Última entrega del capítulo XVIII de «Memorias de un sindicalista de Aller», donde su autor, Antón Saavedra, indaga en los orígenes discutibles de la Unión Europea y en la corrupción que la empuja a servir a otros intereses distintos al de los ciudadanos.

Parlamento Europeo, en el edificio Louise Weiss de Estrasburgo. Foto / J. Logan
Era más que evidente de que la causa principal en el brutal descenso de las producciones de carbón en la Europa comunitaria se debía a la total ineficacia y dejación por parte de la Comisión Europea que no actuaba sino como auténtico títere cuyos hilos los movían EE.UU. El abandono del carbón en beneficio de la energía nuclear y de los carbones de importación, controladas sus reservas por las mismas multinacionales que hoy controlan la energía solar, era una cruda realidad – a modo de ejemplo, en EE.UU., las petroleras habían adquirido las tres primeras empresas hulleras del país y controlaban el 40 por ciento de la producción norteamericana (solo la Shell controlaba el 15 por ciento de todos los recursos recuperables de carbón en EE.UU.) -, y aquello hizo que elaborara un amplio informe titulado “El carbón: una alternativa a la crisis energética”, conocido en el seno de la C.E.C.A. como el “informe Saavedra”, que más tarde serviría de documento base para la discusión sobre la política energética comunitaria.
Pero, si era evidente aquella realidad sobre el brutal ataque contra el carbón europeo, era mucho más evidente la referida a la construcción del “Mercadón Europeo”, de tal manera que, habiendo sido aplaudido y asumido el informe presentado y defendido por mí, en el seno del comité de la C.E.C.A., era mucho más evidente todavía que las decisiones sobre el carbón se tomaban en otros despachos distintos y distantes de la propia Comisión Europea.
Es verdad que la Unión Europea y el proyecto de integración continental se ha venido presentando como un paradigma de la cooperación entre naciones y la superación de las diferencias en favor de la convivencia democrática, pero no es menos verdad que estamos ante una historia con grandes capítulos velados, entre otras muchas cuestiones, porque la idea de unos Estados Unidos de Europa, no fue sino la apuesta de los grandes capitales financieros ante el temor de quedar asfixiados en las tierras intermedias que separaban a las dos grandes potencias mundiales. Es decir, el actual discurso histórico sobre la Unión Europea, que un día concibiera el mismísimo Hitler, ha resultado en el transcurso del tiempo una auténtica falacia.
En efecto, la Unión Europea puede presentar su historia como una epopeya de la democracia, pero el papel protagonista de ciertos “padres fundadores” que formaron parte del nazifascismo o del conservadurismo más reaccionario, no hacen más que avalar mis convicciones sobre la falacia historiográfica europeísta.
Quizás el más significativo de todos ellos sea el de Walter Hallstein, un abogado del Partido Nacionalsocialista, estratega político del Estado nazi y, más tarde, primer presidente de la Comisión Europea.

Walter Hallstein, primer presidente de la Comisión de la Comunidad Económica Europea y uno de los padres fundadores de la Unión Europea. Foto / Rolf Unterberg.
Otros miembros del Partido Nazi vieron convenientemente borrado su pasado, a fin de poder seguir siendo funcionales a los monopolios que le habían aupado al poder antes de la guerra, tales como los mencionados Robert Shuman o Jean Monnet, y que, después de la guerra, trataban de recomponerse en alianza con sus viejos enemigos. El caso del cartel químico alemán IG Farben (BAYER, BASF y HOECHST) — entre otras — es de sobra conocido. Hallstein y otros tantos nazis vinculados a IG Farben — como Carl Friedrich Ophüls, afiliado al Partido nazi de 1933 a 1945 y representante permanente de la CEE y EURATOM desde 1960 — no tuvieron problemas en hacer el tránsito de la institucionalidad nazi a la comunitaria europea de postguerra. Pero no fueron solo los gestores políticos de los monopolios que financiaron a los nazis, sino los propios dueños de esas empresas quienes se vieron prontamente recuperados para la legalidad europea. Fritz Ter Meer, director de IG Farben condenado en los juicios de Núremberg, alcanzaría de nuevo la presidencia de BAYER en 1956. Y no es el único caso de los “padres fundadores” de la Unión Europea que tienen un pasado tan oscuro como siniestro.
En definitiva, si de algo me han servido mis casi siete años en los organismos comunitarios, fue para llegar a una muy clara conclusión: nunca estuvimos en una Europa de los ciudadanos, como se pretendió hacernos creer desde el principio de su creación, sino en una Europa de los mercaderes, y yo seré europeo porque vivo en este continente, pero no me siento en absoluto parte de esas instituciones, tan representativas ellas de la oligarquía financiera.
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