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La bula del fútbol

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La bula del fútbol

Los triunfos de equipos poderosos como el Real Madrid se entienden como méritos deportivos, pero también dependen de sus privilegios con las Administraciones. Foto / Paco Paredes.

Los triunfos de equipos poderosos como el Real Madrid se entienden como méritos deportivos, pero también dependen de sus privilegios con las Administraciones. Foto / Paco Paredes.

Mario Bango / Periodista. El fútbol profesional opera con bula. Lejos de ser un sector dinámico y productivo vive del engaño generalizado y consume ingentes recursos públicos con la aquiescencia de casi todo el mundo. Los éxitos deportivos -España como selección nunca antes había alcanzado tantos- disculpan todas las actuaciones, muchas de ellas flagrantemente ilegales, de clubes y dirigentes. Una poderosa casta se aprovecha muy bien de la permisividad popular para sus negocios privados. El resultado es una desorbitada deuda (los equipos españoles deben 3.500 millones de euros a entidades públicas y privadas según un informe del Consejo Superior de Deportes desvelado en el verano de 2013), lo que, en condiciones normales, hubiera acabado hace tiempo con las competiciones. Pero es intocable, tanto que las corruptelas no provocan reacciones en su contra.

Como señala el economista Luis Garicano en  un reciente y valiente libro, El dilema de España, el fútbol es un mundo aparte y subraya que “el capitalismo de amigos es en España el capitalismo del palco del Bernábeu y del despacho de Bárcenas”.  Los clubes son unas entidades muy poderosas socialmente aunque desde el punto de vista económico casi ninguna podría sobrevivir aplicando la legislación vigente. Su único valor es el respaldo que despiertan entre una masa de miles y miles de aficionados que muy críticos y exigentes con los resultados deportivos y acríticos para todo lo demás.

Un ejemplo de que es un sector al margen son los concursos de acreedores. Casi todos los clubes logran salir de ellos (la mayoría de las empresas que se ven abocadas a uno acaban en venta o liquidación, solo se libran el 15%) pese a que carecen de bienes. A trancas y barrancas, con el estandarte de su nombre, la tolerancia de administradores y jueces -tan exigentes en otras actividades- y la vista gorda de la Hacienda Pública (a la que los clubes profesionales debían 750 millones de euros el verano  pasado) y la Seguridad Social (16,6 millones de euros impagados), continúan.

La ayuda de las Administraciones Públicas

Pero más grave es la aportación permanente de recursos presupuestarios. Favores directos e indirectos, con todo tipo de subterfugios, que las Administraciones, principalmente autonómica y local, proporcionan a los clubes de su entorno. Gran parte de los estadios son municipales -el de Oviedo, inaugurado en el año 2000, le costó al Ayuntamiento más de 30 millones de euros-; se adquieren terrenos -el Ayuntamiento de Gijón adquirió la Escuela de Mareo en 2001 por más de 9 millones de euros- sin utilidad ciudadana alguna; se aprueban recalificaciones dudosas -en la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid se construyeron los cuatro rascacielos más altos de la ciudad con unas plusvalías de 200 millones de euros para el club-; o se subvenciona de manera descarada mediante publicidad en las camisetas -como ocurrió con el Sporting y el Oviedo durante la presidencia de Vicente Álvarez Areces-, sin olvidar las relaciones que facilita ocupar un palco y la influencia que de ello se deriva.

Esto es así porque la casta dirigente (casi todos los presidentes de Primera, incluidos el de la Federación y el de la Liga Profesional, han firmado una carta solicitando el indulto para el ex presidente del Sevilla, José María del Nido, condenado a siete años y medio de cárcel por fraude al Ayuntamiento de Marbella) ha descubierto y comprobado fehacientemente que nadie se enfrenta a los sentimientos de los aficionados. En ese mundo, que es un entramado de directivos, sociedades, agentes y representantes que intermedian en coto cerrado, se ha conseguido que el dinero circule con naturalidad pero no para fortalecer al club o para estar al día con los impuestos y las cargas sociales. Obtienen beneficios con alambicadas operaciones que intentan ser opacas al fisco y que dejan en la ruina a la entidad pero no a sus dirigentes. Los contratos están más cerca del que ha dado lugar al denominado Caso Neymar, que ha provocado la dimisión del presidente del Barcelona, Sandro Rosell, que de los que rigen normalmente entre sociedades. Hay cláusulas inexplicables porque, al final, se trata de una enredadera de apaños y comisiones.

Dicho de otra manera: la mayor parte de los clubes son cascarones vacíos de los que se utiliza el nombre, el símbolo -representan una ciudad, una comunidad, un país-, como reclamo para obtener subvenciones a fondo perdido y perpetrar negocios al margen de la legalidad. El agravio comparativo tan común en España es de una eficacia demoledora en este ámbito. Salvo casos muy excepcionales no hay más argumento que “somos un equipo histórico y nos merecemos estar en Primera”.  Y a partir de ahí vale todo con la complicidad de aficionados, autoridades y fuerzas vivas. La victoria al coste que sea. Sin embargo el sistema de ascensos y descensos provoca tales tensiones económicas -por los ingresos de las televisiones, muy abultadas en Primera y ridículas o inexistentes en las demás categorías- que cuando, como en el caso del Real Oviedo, se pasa de Primera a Tercera en pocas temporadas se pone en riesgo la propia supervivencia del equipo (al igual que ocurrió en Burgos, Málaga, Logroño, Castellón y ahora mismo en Santander y A Coruña).

El caso del Oviedo

Este del Oviedo es otro ejemplo claro de que lo importante en este mundo son las pasiones y no las razones. El intento del entonces alcalde, Gabino de Lorenzo, de partir de cero cuando el equipo aterrizó en Tercera con otro club de la ciudad pecó de ingenuidad y de precipitación. La idea era que el pasivo del club histórico, Real Oviedo, no fuese un impedimento para el futuro. Apostó por una sociedad sin tantas deudas, el Astur, que en el verano de 2003 pasó a denominarse Oviedo ACF.

Manifestación de los aficionados del Real Oviedo, que salvaron varias veces al equipo de su desaparición. Foto / Paco Paredes.

Manifestación de los aficionados del Real Oviedo, que salvaron varias veces al equipo de su desaparición. Foto / Paco Paredes.

Un error mayúsculo como seguramente no tuvo otro el alcalde que más veces ha salido reelegido. Obvió primero que lo más importante para un seguidor es su equipo esté donde esté y, en segundo lugar, olvidó que sin haber enterrado definitivamente a un club muy querido no se puede apostar por una alternativa al mismo. El resultado, diez años después, es que el ACF ha desaparecido -ha vuelto a llamarse Astur- y que aquella imprudencia política ha sido el principal impulso del agónico Real Oviedo, muy debilitado por el peso de la deuda y por su falta de progresión deportiva, puesto que no ha conseguido salir en este tiempo de la Segunda B. De hecho no ha desaparecido porque los acreedores, en especial los públicos, no aprietan y por la tozudez y el respaldo de sus seguidores. Pero siempre está al borde del precipicio. La última vez hace un año cuando el grupo mexicano Carso, vinculado a Carlos Slim, una de las grandes fortunas mundiales, entró en el accionariado y evitó una quiebra inminente.

La ayuda de los medios

Hasta tal extremo es importante la presencia social del fútbol que los medios de comunicación -que otorgan espacios muy superiores a otros problemas más importantes- se han dejado llevar por esa marea. En la prensa se sabe muy bien que una victoria o una derrota influyen en la venta de ejemplares al día siguiente del partido. Por tanto los medios razonan con los mismos criterios que los aficionados y presionan sistemáticamente para lograr los objetivos que se persiguen sin reparar en los costes presentes y futuros.

Durante el franquismo el fútbol fue visto como el opio del pueblo, pero desde la Transición ha vivido una etapa de esplendor refrendada por intelectuales y escritores que han convertido la épica de este deporte en un buen argumento literario. Se han publicado textos excelentes,  algunos de ex futbolistas. Pero algo está cambiando. Columnistas reconocidos ya se han quejado del despilfarro y el descontrol. Ha dejado de ser intocable.

Debería ser inexplicable que un país la borde del rescate y en el que el número de personas excluidas crece cada día celebre la contratación de figuras por cifras estratosféricas, pero el fútbol es una válvula de escape bien guiada desde los medios de comunicación, descaradamente parciales, que no solo no se quejan del malgasto y la ineficiencia sino que refuerzan la visceralidad más primitiva entre el Madrid y el Barcelona, como epígonos principales de lo que es este deporte. Por supuesto asumen que en el fútbol todo vale. Y así es.

¿Cambio de tendencia?

En algún momento esta tendencia tendrá que cambiar. La Unión Europea está investigando a siete clubes españoles por ayudas públicas no permitidas. Entre ellas que Bankia (que ha recibido 19.000 millones de euros del rescate bancario, sin que vaya a devolverlos) sea el principal acreedor del Valencia, al que, mediante el aval expreso del Gobierno presidido entonces por Francisco Camps, otorgó préstamos por un valor que ahora está por encima de los 300-400millones de euros. ¿Es justificable que un banco en la práctica quebrado sea el prestamista de un club por la presión política? La vinculación política-fútbol es muy estrecha.

En Brasil, donde el fútbol es casi una religión, a finales de enero pasado se organizaron manifestaciones muy concurridas contra el Mundial 2014. Por primera vez una parte de los ciudadanos de aquel país -pentacampeón del mundo- creen que el enorme esfuerzo inversor y organizativo (¿y el derroche?) para este acontecimiento estaba mejor dedicado a otros fines. Un cambio sorprendente pero interesante. ¿Qué es primero, un cómodo estadio o una sanidad pública universal?

Tan mundo aparte es el fútbol que la burbuja nunca estalla, ni siquiera ahora que la cultura del “pelotazo” está en regresión. Aquellos empresarios -casi todos constructores- que se habían enriquecido repentinamente buscaban controlar los clubes para lavar dinero negro y también para obtener el prestigio y la relevancia sociales que no conseguían de otro modo. De momento están siendo sustituidos por jeques árabes, millonarios -ciertos o supuestos- de países orientales, rusos, algún caso excepcional de hispanoamericanos, como el del Oviedo, y en poco tiempo empezarán a aparecer chinos, tan experimentados en la corrupción y el lujo. Y una vez más los clubes, convertidos en atractivas multinacionales, seguirán teniendo bula y resistirán con soluciones inverosímiles. Porque, como diría Vujadin Boskov, “fútbol es fútbol”.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 31, MARZO DE 2014

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