Pero esa experiencia no ha fracasado. Al contrario. Hoy el problema es que los pocos que aún hablan bien del comunismo lo hacen a menudo de manera nostálgica, sin ni siquiera elaborar el hecho de que hoy el comunismo no goza ya de una credibilidad similar a la de hace medio siglo. Creo que la historia que comenzó con Octubre de 1917 y que acabó alrededor de 1989 tiene aún mucho que decir y enseñar a nivel político, si se sabe reflexionar sobre ella. Aquí está el corazón del enigma del cual hablo en el libro.
¿Cuál es pues este enigma?
Esencialmente, el hecho de que la de Octubre de 1917 fue una revolución más bolchevique que soviética. En el sentido que fue una revolución hecha por un grupo limitado de militantes organizados, que tuvo sí un apoyo relativamente amplio, pero que no representó a la mayoría del pueblo ruso. Por lo general, éste es un argumento que utiliza la derecha para criticar el Octubre de 1917. Sin embargo, en mi opinión se debe re-elaborar este argumento desde una perspectiva de izquierdas.
Cuatro consecuencias
En el libro considera que la Revolución de Octubre cambió el mundo, no solo Rusia. ¿Cómo?
Cuatro fueron las consecuencias principales. En primer lugar, hubo la primera interrucción de la terrible matanza que fue la Gran Guerra. En verano de 1917 todas las grandes potencias querían acabar con la guerra, pero nadie sabía cómo. Los bolcheviques lo consiguieron, obteniendo un prestigio mundial formidable. La segunda consecuencia está directamente interrelacionada con esto: la capacidad de convertir la justicia social en una cuestión universal inaplazable para todos los Gobiernos del mundo. La tercera es la demostración de que para llegar a estos resultados políticos era suficiente un pequeño cuerpo organizado con tal de que estuviese bien preparado intelectualmente y estrechamente conectado con las masas que más sufren.
¿El partido bolchevique como vanguardia revolucionaria?
Durante el verano de 1917, de una corriente de partido activa en los soviets los bolcheviques se trasformaron en una milicia y, tras haber conquistado el poder, en el partido único de gobierno. Se trata de una serie de profundos virajes que generalmente olvidan tanto los que defienden como los que denigran esta experiencia. Y es una cuestión crucial para extrapolar una enseñanza para la actualidad. Ya a principios de los años veinte, el partido que controlaba el Estado ruso se parecía muy poco a lo que habían sido los bolcheviques antes del verano de 1917. No se puede negar que una evolución tan atrevida y victoriosa haya dejado fascinado a todo el mundo. Aquí nace el éxito que por doquier obtuvo la figura de un partido de tipo nuevo al frente del Estado. Fascismo y nazismo fueron las imitaciones más perversas y aberrantes de todo esto, pero el eco de este éxito puede verse también en el Partido Demócrata de Roosevelt y luego de Truman que se mantuvo en el poder durante dos décadas en Estados Unidos, los años de mayores avances sociales para el país norteamericano.
¿Y la cuarta consecuencia?
Stalingrado, como primer e irreversible stop al nazismo a través de la Gran Guerra Patriótica lanzada por el Partido-Estado bajo el liderazgo de Stalin. Una guerra que costó unos 20 millones de muertos y que permitió el nacimiento de las resistencias al nazifascismo en toda Europa.
Estas son las consecuencias más directas. ¿Hubo también consecuencias indirectas?
Las más importantes, probablemente. Hegel hablaba de la “ironía de la suerte” que marcha siempre por el “lado malo”. Lo que significa que lo “bueno” de los acontecimientos humanos se ve solamente entre las sombras de fenómenos aparentemente “malos”. Pensemos en los “treinta años gloriosos” (1945-1975). Entonces el Estado del Bienestar llegó a su apogeo en los países occidentales: asistencia, altos salarios, escolarización de masas, reducción de las desigualdades… Preguntémonos pues qué hacía el mundo de aquel entonces tan distinto del de ahora. Basta con mirar un mapa para entenderlo: entre 1945 y 1975 la mitad del globo era “roja”, es decir, marcada por las últimas consecuencias del camino abierto por el Octubre de 1917. Lo que llevó el capitalismo a moderar su “espíritu animal”, como lo llamaba Keynes, fue el miedo del contagio comunista.
Sin embargo, en los países del bloque soviético la situación fue en buena medida distinta.
No pienso que la segunda posguerra haya sido “gloriosa” para esos regímenes y sus poblaciones. Más bien fue una experiencia cada vez menos capaz de renovarse. Volviendo a Hegel, parece que hubo una doble ironía. La primera es que la experiencia comunista dio sus mejores frutos cuando estaba perdiendo su fuerza de propulsión. La segunda es que quien recogió esos frutos fue su adversario: el miedo anticomunista obligó el capitalismo a que hiciese concesiones y a contener su avidez, como jamás había pasado antes en la historia. Y como jamás volvió a pasar después.

Valerio Romitelli durante la entrevista, realizada en Barcelona. Fotografía / Virginia Quiles.
La represión estalinista
Octubre de 1917 llevó también al estalinismo, las purgas, los Gulags.
Según el escritor Aleksandr Solzhenitsyn, Stalin realizó el destino que obliga la Santa Madre Rusia a expiar los pecados de toda la humanidad. Evidentemente, la construcción del socialismo en la URSS, como en otros países, costó terribles sacrificios para las poblaciones. Todo depende de si consideramos que el precio fue excesivo. Hoy en día todos están convencidos de ello porque se cree en el cuento de origen estadounidense según el cual no existe un problema social que no se pueda resolver sencillamente respetando las reglas “naturales” de la democracia. Un cuento que ha sido desmentido por el hecho evidente que desde que no existe ese medio mundo comunista y la democracia estadounidense directa o indirectamente impera por doquier, las diferencias, es decir, los problemas sociales, están en constante y despiadado aumento.
¿Podemos afirmar que el comunismo fue derrotado?
En mi opinión, la parábola del comunismo terminó entre los años setenta y los ochenta con un enorme éxito político, aunque éste fue indirecto. Que esta parábola haya terminado no significa de por sí que fuera una derrota. Si razonamos en términos experimentales, como pedía el mismo marxismo, el hecho de que un ciclo de experiencias concluya no significa el fracaso de todo ese ciclo. En el arte y en la ciencia ha habido siempre secuencias distintas con dosis de mayor o menor discontinuidad. En la pintura, después del impresionismo, llegó el cubismo, el arte abstracto, etc. Después de la física de Galileo llegó la de Newton y la de Einstein. Ninguno de estos pintores o físicos consideró que sus antecesores habían fracasado, solo por no seguir el mismo camino de investigación. Así que, aunque se admita que el comunismo como experimentación política ha terminado, no procede acusarle de haberse equivocado desde sus orígenes.
Quizás se ha elaborado poco esta conclusión.
Ha faltado un balance para poder pensar el futuro. Valdría la pena preguntarse si hubo un defecto de fondo teórico, además de práctico. Las fuentes de inspiración intelectual del marxismo remontan a principios del siglo XIX: la filosofía clásica alemana, la política revolucionaria francesa y la economía clásica inglesa. Ya que ningún partidario de Marx ha intentado actualizar este arsenal teórico, se puede entender cómo a mediados del siglo XX comenzase ya a ser inevitablemente obsoleto. A mediados de los años ochenta su conclusión parece casi inevitable.
Pasiones y lecciones
En un anterior libro, L’amore della politica, subrayaba la importancia de las pasiones en la política. ¿Hubo pasiones en el Octubre de 1917?
Siempre hay pasiones. En la actualidad se han convertido en un fetiche. El problema es si en política actúan lo que Descartes llamaba las “pasiones del alma” o las que Spinoza definió las “pasiones felices”. Se trata de conceptos profundamente distintos que, sin embargo, muestran que la pasión no es solo “percepción” o “emoción”, que al fin y al cabo son siempre pasiones “tristes”. Muestran también que la pasión es pensamiento, impulso y energía intelectual. A los bolcheviques evidentemente no les faltaba nada de todo esto.
¿Qué puede enseñar el Octubre de 1917 a los que luchan por un mundo más justo en este comienzo de siglo XXI?
Que en política para hacer grandes cambios no se necesitan hegemonías fundadas en amplias mayorías y consensos de grandes proporciones, sino que pueden bastar acciones contracorriente de pequeños grupos, también minoritarios. Con una condición: que sean inteligentes y estrechamente conectados con las masas que más sufren.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 54, ENERO DE 2018

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