Afondando
¿Y si las mujeres se ponen en huelga?
Para que la vida se desarrolle y tenga lugar, existe un trabajo imprescindible que se mantiene oculto bajo la alfombra, desarrollado mayoritariamente por mujeres, casi siempre en condiciones injustas e indeseables.
Jara Cosculluela / Licenciada en Humanidades y activista feminista.
En las jornadas de cada 8 de marzo desde hace unos años quizá hayan podido observar a manifestantes vistiendo delantales con lemas escritos a modo de pancarta andante, o delantales colgados de las ventanas de algunos de los hogares, llamando a la huelga de cuidados. En algunas ciudades del Estado español aparecieron durante las últimas huelgas generales los llamados “comandos de cuidados”, encargados de informar y promover esta huelga, con consignas como “No computamos, pero sí trabajamos”, “Las marujas decimos basta” o “Manolito, Manolito, hoy la cena te la haces tú solito”.
En marzo de 2008, la ONG Acsur-Las Segovias elaboró un falso documental en el que se mostraba un mundo nuevo -y deseable- tras una hipotética huelga de mujeres. En el mismo mes, un año más tarde, Emakunde (el Instituto Vasco de la Mujer) se hizo eco de la idea, realizando la campaña “Mujeres en huelga. Qué pasaría”. La realidad es que, ya un tiempo antes, diferentes colectivos y organizaciones, tanto feministas como en defensa de los derechos de las empleadas del hogar, de las personas migrantes, o de las trabajadoras sexuales, habían incluido la idea de la huelga de cuidados en sus acciones y campañas. Pero ¿a qué se están refiriendo cuando hablan de una huelga de cuidados?
Sin nosotras no se mueve el mundo
La idea principal que atraviesa estas campañas es aparentemente sencilla: si todas las personas que se encargan del cuidado de otras dejaran de hacerlo por un día, podría decirse sin exagerar que la vida se detendría. Este ejercicio imaginario es una de las estrategias del movimiento feminista para arrojar luz sobre una de las actividades esenciales que permiten que una sociedad -las vidas de las personas- se sostenga día a día: los trabajos de cuidados.
Se denominan así a todas las actividades realizadas cotidianamente en su mayoría por mujeres, que pueden ser remuneradas -de forma precaria por lo general- o no remuneradas, y que no solo tienen que ver con un resultado material, como limpiar, cocinar o poner a punto los hogares -y a los trabajadores y trabajadoras, o a la futura fuerza de trabajo-, sino que también involucran una componente inmaterial, que está relacionada con los afectos y las relaciones personales directas. Para una parte del movimiento feminista es esencial revelar que los trabajos de cuidados son imprescindibles para el sostenimiento de las sociedades: es decir, todas las personas vamos a necesitar ser cuidadas en algún momento de nuestras vidas, no solo en la infancia o en la senectud, por lo que todo el mundo debería realizar ese trabajo básico, y no solo las mujeres.
Además, el esfuerzo feminista también se encamina a exponer la contradicción del sistema actual, hetero, patriarcal y capitalista, que elude la responsabilidad de organizar de forma justa los trabajos indispensables para satisfacer las necesidades de cuidados de las poblaciones. Es decir, las mujeres se encargan de esta responsabilidad social, de forma invisible, no valorada, gratuita o mal remunerada, al tiempo que empresas, Estados y hombres son subsidiarios y beneficiarios de la misma. Esta organización social del cuidado -que en último extremo es una organización social de la vida en los territorios- sería desigual e injusta, porque intenta esconder que en la base de cualquier sistema socioeconómico, imaginado como un iceberg en cuya punta están el mercado laboral y el empleo, se sitúan las mujeres y su trabajo invisible. Y es que, en las visiones economicistas de un sistema socioeconómico, el trabajo es entendido únicamente como empleo y el PIB como actividad que implica un intercambio monetario, situando el capital en el centro de los análisis, cuando para las feministas la vida debería ser el eje analítico. De ahí que una de las consignas sea “poner la vida en el centro”.
La feminización del cuidado
El hecho principal es que la mayoría de las personas que se encargan de cuidar de otras, tanto de manera profesional como no profesional, tanto dentro de los hogares como fuera, son mujeres. Un reciente estudio de la OIT revela que el 83% de trabajadores domésticos en el mundo son mujeres, sin contar a niñas y niños que trabajan en este ámbito. Con frecuencia, las condiciones laborales de este trabajo son difusas, sin contrato, y al margen de las legislaciones laborales de los países.
En el Estado español, más del 80% de las personas empleadas en los maltrechos sectores sanitario y social relacionados con cuidados y dependencia son mujeres. Además, estas trabajadoras presentan situaciones de creciente “precariedad laboral materializada en elevadas tasas de temporalidad (encadenando diversos contratos de empleo) y trabajo a tiempo parcial”. Si hablamos de los cuidados proporcionados a personas mayores dentro de los domicilios, los datos revelan que casi la mitad de las cuidadoras remuneradas son migrantes, alcanzando el 81,3% en el caso de las cuidadoras internas, que presentan los peores perfiles en cuanto a derechos sociales, laborales y condiciones de vida. Por otro lado, las mujeres migrantes que trabajan en el sector de los cuidados en muchas ocasiones han transferido sus responsabilidades familiares de cuidado a otras mujeres (madres, hijas) en sus hogares de origen. A esta situación se le llama cadenas globales de cuidados, que encadenan necesidades y trabajos de cuidados, y mujeres y desigualdad como eje, de forma internacional.
En el caso de las familias en nuestro país, casi el 84% de las personas cuidadoras no remuneradas que prestan cuidados a familiares son mujeres, y, por lo general, no reciben ayuda de otras personas, es decir, son cuidadoras principales. El 64% de ellas se dedica a las actividades del hogar y no tiene empleo, y el 33% dejó de trabajar para cuidar a la persona en situación de dependencia. Una amplia mayoría de ellas (87%) residen de forma permanente en el mismo hogar que la persona cuidada, y dedica de 8 a 12 horas al cuidado diario. Sin embargo, solo el 6% de los hijos varones son cuidadores principales, siendo “el cuidador-tipo hombre” un “jubilado que cuida a su mujer, mientras que la cuidadora-tipo se encarga de una persona de la generación anterior y su actividad principal es encargarse de las tareas del hogar”.
Crisis y previsiones
Existen investigaciones dedicadas a prever el impacto de la crisis en nuestro país que alertan de una “neta feminización de la atención a personas dependientes, debido a que persistirá la fuerte desigualdad de género en el reparto de estas tareas”, lo que implicará que sean las mujeres las que se encarguen de forma gratuita del trabajo del hogar y “de sí mismas, de los hijos (menores y no) y de los ancianos”, al mismo tiempo que se detendrán las medidas de conciliación de la vida y el empleo, así como el desarrollo de una cultura justa de la corresponsabilidad, todavía deficitaria a día de hoy. “La austeridad presupuestaria” afectará por encima de otros ámbitos a las “políticas de cuidados”, ya que no proporcionarán “recursos suficientes para responder a todas las demandas de los hogares”, reforzando la cultura familista de cuidado, que deja en manos de los hogares, de las mujeres, la reproducción diaria de la vida.
La realidad actual, advierten las feministas, es que ni el Estado, ni las empresas, ni los hombres se han sentado a la mesa de negociación del cuidado y son las mujeres en las familias las que, de forma individual, buscan soluciones combinadas, parciales e individuales para las necesidades de cuidado de su entorno. Es decir, es común que una mujer transfiera las necesidades de cuidados de un hogar de las que ella no puede encargarse a otras mujeres, ya sean trabajadoras del hogar, familiares o trabajadoras de los servicios públicos o privados, en función de los recursos y necesidades específicas de cada casa.
Lo mismo ocurre en el caso de las mujeres migrantes. Una de las socias activistas de una asociación de mujeres africanas afirma en ese sentido que “nosotras utilizamos las mismas estrategias de organización del cuidado que las mujeres autóctonas, lo que pasa es que, en nuestro caso, las consecuencias son muchísimo más graves. Por ejemplo, yo, para trabajar, tengo que dejar a mi hijo con mi madre, como hacen las españolas. Lo que pasa es que mi madre vive en Senegal, con todas las consecuencias y costes personales que esto implica”.
Esta forma de organización del cuidado de las vidas de las personas de la sociedad es la que, abiertamente, ha predicado Mariano Rajoy, quedando resumida su postura en aquella declaración del 2011, en la que, hablando de la inviabilidad de la Ley de la Dependencia, que ha terminado de demoler este último año, afirmó que “hay que ir haciendo lo que se pueda”, y que tendremos el modelo de bienestar que “nos permitan nuestros ingresos, nuestros recursos y nuestra actividad económica”. Lo que quiere decir que las mujeres tendrán que ir haciendo lo que puedan para sostener algo tan incuestionablemente valioso como las vidas de todas las personas de la sociedad, reforzando su presencia en los hogares y haciendo malabares vitales para proporcionar y tener vidas que merezcan la pena ser vividas.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 35, NOVIEMBRE DE 2014

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