Cultures
Berto Turulla, la descarga que sacudió a la música asturiana

Berto Turulla fue un músico pionero en la difusión de la música asturiana y el rock.
Rafa Balbuena / Periodista.
La Semana Santa de 1983 fue lluviosa y gélida. En lugar del previsible ambiente primaveral, un temporal de viento, nieve, aguaceros y bajas temperaturas golpeó Asturias con fuerza entre finales de marzo y comienzos de abril. Fue el coletazo tardío de un invierno que, en su huida, se llevó con él a Alberto Martínez Berciano, ‘Berto Turulla’. Su muerte durante una actuación de Cuélebre, con solo 26 años, dejó la escena musical de la época envuelta en una sensación de frío e impotencia, cortando de un guadañazo repentino la trayectoria de un músico inquieto e imaginativo al que, a tenor de lo vivido, todavía le quedaba mucho por hacer.
Valga el tópico: el tristemente célebre suceso, que a menudo ha sido pasto de desinformación, habladurías y lugares comunes más que de hechos constatados, ocurrió en Láneo (Salas), el domingo 3 de abril. La localidad celebraba las Fiestas de Pascua con una romería que, en principio, iba a desarrollarse en el prao de la fiesta. No paró de llover en todo el día y, viendo que el escenario montado al aire libre estaba empapado y no reunía condiciones de seguridad para los músicos, se decidió trasladar la verbena a los viejos secaderos de tabaco del pueblo.
Estas enormes estructuras de ladrillo, que aún siguen en pie, estaban destinadas originalmente a proveer a la Fábrica de Cimadevilla del tabaco que, durante los años cincuenta y sesenta, se cultivó en la vega del Narcea. En 1983, Tabacalera ya tenía otros planes y las naves se hallaban en desuso, siendo recicladas (que no debidamente acondicionadas) como llagar para espichas y sala de baile. Todo un sarcasmo: en un Domingo de Resurrección, iba a ser el sentido de la prudencia lo que acabase llevando la muerte a Berto.
Un precario escenario
Cuélebre, uno de los grupos referenciales del momento, eran las estrellas musicales de aquella noche. Muy populares a raíz de una versión funk del popular “Pericote” que editaron en 1982, el grupo lo formaban José Manuel Espina, Beto García, César Marful, Roberto Miranda y el propio Berto Turulla. Músicos curtidos en mil batallas, su primer álbum, Made in Asturies fue un pequeño hito de la entonces naciente industria discográfica regional, y ese incipiente éxito les llevó a una actividad frenética durante el bienio 1982-83.
Esto se materializó en una agenda de conciertos que los llevó por todo el norte de España, además de acometer la edición de un disco navideño de cuatro canciones y la grabación de un nuevo álbum, que concluyeron en marzo de 1983. Pedro Bastarrica, otro ilustre fallecido, se acababa de integrar en el grupo como cantante y guitarra, jugando un importante papel en ese nuevo LP, listo para ver la luz y titulado Ave fénix.
Pero Turulla no llegó a verlo publicado. Esa noche, al filo de la una de la madrugada y entre los dos pases del concierto que Cuélebre tenían reservados, sucedió la catástrofe. Mientras otros músicos actuaban en el precario escenario del secadero, Berto, sin afán de protagonismo y con su entusiasmo habitual, saltó hacia la mesa de luces para manipularlas y aportar así su creatividad al espectáculo. No lo consiguió: de la consola saltó un fogonazo súbito, el sonido enmudeció y él quedó pegado al panel entre convulsiones, recibiendo una descarga eléctrica que iba a resultar letal.
Fueron solo unos segundos, hasta que alguien cercano se dio cuenta de que aquellos espasmos no eran parte de la teatralidad innata del músico, sino una electrocución en toda regla. De un empujón fuerte y seco, lo justo para no hacer contacto eléctrico directo, se logró separar a Turulla de la mesa de luces, cayendo al suelo, todavía con vida, ante la confusión de un público que ignoraba la causa de aquel corte repentino de corriente. Fuera llovía a mares, y entre la multitud que se resguardaba en las carpas de la fiesta no tardó en correr el rumor de que alguien, al parecer un músico, había sufrido un accidente dentro, en la verbena.

Cuélebre, con Berto Turulla a la izquierda.
Un viaje infernal
En esos momentos, Berto Turulla ya estaba siendo llevado a Cornellana para recibir atención médica. Todavía consciente, fue atendido por el doctor de la localidad, Jesús Fernández González, que le aplicó una inyección de epinefrina, tratamiento usual un una época en la que los desfibriladores aún no se empleaban para contrarrestar los efectos de una descarga de corriente. Pero el mal estaba hecho: la descoordinación cardíaca, el shock nervioso y las quemaduras en la piel eran malos síntomas, y ante un más que posible desenlace trágico, el doctor Fernández ordenó su traslado a un centro hospitalario, cosa que los miembros de Cuélebre hicieron de inmediato, conduciéndolo a Oviedo en un vehículo particular.
Durante el viaje, el estado de Turulla empeoró, de modo que hubo que volver a solicitar consulta en Grao, donde el médico de guardia confirmó la orden de ingreso urgente en la Residencia Sanitaria. Pero el trayecto recorrido entre Cornellana y Oviedo, que hoy apenas llevaría veinte minutos por la autovía, eran entonces 50 kilómetros a través de una N-634 llena de curvas y placas de hielo, lo que suponía, en el mejor de los casos, más de una hora de angustia al volante. Demasiado tiempo para un pronóstico muy grave y en una noche de infortunios encadenados: al ingresar en el antiguo HUCA de El Cristo, Alberto Martínez Berciano ya había fallecido.
El mazazo fue brutal, y no solo para Cuélebre y la familia de Turulla. El propio José Manuel Espina, siempre entrañable y a la sazón guitarra del grupo, aseguró hace unos años que “quedamos todos anonadados… yo, mientras intentaba asimilar aquello, estuve varios días sin querer salir de la cama, ni hablar con nadie… tardé tiempo en entender que la muerte de Turulla, supongo que por lo inesperado y lo fulminante, me supuso una depresión. Verme así era algo que entonces no podía entender”.
No fue el único hecho incomprensible. El mánager del grupo, según denunció la familia días después en un comunicado, ni siquiera se molestó en presentarles sus condolencias. Más grave aún fue que el promotor del concierto se negase a asumir responsabilidades. Así, la familia del finado tuvo que presentar una demanda judicial para esclarecer lo ocurrido, y considerando que Alberto había dejado viuda y una hija pequeña sin hacer testamento, existía la posibilidad de que quedasen en desamparo, al menos durante el tiempo que se tardase en resolver el litigio.
Había que actuar rápido, de modo que Roberto Berciano, hermano mayor de Alberto, junto con el resto de Cuélebre, se movieron para organizar un concierto benéfico para recaudar fondos en memoria de Berto Turulla. Aunque no estuvo exenta de polémica, fue una bella lección, materializada en poco menos de un mes y que consiguió, al hilo de una desgracia, que músicos de toda Asturias hiciesen frente común recordando al compañero fallecido.
Y así fue: el jueves 21 de abril se celebraron de modo simultáneo veinticinco actuaciones en diez ciudades diferentes de toda Asturias, con un total de 75 grupos y artistas participantes. De Luarca a Arriondas, pasando por Tineo, El Berrón, Grao o Cangas del Narcea, además de Oviedo, Gijón, Avilés y Langreo, Berto Turulla fue recordado sobre los escenarios, con la intención añadida, y finalmente no materializada, de crear un sindicato de músicos para los derechos del colectivo y evitar la precariedad laboral a la que se enfrentaban y que, un mes antes, acabó con la vida del teclista de Cuélebre.
Y eso no fue todo. El día 23, el estadio de El Molinón acogió, por vez primera, un macrofestival que logró reunir a 35.000 espectadores, en un ambiente que tuvo mucho más de celebración que de réquiem. Quitando un par de invasiones pacíficas del césped desde la grada, que suscitaron preocupación entre los organizadores, hay que resaltar el éxito de público, alcanzando unas cifras nada desdeñable, sobre todo si consideramos que había que pagar entrada.
No fue para menos: con Miguel Ríos y Víctor Manuel como cabezas de cartel, esa noche tocaron grupos y solistas amigos como Nuberu, Carlos Rubiera, Alcotán, Felipe y Bottamino, Cuero Negro, Manolín el Nietu, Celo Xuan, Julio Ramos, Latin Show y los propios Cuélebre. Aquella vez, por suerte, la música y la respuesta del público fueron los protagonistas.

En este antiguo secadero de tabaco en Láneo fue el accidente mortal de Berto Turulla.
Una culpabilidad difusa
Con este concierto, la huella de Berto Turulla quedó fijada para siempre en la historia de la música asturiana, si bien la fama le llegó a título póstumo y por una razón no musical. Y es que, pasados unos meses, la sentencia judicial del accidente de Láneo determinó que Alberto Martínez Berciano, ‘Berto Turulla’, fue el único responsable de su fallecimiento, ocasionado por pisar accidentalmente un enchufe durante una tormenta eléctrica.
De nada sirvió que el informe pericial estipulase que el local donde ocurrió el accidente no tenía suscrito un seguro de accidentes, ni alta en la Seguridad Social, careciendo además de diferencial eléctrico y de boletín de enganche. Las pruebas fueron hechas desaparecer antes del juicio y la sentencia tampoco tomó en consideración el hecho de que a Hidroeléctrica del Cantábrico, como adjudicataria del suministro, le correspondiese de oficio la responsabilidad de dotar al recinto de un cuadro eléctrico apropiado y de llevar al día una memoria de mantenimiento.
Así son las cosas, y así te paga la vida si no eres un peso pesado de la farándula, de la política o la economía. Para muestra, baste observar que, pese a ser el más multitudinario concierto de rock celebrado hasta entonces en Asturias, la repercusión mediática obtenida por el homenaje póstumo a Berto Turulla en El Molinón fue más bien pobre. La prensa asturiana sí se hizo eco de ello, y aunque muy moderado, fue un lujo comparado con el resto de medios del país, tanto los escritos como la radio y la televisión.
Es de suponer que todos ellos consideraron cubierta la cuota de información musical con otra “impactante” noticia ocurrida aquel mismo fin de semana: los cero puntos obtenidos por Remedios Amaya en el festival de Eurovisión. Poco hemos cambiado desde entonces: aun perdiendo, la chabacanería y sus oropeles televisivos siempre ganan.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 53, NOVIEMBRE DE 2017

You must be logged in to post a comment Login