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Grecia, el pueblo paciente que se ha revolucionado

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Grecia, el pueblo paciente que se ha revolucionado

En Grecia están muy pendientes de Podemos. Mitin de Alexis Tsipras y Pablo Iglesias en la campaña electoral que le dio la victoria a Syriza. Foto / C. Palma.

En Grecia están muy pendientes de Podemos. Mitin de Alexis Tsipras y Pablo Iglesias en la campaña electoral que le dio la victoria a Syriza. Foto / C. Palma.

Tras la histórica victoria de la coalición de izquierdas Syriza en Grecia, el experimento político heleno, todo un desafío para el poder financiero mundial, sigue siendo una incógnita. El pueblo mantiene la paciencia y en lugar de polarizarse ha cerrado filas en torno al Gobierno de Alexis Tsipras, aunque tras las primeras imposiciones del Eurogrupo, liderado por Alemania, han surgido las primeras críticas internas. La duda reside en saber si Tsipras logrará mantener el apoyo popular o bien las disensiones conducirán a una desestabilización del joven Ejecutivo.

C. Palma. (Atenas).

Esperanza es una de las palabras más repetidas estos días en Grecia. De hecho, según un estudio de la empresa de sondeos Kapa, es la más utilizada para describir la gestión del nuevo Gobierno. “Ya el pueblo siente que vive y respira en un país diferente”, resumía recientemente el propio primer ministro. “No, no superamos así de rápido los enormes problemas económicos, no tuvimos tiempo de curar las heridas de la crisis económica. Pero lo que ha cambiado radicalmente en el sentimiento del griego medio es que ya no siente desprecio y humillación”.

Dignidad es otra de las palabras en boca de todos. Spiros es uno de los votantes de Syriza que recientemente ha salido a la calle para apoyar a su Gobierno. “No podemos dar un paso atrás, la línea roja es la dignidad”, señala. “No puede ser que llegue el BCE y diga lo que hay que hacer. Quiero un nuevo inicio. Es la oportunidad de un cambio histórico, y no me importa tener que hacer sacrificios”, repite con vehemencia el joven.

También lo explica Kostas, que pasó toda la vida trabajando en la construcción y votando al Pasok. Pero, en las últimas elecciones, él y sus hijos han votado a Syriza. “Después de 5 años de crisis, siento por fin que soy griego. Ya está bien de arrodillarnos. Después de haber oído un no después de tanto sí, sí, cualquier cosa que ganemos nos parecerá mucho”. Sus compañeros de toda la vida -encofradores, yesistas jubilados que han visto desaparecer dos pagas de la pensión por la que han cotizado 40 años-, asienten. Conservadores los unos, votantes fieles del Partido Comunista otros, todos han apoyado al Gobierno durante la negociación sobre la extensión del contrato de préstamo.

Dos familias

“Desde que era así de pequeño”, denuncia Kostas haciendo un gesto con la mano, “hasta que se me ha puesto el pelo blanco, siempre nos han gobernado dos familias, Karamanlís y Papandreu. Esto tiene que cambiar de una vez”, exclama. Para muchos como él, estos partidos tradicionales son traidores que han colaborado con los que pretenden “gobernar Grecia desde afuera”. Un trauma nacional que ha logrado aglutinar a muchos por encima de las diferencias ideológicas. “La prioridad es lo económico, en lo demás podemos encontrar soluciones”, resume Tasos, un joven que votó a Griegos Independientes, el ultranacionalista socio de Syriza. Así, hasta 8 de cada 10 griegos apoyaba la postura de negociación del Gobierno, según encuestas incontables. Pero, ¿qué ocurrirá ahora que, tras el pulso de hierro que le echaron Bruselas -y en particular, Berlín-, ha claudicado en muchos de sus posicionamientos iniciales?

Ciudadanos griegos manifestándose a favor del Gobierno. Foto / C. Palma.

Ciudadanos griegos manifestándose a favor del Gobierno. Foto / C. Palma.

Tras tres semanas de regateos, Tsipras ha logrado por fin el desembolso del último tramo de rescate pendiente, que ayudará a financiar Grecia a la espera del acuerdo definitivo. También, algo más de flexibilidad por parte de los acreedores, que dejan la puerta abierta a una relajación del superávit primario que permita implementar algunas medidas sociales. Sin embargo, la principal promesa electoral, la de librarse para siempre de la denostada férula de la Troika, ha quedado aplazada por el momento. Grecia se compromete a no echar abajo de manera unilateral ninguna de las reformas de austeridad de los últimos años, y a no hablar, por el momento, de ninguna quita de deuda. ¿Se trata de la temida kolotuba o cambio de chaqueta -literalmente “voltereta de culo”- con el que tanto especulaban los medios griegos? ¿Se disolverá bruscamente el apoyo popular ahora que, tras varios de esos ‘noes’ tan anhelados, Tsipras ha dado por fin el ‘sí’?

A pesar de que Tsipras presenta el acuerdo como un logro significativo, las reacciones de indignación no se han hecho esperar. Una de las más sonadas ha sido la del eurodiputado de Syriza y héroe de la resistencia antinazi Manolis Glezos. “Pido disculpas al pueblo griego por participar en esta ilusión”, escribió, criticando que su partido estaba vendiendo la carne como pescado. “Los simpatizantes y seguidores de Syriza deberían decidir si aceptan esta decisión”. Corriente Comunista, uno de los grupúsculos que forman la coalición de izquierdas, iba mucho más lejos. El acuerdo supondría una “sumisión al chantaje de la Troika” y su firma “una violación flagrante de los compromisos de Syriza con respecto al pueblo”. En un comunicado, llama a todos los diputados de izquierdas a movilizarse en el Parlamento para evitar la firma del acuerdo, mientras exigen un congreso extraordinario del partido que conduzca a un cambio de políticas y, sobre todo, de liderazgo.

Sin embargo, mayor repercusión están teniendo los posicionamientos de varios miembros del gabinete pertenecientes a Plataforma Izquierdista -una corriente con representación significativa dentro de Syriza-. Una de las figuras más visibles de esta oposición interna es el ministro de Reconstrucción Productiva Panayotis Lafazanis, que se mantiene firme en que no aprobará ninguna privatización. “No participaremos en un acuerdo cuyo objetivo sea cancelar el núcleo de nuestro programa radical y progresista”, declaró recientemente. Algunos movimientos sociales de base, por otra parte, ya han anunciado movilizaciones en caso de que el Gobierno no comience a desarrollar las medidas sociales prometidas, como la recontratación de los funcionarios despedidos.

Una gran parte de la población, por el contrario, no se ha pronunciado aún. En muchos griegos ha calado el discurso de Tsipras de que no se trata de rechazar de plano el acuerdo de préstamo, sino de conseguir una mejora sustancial de sus condiciones. Así, se dan con un canto en los dientes de que el acuerdo incluya mejoras, por modestas que sean. “Si Tsipras consigue cumplir un par de puntos de su programa, ya habrá hecho más que los otros Gobiernos”, se escucha a menudo. Vasilis, que trabajaba en una fábrica de armamento y ahora es sindicalista del área de industria de Syriza, es optimista. Para él, el Gobierno mantendrá la estabilidad en tanto que pueda pagar los sueldos de los funcionarios y cumplir parte de su programa social.

Hambre infantil

En efecto, el plan de choque contra la pobreza extrema es una de las banderas del Gobierno. Las condiciones de vida de los griegos no han dejado de empeorar a pesar del despegue de la economía tan pregonado por el anterior Ejecutivo. Según un demoledor informe del Instituto Prolepsis, un 25% de los niños de los colegios de la región capitalina del Ática pasan hambre, y un 11% carecen de cobertura sanitaria. El 17% de las familias subsisten sin ningún ingreso, y el 7% sufrieron cortes de electricidad de más de una semana a lo largo del año pasado.

“Los objetivos del programa son muy concretos”, explica Theanó Fotíu, nueva viceministra de Solidaridad Social. “Nos comprometemos a suministrar electricidad a 300.000 hogares bajo el umbral de la pobreza, asegurar la alimentación de 300.000 familias sin recursos y satisfacer las necesidades de alojamiento de otras 30.000”. Para este último propósito emplearán pisos de propiedad pública, mientras que el resto del programa se financiará principalmente a través de fondos comunitarios para la inclusión social. El proceso, sin embargo, no es fácil. “Muchos de los que han sido más golpeados por la crisis no tienen ningún tipo de datos registrados”, refiere Fotíu. Su ministerio se está coordinando con autoridades municipales, iglesia, ONGs e iniciativas solidarias para realizar una “cartografía” de la situación, que prevén completar a finales de febrero.

Júbilo en Atenas la noche electoral. Foto / C. Palma.

Júbilo en Atenas la noche electoral. Foto / C. Palma.

Muchas otras promesas del Ministerio, sin embargo, están en el aire: transporte público gratuito para los desempleados, reintroducción de la 13º paga en las pensiones bajas, atención médica gratuita para los no asegurados… Estas medidas, junto con la subida progresiva del salario mínimo, podrían caer si la Troika  no es lo suficientemente generosa con la “flexibilidad” prometida.

Pero Fotíu es cauta. “Nuestro programa requiere herramientas e instituciones fiables, que hoy en día no existen. Por ello, aplicaremos ahora algunas medidas y las demás se irán implementando gradualmente. No damos fechas, actuamos”, sostiene la viceministra, que habla de la necesidad de una “reorganización radical de la sociedad griega y europea”.

La recontratación de los más de 3.000 funcionarios despedidos es otro compromiso en el que el Gobierno no puede echarse atrás. Las limpiadoras de las oficinas de Hacienda, cuyos guantes rojos se convirtieron en símbolo de la lucha contra la austeridad, continúan aún acampadas delante del Ministerio de Finanzas, acompañadas de los guardas escolares despedidos. De momento, son optimistas y confían en que vendrán “tiempos mejores”.

“No podemos esperar que el Gobierno lo haga todo el primer día”, afirma Despina. “Pero con pasos lentos pero seguros pueden hacer todo lo que han prometido y más”. Desecha las críticas que hablan de un sector público sobredimensionado. “Los empleados no están bien repartidos, en algunos servicios hay demasiados y en otros demasiado pocos”, afirma.

Esta redistribución forma parte de los planes más amplios para la reforma del sector público. Pero Amalía, una guarda escolar despedida, se niega a reincorporarse a un puesto que no sea el suyo original. “Llevamos 19 meses protestando en la calle, pidiendo volver a nuestros colegios”, lamenta. Queda claro que el voto de confianza que todos los presentes en la acampada le han dado al Gobierno es condicional. “No nos moveremos de aquí hasta que el último de los funcionarios despedidos no haya vuelto a su puesto de trabajo”, advierten.

Vasilis, el sindicalista con confianza en el futuro, no ve mayores dificultades en la reforma del sector público. “No es tan difícil cambiar el sistema. Son unos pocos los corruptos que durante 40 años han estado haciendo chanchullos”, afirma, acusando a Nueva Democracia de haber colocado a muchos “de los suyos” como funcionarios tan solo cinco días antes de las elecciones. “No ha habido ningún control sobre qué tipo de gente se contrata, o si son adecuados para el puesto, y eso tiene que cambiar”, asegura Vasilis. Sin embargo, iría en contra de la filosofía de Syriza “dejar a nadie sin puesto de trabajo”: los que han entrado ya, se quedan. La única excepción serían los altos cargos corruptos, a los que se detectaría mediante evaluaciones a cargo del resto de empleados. “Los trabajadores saben que tendrán una gestión más justa. No se van a oponer a la limpieza en las instituciones, porque saldrán ganando”. A pesar de los obstáculos, nada puede apartar ya al nuevo Gobierno de su rumbo, asevera Vasilis con énfasis.“Ahora, el pueblo se ha revolucionado”.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 37, MARZO DE 2015

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