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Atlántica XXII

La larga marcha de Daniel Cohn-Bendit

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La larga marcha de Daniel Cohn-Bendit

Daniel Cohn-Bendit

Daniel Cohn-Bendit ha apoyado recientemente la candidatura de Émmanuel Macron.

El rostro por excelencia de Mayo del 68, que se inició en el anarquismo espontaneísta y llevó su defensa de la liberación sexual al borde de la apología de la pedofilia, acabó siendo, en sus propias palabras, un «liberal libertario», y retrata como nadie las contradicciones del 68.

Pablo Batalla Cueto / Periodista.

Fue una de las fotos icónicas de mayo del 68, tomada por Gilles Caron: el cogote borroso de un policía al que se le aprecia parte del casco y, enfrente, increpándolo con divertida y despreocupada insolencia, un mozalbete rubio y bajito que acababa de cumplir los veintitrés años y era uno de los líderes de las multitudinarias algaradas estudiantiles que sacudían la Francia de Charles de Gaulle. Su nombre era Daniel Cohn-Bendit, pero el mundo ya lo conocía como Dany le rouge, «Dany el rojo», apodo que la prensa había adjudicado a este estudiante de sociología de la Universidad de Nanterre, hijo de judíos alemanes que habían emigrado a Francia durante la Segunda Guerra Mundial a fin de escapar de la persecución nazi.

La foto se la tomó Gilles Caron a Cohn-Bendit delante de la Sorbona, a cuyo comité de disciplina habían sido convocados siete estudiantes revoltosos, y entre ellos él, en calidad de instigadores de una revuelta multiforme y policéntrica que ya duraba dos semanas, y cuya chispa había sido el arresto, el 22 de marzo de 1968, de un joven de extrema izquierda, Xavier Langlade, por participar en un sabotaje contra las oficinas de la American Express en París.

Identificado con el pensamiento libertario (aunque su padre, Erich, fallecido en 1959, había sido un miembro activo de la Cuarta Internacional trotskista), las primeras inquietudes políticas de Cohn-Bendit habían encontrado acomodo en la Federación Anarquista y el grupo reunido en torno a la revista Noir et Rouge, así como en la Liaison des Étudiants Anarchistes. Y para cuando Caron le tomó aquella instantánea, ya era una figura tan amada como odiada en aquella Francia en la que volvía a arder la venerable llama de la revolución. La admiración de sus partidarios había llegado hasta el punto de acuñar el lema «Nous sommes tous des Juifs allemands» («Todos somos judíos alemanes»), cantado por doquier en manifestaciones, encierros y sentadas para responder a las frecuentes invectivas xenófobas y antisemitas lanzadas contra Cohn-Bendit por los oponentes del movimiento estudiantil.

En cuanto a éstos, los había desde conservadores hasta comunistas ortodoxos, los primeros indignados por la disrupción del sacrosanto Orden, los segundos recelosos de un aventurerismo izquierdista que no controlaban y del que los orígenes acomodados de sus cabecillas les hacían desconfiar. El deseo que los embargaba a todos había sido resumido cabalmente, cuatro días antes de la foto, por un editorial del semanario ultraderechista Minute: «Ese Cohn-Bendit debe ser agarrado por el pescuezo y conducido a la frontera sin mayores miramientos».

Cohn-Bendit no fue conducido a la frontera, pero sí que se le cerró a cal y canto mediante un decreto de expulsión aprobado el 21 de mayo, que estaría en vigor hasta 1978 y cuya notificación recibió en Berlín, durante un viaje en el que había provocado aún más al establishment galo afirmando que había que hacer trizas la bandera francesa y quedarse solo con su franja roja. Para entonces el país se encontraba prácticamente paralizado. Estaban en huelga hasta la banca, la prensa y los quiosqueros; el valor del franco caía, en París había escasez de productos básicos y los conductores hacían colas interminables en las gasolineras.

Pero los coletazos de la revuelta ya no los lideraría Cohn-Bendit, aunque el obstinado provocateur sí que conseguiría entrar en Francia cruzando la frontera a través de una región boscosa y dirigirse, el 28 de mayo, a una multitud reunida en el gran anfiteatro de la Sorbona ante la que proclamó su rechazo de todo autoritarismo, viniera de donde viniera, y su adscripción a una internacional revolucionaria informal llamada a poner patas arriba al mundo entero. 1968, como para certificarlo, también acabaría siendo el año de la Primavera de Praga, las protestas estadounidenses contra la guerra de Vietnam durante la Convención Demócrata, el inicio de los troubles norirlandeses o la matanza de Tlatelolco. Y Cohn-Bendit lo viviría saltando de aquí a allá y terminando por instalarse en Frankfurt.

Los excesos del espontaneísmo

En Frankfurt, Cohn-Bendit pasará toda la década de los setenta, integrado esta vez en la escena Sponti, un difuso magma contracultural que —fuerte sobre todo en la propia Frankfurt, Münster y Berlín Oeste— aunaba elementos libertarios y maoístas y rendía culto al concepto de la espontaneidad de las masas, que iba aparejado a un virulento antileninismo y a la creación de espacios liberados del tipo de los que más tarde propugnará el movimiento okupa: apoteosis de lo comunal en los que se experimentan todas las libertades y también la sexual, pero también se incurre en excesos que, andando el tiempo, acabarán pasando factura a aquellos jóvenes que se lanzaban a ellos con despreocupación.

Cohn-Bendit, en concreto, se implicó en aquellos años, además de en un grupo llamado Revolutionärer Kampf («Lucha Revolucionaria») y en el que trabó duradera amistad con un joven anarquista llamado Joschka Fischer, en la creación de guarderías autogestionarias; y escribió a partir de esa experiencia, en 1975, un libro titulado El gran bazar que incluía pasajes que pasaron inadvertidos entonces, pero que, revisitados más tarde (mucho más tarde: tanto como en 2013), acabaron motivando un escándalo mayúsculo que a punto estuvo de acabar con la carrera política de un Cohn-Bendit ya acomodado al orden constitucional (y seguramente debería haberlo hecho).

Contaba Dany el rojo por ejemplo lo siguiente: «Ocurrió varias veces que algunos niños me abrieran la bragueta. Reaccioné de diferentes maneras, según las circunstancias, pero el deseo de aquellos niños me planteaba un problema. Yo les preguntaba: ¿por qué no jugáis juntos, por qué me elegís a mí y no a otros niños? Pero si insistían de todos modos, los acariciaba». Añadía seguidamente: «Podía sentir perfectamente cómo las niñas de cinco años habían aprendido a excitarme».

No fue aquel el único flirteo de Cohn-Bendit con la apología de la pederastia en aquella década no siempre tan prodigiosa, ni tan siquiera en la siguiente: como director de la revista contracultural Pflasterstrand permitió en los años setenta la publicación de varios artículos abiertamente pedófilos, y corría ya el año 1982 cuando un Cohn-Bendit casi cuarentón participó en un talkshow de la televisión francesa en el que llegó a afirmar que «la sexualidad de un niño es algo fantástico» y que «es divino ver cómo se desnuda una niña de cinco años, porque es un juego. Un gran juego erótico».

Él, en 2013, se defenderá de las acusaciones vertidas por sus rivales políticos afirmando que aquello no era más que un acto de provocación, un inocente épater le bourgeois del que se arrepentía pero que no debía tomarse en serio; pero no logrará disolver con ello la sombra de una duda razonable…

Daniel Cohn-Bendit

Una ilustración reproduciendo la icónica foto de 1968 con la frase «Todos somos judíos y alemanes».

Los Verdes

Sea como sea, los años siguien corriendo, y es ya dos años antes de aquel talkshow de infausto recuerdo que Cohn-Bendit —abonado ahora al rumboso movimiento ecologista eclosionado en torno a la oposición a la construcción de centrales nucleares— se convierte en cofundador de un partido de nuevo tipo que recibe el nombre de Los Verdes, y que irrumpe en el Olimpo político alemán con rapidez y notable éxito.

Concebido en palabras de otra de sus líderes, Petra Kelly, como un «partido antipartidos» y un Sammelbecken (algo así como «espacio de encuentro») capaz de aglutinar desde a ecolibertarios que abrazaban un individualismo hedonístico hasta a ecologistas radicales partidarios en cambio de una suerte de socialismo pastiche, pasando por pacifistas, conservacionistas, antropósofos, grupos cristianos, etcétera, Die Grünen conservaba, y eso atrajo a Cohn-Bendit, mucho del pensamiento libertario; y había comenzado por aprobar una serie de mecanismos radicales de salvaguardia: los diputados electos deberían abandonar sus cargos cuando hubieran cubierto medio mandato, para ser reemplazados por los siguientes miembros de lista; las listas serían paritarias y el liderazgo del partido sería triple y elegido por una conferencia anual. Además, todas las asambleas serían abiertas.

De sus primeras elecciones, las de 1983, Los Verdes obtienen una nada desdeñable cosecha de dos millones de votos y 27 escaños del Bundestag, que aumentarán a 42 en 1987. Pero ello aboca al partido a lo que Robert Michels llamara, ya a principios del siglo XX, la ley de hierro de la oligarquía: aquélla según la cual todos los partidos, por revolucionarios que sean en sus inicios, acaban indefectiblemente burocratizándose, acomodándose al orden establecido y desarrollando una dicotomía entre eficiencia y democracia interna que suele resolverse primando lo primero.

En Los Verdes, esa disyuntiva, que no tarda nada en aparecer, estalla en forma dos corrientes internas que la prensa da en llamar Fundis, de «fundamentalistas», y Realos, de «realistas». Pero Cohn-Bendit —que ha abandonado públicamente el anarquismo en 1981 haciendo campaña por el cómico Coluche en las presidenciales francesas, y la revolución en 1986 con la publicación de un libro titulado La revolución, y nosotros que la quisimos tanto— no se alinea ya con los primeros, partidarios de mantener la esencia contracultural del partido, de no entender el Parlamento más que como una plataforma para amplificar sus demandas y de no integrarse en coaliciones de gobierno ni pactar otra cosa que no sea el desmantelamiento inmediato de todas las centrales nucleares de Alemania. Lo hace, en cambio, con los segundos, defensores por su parte de avanzar hacia una estructura partidaria más tradicional y de alcanzar acuerdos, también de gobierno, con los socialdemócratas. Serán ellos los que, tras un predominio inicial de los Fundis, acaben haciéndose con el control de la organización en la Conferencia de Kalrsruhe de 1988.

Cuando se cruza el umbral del realismo político, suele no haber vuelta atrás. No la habrá para Los Verdes, que llegarán a abjurar de su ideario ecopacifista inicial tanto como para apoyar, como socios de coalición del socialdemócrata Gerhard Schröder y con Joschka Fischer como ministro de Asuntos Exteriores, el bombardeo de Kosovo por parte de la OTAN en 1999 y el programa neoliberal de recortes Agenda 2010. Y tampoco la habrá para Cohn-Bendit, a quien Los Verdes proporcionará una larga y exitosa carrera política: será eurodiputado desde 1994 hasta 2014, veinte años que lo verán defender posiciones que él mismo define como liberal libertarias (la defensa de la privatización de servicios públicos como la electricidad —nacionalizada en Francia— o los correos, por ejemplo, pero también una política de inmigración abierta y la despenalización de las drogas blandas) y que hacen que la revista francesa La Décroissance guste de definirlo como «el Canada Dry de la política: tiene el color de la rebelión, el olor de la rebelión, el sabor de la rebelión, pero no es la rebelión, sino nada más que la ideología capitalista clásica bajo una cara sonriente y despeinada», chiste que se explica porque la soda Canada Dry se anunció en el país vecino, durante muchos años, como «dorado como el alcohol y con nombre de alcohol, pero no alcohol».

En las presidenciales francesas de 2017, Cohn-Bendit apoyó, ya desde la primera vuelta, la candidatura de Émmanuel Macron, de quien alabó su espíritu transgresor y su idea de la flexiseguridad: un oxímoron consistente, en descripción del propio Cohn-Bendit, en «flexibilizar el mercado laboral, pero que al mismo tiempo la gente esté segura, protegida». Fue una apuesta ganadora. Y, según decía a L’Obs tras los consabidos cien días de gracia al flamante presidente, no le ha decepcionado.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 56, MAYO DE 2018

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