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Atlántica XXII

«Algunas mujeres abandonan la sala y otras me agradecen esta película»

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«Algunas mujeres abandonan la sala y otras me agradecen esta película»

Alejandro Céspedes.

Redacción

@AtlánticaXXII

Un impactante y desgarrador alegato contra el abuso infantil. Quienes el próximo martes 29 de enero acudan al teatro Filarmónica de Oviedo (19.30 horas, entrada libre) a la proyección de Las caricias del fuego presenciarán una obra «absolutamente necesaria». Su autor, Alejandro Céspedes, recibe todo tipo de reacciones cada vez que expone una obra que aborda un tema extremadamente delicado. En el Filarmónica, tras la película, los espectadores tendrán ocasión de disfrutar de un coloquio con el autor que se encargará de conducir David Remartínez, director de ATLÁNTICA XXII. Como adelanto, Céspedes repasa en esta entrevista algunos de los puntos centrales de un tema en el que lleva trabajando dos décadas.

-¿Cómo se aborda un tema tan complicado?
Este es el primero de una tetralogía en donde cada libro aborda un asunto diferente, todos muy delicados y muy duros que me preocupan especialmente. Cada uno, desde su tema específico, denuncia un problema ético y social que trata de abrir grietas en la conciencia del lector-espectador: el abuso ejercido contra niñas es la materia de “Las caricias del fuego”; los accidentes de circulación y las falacias de la publicidad es el tema de “Flores en la cuneta” (2009); las consecuencias en la infancia de la violencia y la miseria de un capitalismo delirante e indiferente, se trata en “El aliento del klai”, que se publicará dentro de unos meses; y por último la pena de muerte. Mi acercamiento al tema de las “Las caricias del fuego” se produce por la cercanía al suceso, desde el conocimiento y la indagación de casos parecidos, y -como autor- lo hago sin ningún posicionamiento moral previo. Es la protagonista en primera persona quien expone su tránsito por todos los estadios que le ocurren, desde el amor ingenuo hasta el más profundo rechazo, pasando por el sentimiento de culpa y el resentimiento que se desata cuando se hace consciente del terrible engaño. Es ella, primero niña y después mujer, la que nos va metiendo a través de sus ojos en su mundo de silencios, de miedos y misterios.

-¿Cree que la cinta genera en el público sensación de rechazo o que impera la formación de conciencia ante un asunto tan grave?
Con este libro –y consecuentemente con la película- me han ocurrido hechos muy extraños: mujeres visiblemente turbadas que abandonaban la sala; mujeres que en el coloquio o al final del acto se acercaban para manifestar su desconcierto o su disgusto. Han llegado a decirme que este libro debería estar prohibido. Siempre mujeres. Al terminar uno de los actos de una gira que hice para presentar el libro, la Diputada Provincial de Cultura me dijo que si ella hubiese sabido cuál era el tema del libro jamás me habría invitado. Pero también me ocurre lo contrario, efusivas muestras de implicación con el tema e incluso agradecimiento por haber sabido tratarlo de ese modo. Tanto el libro como la película son un revulsivo que no deja a nadie indiferente. Las respuestas del público son muy emocionales, pero esa es la función del arte: conmover, remover las conciencias. Del teatro, del cine, de los libros, debería siempre salir una persona distinta de la que entró a ellos. Bertolt Brecht no estaría de acuerdo con mi manera de “formar conciencia”, él hubiese propuesto alguna forma de distanciamiento que apelase más a la reflexión y a la razón, y Platón me habría expulsado de la República por esto. Pero sigo pensando que es la convulsión emocional que genera cualquier forma de arte comprometido el modo más directo para agitar la conciencia de una sociedad un tanto abotargada.

-Lleva más de dos décadas tratando este asunto, ¿qué cree que ha cambiado en este tiempo?
Creo que poco. Los hechos narrados ocurren en torno a los años 50 del siglo pasado. Ese tiempo, y no digamos antes, fue extraordinariamente difícil para quienes padecieron este tipo de abusos, por otro lado demasiado frecuentes. Tiempos donde reinaba la impunidad a causa de la desprotección social en la que vivía la mujer. Hechos que eran silenciados y ocurrían incluso con el conocimiento, o “consentimiento implícito”, de las propias madres. Terrible radiografía de un estado de opresión social, económica, etc. que hacía necesariamente a algunas mujeres cómplices de actos tan monstruosos. Hechos que hoy, veinte años después de ser escritos, tienen –por desgracia– la misma actualidad que en aquel tiempo. Todo esto sigue siendo, en parte, un asunto tabú aunque cada día haya más denuncias y la legislación se plantee la no prescripción de estos delitos. A este respecto hay otra cosa que me deja atónito, hay muchas personas que me dicen que no van a leer el libro y que no quieren ver la película, incluso gente muy concienciada en estos temas sociales. La razón que dan es casi siempre la misma: “no creo que pueda soportarlo”, “con ese tema no puedo”… Entiendo sus razones emocionales, pero cerrar los ojos ante la realidad, esconder la cabeza para no enterarse, no ayuda a combatir la situación, más bien a perpetuarla. Este es un tema universal, recurrente, permanente, un atentado incalificable que marca para siempre a seres inocentes y ante el que mirar para otro lado, en el peor de los casos, es una forma de complicidad, y en el mejor de los casos es querer tapar el drama con la capa de invisibilidad de Harry Potter.

Vivimos en una sociedad muy indiferente que considera que aquello que es inconveniente debe ser silenciado para mantenernos a salvo dentro nosotros mismos. Ahora suelo empezar la proyección diciendo a lo espectadores: “Si a alguien le parece duro o insoportable lo que está escuchando, antes de levantarse para abandonar la sala yo le pido que intente imaginarse cómo una niña –o un niño- pueden soportarlo durante tantos años. Si ellos han podido, también nosotros podemos y deberíamos hacerlo.

-¿Cómo se eligen las imágenes y las palabras para conseguir retratar este tipo de horrores?
El asunto está tratado de una forma exquisita, con la máxima delicadeza y sensibilidad. No hay en ningún momento la más mínima escena con contenido incómodo o explícito. Todo está sugerido, enfocado de una forma simbólica y poética. Lo peor que se puede ver en esta película son lágrimas. La escena en la que se cuenta el hecho más terrible está solucionada con un coche parado con los faros encendidos en mitad de la noche. Si algo pudiera resultar incómodo sería el texto, y tampoco en él hay nada expreso o evidente, es muy lírico. Todo lo demás, eso que llaman “duro o insoportable” –y es obvio que la historia lo es-, lo pone el lector-espectador . Como dice Miguel Rojo en “El Comercio”: “Si el arte tiene la capacidad de sublimar la realidad, incluso la más oscura, este libro y esta película son dos ejemplos notables.

-¿Qué sienten las víctimas de este tipo de atrocidades al ver su película?
Después de mucho reflexionar y comentarlo con amigas y psicólogas, he llegado a la conclusión de que muchas de esas mujeres que abandonaban la sala tan turbadas habían pasado por algo parecido o, al menos, los hechos había ocurrido dentro de su entorno. Sin embargo también tengo la experiencia contraria: mujeres, y no pocas, que sin conocerlas de nada se quedan al final para decirme que ellas han pasado por lo mismo y me agradecen que haya puesto su voz a ese problema. Algunas lo han vivido como una auténtica catarsis. Enfrentarse a nuestros miedos y silencios elimina muchas de las sombras que nos atormentan. Ocultarlas solo las hace engordar.

-¿Cómo cree que obras como la suya pueden ayudar a atacar el problema?
Desde la mayor humildad posible, creo que la película y el libro –incluso veinte años después de ser escrito- son absolutamente necesarios. Como he dicho, el mayor fin de cualquier obra que quiera ser artística es conmover. Si en casos como este además conmociona, mejor aún. Creo, contrariamente a Platón y a Brecht, que en cuanto a los efectos del mensaje la conmoción consigue mucho más que la razón. Estamos demasiado habituados a comer y cenar con las mayores atrocidades de los telediarios. Muy pocas cosas nos revuelven por dentro; la maldad del mundo está incorporada a nuestras vidas de un modo cotidiano, domesticada en nuestras mentes con tanta información. Todo lo que ocurre, ocurre fuera, lejos; por eso me parece tan importante incorporar a la conciencia la implicación emocional que nos produce el arte, es decir, interiorizar lo que ocurre en otro cuerpo, identificarse con el dolor del otro: compadecerse, que no significa otra cosa que “padecer con”.

-¿Qué espera de quienes se acerquen el próximo martes al Filarmónica a ver su película?
Me gustaría que vinieran sin prejuicios, con ganas de ponerse bajo la piel del otro, con los ojos y los oídos muy abiertos para -parafraseando a Chantal Maillard- “curar la carne abierta en el dolor de todos, para ahuyentar la angustia que describe sus círculos de cóndor sobre la presa, para que el agua envenenada pueda beberse”. Estoy seguro de que, entonces, ninguna mujer abandonará el teatro turbada.

 

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