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Veinte años de zapatismo: La revolución de madera

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Veinte años de zapatismo: La revolución de madera

Fotograma del documental de Ezequiel Sánchez sobre la marcha indígena por la paz celebrada el 7 de mayo de 2011 en San Cristobal de Las Casas, Chiapas.

Fotograma del documental de Ezequiel Sánchez sobre la marcha indígena por la paz celebrada el 7 de mayo de 2011 en San Cristobal de Las Casas, Chiapas.

El 1 de enero de 1994 unos centenares de indígenas armados, agrupados en el autodenominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), tomaron siete municipios del Estado de Chiapas y declararon la guerra al Gobierno mexicano. El periodista Ignacio Bazarra, corresponsal entonces de Antena 3 Televisión en México, fue testigo del conflicto y escribe sus impresiones para ATLÁNTICA XXII.

Nochevieja de 1993. México se despide con fuegos artificiales de siglos de atraso y se sacude el lastre de la dominación española para abrazar, por fin, al deseado vecino del norte. Esa noche entra en vigor el Tratado de Libre Comercio con EEUU y Canadá. El TLC, o NAFTA en inglés, prometía convertirse en el espacio económico más potente, poblado y extenso del planeta, por delante de la Unión Europea. Pero las celebraciones pronto se tiñen de sangre en un país tan acostumbrado al ruido de la pólvora.

En el Estado de Chiapas, el patio de atrás de la prosperidad mexicana, un grupo de indígenas armados con machetes y fusiles de madera toma varias poblaciones cerca de la frontera con Guatemala y declara la guerra al poderoso sistema político mexicano. Los zapatistas son masacrados por el Ejército y se repliegan a sus empobrecidas comunidades en la selva Lacandona. La guerra ha durado doce días. Tiempo suficiente para que la opinión pública internacional haya simpatizado con la causa zapatista y para que el subcomandante Marcos, el poeta mestizo que dirige a la guerrilla indígena, se haya convertido en el último icono del siglo XX.

“Tierra, trabajo, techo, alimentación, salud, educación, libertad, independencia, democracia, justicia y paz…”. Las demandas del EZLN, con el Muro de Berlín hecho pedazos y Bill Clinton en la Casa Blanca, se alejan de la tradicional retórica marxista y calan en la opinión pública mexicana e internacional. Cientos de periodistas aterrizamos en Chiapas, un lugar del que apenas habíamos oído hablar, para tratar de explicar el nacimiento de una nueva izquierda latinoamericana. Veinte años después, esa izquierda heredera del 68, más pragmática e indigenista que socialista, gobierna en casi toda América Latina.

Marcos, encapuchado, se dirige a la multitud reunida en el zócalo de México D. F. en su histórico discurso del 11 de marzo de 2001.

Marcos, encapuchado, se dirige a la multitud reunida en el zócalo de México D. F. en su histórico discurso del 11 de marzo de 2001.

Una guerrilla atípica

El zapatismo buscaba un nuevo mundo. Fue un aldabonazo contra el TLC. Una llamada de socorro de los pueblos indígenas dos años después del Quinto Centenario que con tanta pasión y boato conmemoramos en España, en aquel año mágico de 1992, y que tanto recelo, y hasta animadversión, despertó en América. “Somos producto de 500 años de luchas”. Así empezaba la Primera Declaración de la Selva Lacandona, hecha pública el 1 de enero de 1994 por el EZLN.

Un ejército de indígenas mal armados tomó ese día las principales poblaciones de Chiapas, como San Cristóbal de las Casas, Ocosingo o Altamirano. Hubo medio centenar de muertos. Se documentaron torturas y detenciones masivas. Fui testigo de los excesos del Ejército y de la escasa preparación militar de los zapatistas. Pero en unos pocos días el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari advirtió inteligentemente que la opinión pública internacional no aceptaría una matanza. Detuvo la represión y se abrió un proceso de paz interminable, que dura ya veinte años. Se firmaron en 1996 unos acuerdos, en el pueblo chiapaneco de San Andrés Larraínzar, pero nunca se llevaron a la práctica. Obligaban a una reforma de la Constitución mexicana.

Desde entonces reina un “laissez faire” que ha permitido a los zapatistas gobernar sus comunidades sin que el Ejército mexicano interfiera. En Tuxtla Gutiérrez, la capital estatal adonde nunca se acercó el EZLN, gobierna hoy un joven político del Partido Verde Ecologista. Manuel Velasco tenía 13 años cuando estalló la revolución zapatista. Como gobernador, es apoyado por el PRI, pero no deja de ser una excepción en el sistema mexicano, por su juventud y heterodoxia y por no militar en ninguno de los tres grandes partidos: el derechista PAN, el izquierdista PRD y el nacionalista y hegemónico Partido Revolucionario Institucional. Pero Velasco es gobernador de medio Chiapas. En la otra mitad manda Marcos.

Con la Iglesia hemos topado

La pregunta del millón en 1994 era dónde estaba Marcos. Hace veinte años, periodistas y turistas revolucionarios vendían su alma al diablo a cambio de una foto con el subcomandante. El acceso a territorio zapatista tenía una llave. La escondía celosamente el obispado de San Cristóbal de las Casas. Allí lleva la Iglesia evangelizando a los mayas desde hace 500 años.

El titular de esta diócesis chiapaneca, Samuel Ruiz, fue vilipendiado entonces por la prensa oficial mexicana. Le acusaron de ser el autor intelectual de la revolución, y de milagro se libró de un final parecido al de monseñor Óscar Romero. La campaña anticlerical era infame, pero la peculiar comunión entre catequistas católicos y zapatistas, en los años previos al estallido revolucionario, merece una investigación rigurosa que nunca se ha acometido. La escasez de periodistas independientes, ajenos a intereses partidistas, no es exclusiva de España. En el caso del zapatismo, pronto se formaron dos bandos irreconciliables. No hay más que leer buena parte de lo escrito estos días en los periódicos y revistas mexicanos con motivo del aniversario.

La acreditación para la prensa que cubría el conflicto, así como los contactos discretos para acceder a Marcos en su refugio selvático de La Realidad, se canalizaban en las oficinas del obispo. Y el requisito fundamental para conseguir el “nihil obstat” era probar tu simpatía prozapatista.

Así se construyó un culto a la personalidad del dirigente del EZLN que dejó en un segundo plano las justas demandas de los indígenas. El triunfo actual del indigenismo en América Latina le debe mucho al zapatismo, pero el zapatismo no consiguió ser profeta en su tierra. Chiapas continúa siendo, en 2014, la región más pobre de América del Norte.

La última gran movilización zapatista, que tuvo lugar en el Estado de Chiapas el 21 de diciembre de 2012. Foto de desinformemonos.org

La última gran movilización zapatista, que tuvo lugar en el Estado de Chiapas el 21 de diciembre de 2012. Foto de desinformemonos.org

Un mundo nuevo en cabañas de madera

El EZLN no tiene página web. Marcos no cuenta con perfil en Twitter ni en Facebook. Él mismo ironizó sobre las redes sociales en un comunicado de febrero de 2013. Los mensajes siguen distribuyéndose en fotocopias y las palabras paz, justicia y dignidad dominan el discurso. No pueden cambiar porque la injusticia, la violencia y la humillación que sufren los indios en México siguen latentes.

En la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, en 2005, los indígenas asumieron la vía política para defender su causa y se desmarcaron de cualquier partido político o guerrilla latinoamericana. El plan era unir fuerzas con los movimientos antiglobalización y de resistencia pacífica que emergían en ese momento, sobre todo en el continente americano, y que terminaron conquistando el poder en varias naciones hermanas.

En el ámbito interior, los zapatistas revisaron la organización de sus comunidades, que pasaron a llamarse “Caracoles”, bajo el mando de Juntas de Buen Gobierno. Allí prosiguen intentando poner en marcha el nuevo mundo que soñó Marcos, instalados en precarias cabañas y tan mal pertrechados como los guerrilleros que se lanzaron una noche de Fin de Año a tomar los cuarteles del Ejército mexicano armados de madera y de razón.

Cervantes y Sabina en la Selva Lacandona

Una de las primeras apariciones del subcomandante Marcos, en el centro, con dos lugartenientes zapatistas en la Selva Lacandona. Foto de José Villa con licencia Creative Commons.

Una de las primeras apariciones del subcomandante Marcos, en el centro, con dos lugartenientes zapatistas en la Selva Lacandona. Foto de José Villa con licencia Creative Commons.

El subcomandante Marcos, “Sup”, como le llaman cariñosamente sus seguidores, tiene hoy 56 años. Se ha retirado a las comunidades indígenas para trabajar en el gobierno autónomo. Su verdadera identidad, desvelada por el Gobierno de Ernesto Zedillo en 1995 para tratar de restarle encanto al personaje enmascarado, es Rafael Sebastián Guillén, un profesor universitario de la capital mexicana que en los años ochenta decidió dejarlo todo para, según confesó a sus allegados, crear un mundo mejor. Esta identificación está fuera de duda y es asumida por todos, porque nadie lo ha desmentido nunca y su familia ha hablado numerosas veces con la prensa sin negar la revelación del Gobierno.

Marcos no es indígena. Nació en Tampico, un puerto industrial del golfo de México cercano a la frontera con Estados Unidos. Vivió de joven en España y, según confesó él mismo, trabajó como dependiente en El Corte Inglés de Barcelona. Su familia, por parte de padre, es de origen zamorano. Estudió con los jesuitas en Tampico y se licenció brillantemente en Filosofía y Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Dotado de un gran poder de seducción, Marcos fue aupado a la dirección del EZLN por los mismos indígenas que trataban de desanudar el dominio mestizo. Era un líder cuyo carisma haría que la causa zapatista diera la vuelta al mundo. Desde el primer momento el subcomandante supo aprovechar el icono. El fetichismo se impuso a la ideología. La pipa, el pasamontañas y el brazo fornido le convirtieron en el nuevo Che. Inteligente, irónico, rápido de reflejos, Marcos percibió, dos décadas antes de la implosión de Internet y las redes sociales, que el púlpito de los medios de comunicación era más eficaz que cualquier trinchera.

Marcos, por encima de todo, es un gran escritor y un conversador culto. Sus comunicados concluyen invariablemente con el “Vale” cervantino. Su pluma, entrenada en el colegio jesuita, está cargada de ironía. Con Paco Ignacio Taibo II escribió una novela a cuatro manos. Donde mejor se mueve es en el género epistolar y en la prosa poética. El intercambio de cartas con personalidades como Vázquez Montalbán, Eduardo Galeano, Baltasar Garzón o Joaquín Sabina, con quien escribiría la canción “Como un dolor de muelas”, le granjearon el afecto de buena parte de la intelectualidad progresista. En medio de tanta efusividad epistolar es fácil encontrar sus referencias literarias. España, en lugar destacado: Machado, Lorca, Miguel Hernández, León Felipe… pero siempre, y por encima de todo, Cervantes y El Quijote.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 30, ENERO DE 2014

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