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Atlántica XXII

Lucía S. Naveros: “Pasamos de las garras del cura a las del publicista”

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Lucía S. Naveros: “Pasamos de las garras del cura a las del publicista”

Lucía S. Naveros en un bar de Oviedo. Foto / Pablo Lorenzana.

Lucía S. Naveros en un bar de Oviedo. Foto / Pablo Lorenzana.

Esta es una conversación de chigre con Lucía S. Naveros, periodista, feminista y autora del libro Carmela ya no vive aquí, aparecido recientemente. Los paisanos juegan a las cartas mientras cuenta que el libro comenzó como un encargo del director de la Fundación Príncipe de Asturias, Graciano García, que le lanzó la pregunta de por qué ya no había mujeres de negro, de luto, como las de antes. Ella lo tomó como reto y, a pesar de que sabía que iba a suponer un esfuerzo ingente de coordinación de vida, familia y empleo -no en vano, esta contradicción entre el trabajo y la vida recorre el libro entero-, se lanzó a ello.

Jara Cosculluela / Licenciada en Humanidades y activista feminista.

¿Cómo arranca la escritura sobre un tema tan amplio?

Tenía una idea clara: soy de la primera generación de españolas que crecieron con la idea de que la única salida vital era incorporarse al mercado laboral. Cuando fui madre me di cuenta de que no estaba resuelta la necesidad social de los cuidados, de que la emancipación de las mujeres no estaba -no está- completa. Tenía dos imágenes en la mente: la ex ministra de Defensa del PSOE, que encarna el feminismo de Estado, Carme Chacón, cuando, embarazada, pasando revista a las tropas, ofreció una imagen que fue leída como libertad para las mujeres. Estaba también la popular Soraya Sáenz de Santamaría, que vivió su embarazo como si fuera privado, como si los niños se pudieran apagar con un botón. Una tomó dos meses de baja y otra nueve días. Ofrecían una imagen amarga: las mujeres hemos llegado a lo máximo, ser como paisanos.

Similar a lo ocurrido recientemente con Susana Díaz, que anunció que su embarazo no iba a interferir en el discurrir de las elecciones andaluzas.

Tenemos que ser mujeres en la clandestinidad. Hemos pasado de ser durante el franquismo únicamente madres -y las que no lo eran, putas o malas madres- a ser trabajadoras. Quería discutir el discurso social, y del feminismo de Estado, que dice que cualquier trabajo es bueno para las mujeres, por el mero hecho de estar remunerado. Hay trabajos que son alienantes los hagan hombres o mujeres. El ejemplo es bajar a la mina. La sociedad tiene pendiente dignificar a las mujeres incluyendo también la maternidad.

Lo que se plantea es una revisión de estos últimos años de feminismo institucional.

Sí, porque hemos luchado mucho, entrando en lugares que estaban vedados para nosotras, pero con un coste altísimo; por ejemplo, el de institucionalizar a los niños. Feminismo no es que los niños pasen del útero a la guardería en 16 semanas, porque es muy duro para la vida de las mujeres, pero también para los niños y los padres, a quienes no excluyo del proceso. El movimiento anarquista español, a diferencia del movimiento obrero que triunfó -el marxista-, se interesó por la maternidad; hasta organizaron una huelga de vientres en Barcelona. Veían una explotación económica relacionada con la maternidad, abogaban por la maternidad consciente. Así, he querido recuperar los movimientos históricos españoles, porque el feminismo suele contarse desde el punto de vista anglosajón, centrado en el sufragismo y en la conquista de los derechos civiles, y, además, los años de franquismo echaron una capa tan espesa en la sociedad que parece que no tengamos memoria. El feminismo español solo es tardío si se busca como movimiento sufragista, pero hubo muchos empeños en el acceso a la educación de las mujeres, con nombres como Pardo Bazán o Arenal. También me sorprendió el paso atrás que supusieron para las mujeres españolas los movimientos políticos asociados a la revolución francesa.

Los postulados de la salida de la minoría de edad, de la razón como vía emancipadora, que dejó fuera por completo a las mujeres.

Está muy unida a la consolidación del capitalismo, cuando las mujeres fueron asociadas a lo natural, y se abrió la veda para despreciarlas y eliminarles su poder, pero también despreciar sus saberes tradicionales que formaban parte de la riqueza comunal.

Más o menos en la línea de la autora Silvia Federicci, en su libro Calibán y la bruja.

Sí, ella habla de la desaparición del pro-común y la acumulación inicial y cómo se transformó a los seres humanos para el mercado laboral, siendo las mujeres las grandes perdedoras. Me interesa mucho también la hipersexualización de nuestra cultura, que tiene que ver con el proceso que describe Federicci, de objetulización de las mujeres, en este caso, como objetos de deseo.

La clorosis

Lo que parece nuevo es que la hipersexualización de las mujeres se ha abierto a todas las edades: niñas y mayores.

Avanzamos a golpe de mercado, de publicidad, de intereses comerciales y de la industria. Es un avance neto que la sexualidad haya dejado de estar controlada por el cura, sin embargo caemos en las garras del publicista.

Eso se ve bien en la serie Mad Men, que se centra un poco antes de que Betty Friedan escribiera la Mística de la Feminidad, cuando las agencias de publicidad emergentes ven en las mujeres a sus perfectas consumidoras.

Es entonces cuando la belleza se convierte en un campo abierto a un mercado inmenso, y también un sistema de control. En el libro lo analizo a través de la representación de las mujeres en los siglos XIX y XX, vinculadas a la revolución industrial y a la francesa. Las mujeres victorianas sometidas al corsé, las mujeres enfermas, frágiles, diferentes a los siglos anteriores. Aparecen enfermedades científicamente probadas de las que apenas hemos oído hablar, como la clorosis. Gregorio Marañón hablaba de ésta como una enfermedad de la civilización, y claro que lo era, por estar asociada a la monetarización absoluta de la sociedad, cuando antes no todo era dinero.

Igual que la industria sexual, ¿tendría que ver con monetarizar hasta el último rincón profundo de nuestras vaginas?

Lucía S. Naveros. Foto / Pablo Lorenzana.

Lucía S. Naveros. Foto / Pablo Lorenzana.

El porno hoy es la escuela de las relaciones humanas y llega como el agua del grifo a todos los hogares, en los móviles a golpe de clic. Es una industria despiadada, que propone una educación sexual muy dura para las mujeres y el narcisismo para la sociedad. No quiero que mi hijo o yo seamos educados sexualmente por el cura ni por un empresario despiadado. No juzgo que la gente se divierta viendo sexo, pero creo que ese discurso enmascara un mercado que busca la utilización del otro y la banalización del sexo. La sexualidad también puede ser el lugar en el que se dé el vínculo de unión entre personas, y puede generar alianzas, al igual que dar el pecho o la amistad entre mujeres. Necesitamos generar resistencias ante un ataque neoliberal como el actual, para el cual lo mejor que le puede pasar a una mujer es ser deseada y bella; llevado al extremo, ser estrella porno. Las Kardashian o Paris Hilton son el producto lógico del capitalismo actual. Naomi Woolf analiza cómo todo esto fue una respuesta a la segunda ola del feminismo de los años setenta.

El mercado fagocita los intentos de alterar el orden de las cosas, desactivándolo políticamente para obtener beneficios a costa de ello.

Además, coartan la belleza. En el libro cito una discusión que tuve con compañeros de trabajo sobre la belleza de Janis Joplin o Frida Khalo. Ellos no podían entender que yo las considerase bellas, porque se estaban moviendo en el terreno de la belleza para consumir. Esta belleza en el mercado nos ha hecho mujeres muy pendientes de nosotras mismas, muy inseguras y separadas de los hombres, siendo difícil hacer comunidad.

Volver a lo comunal

Un elemento del patriarcado es que hace a los hombres iguales en la esfera de lo público y a las mujeres indistintas en la esfera de lo privado, potenciando la competitividad entre nosotras.

Comparto lo que dices, pero discuto el mito de que las mujeres seamos rivales entre nosotras porque la realidad misma lo desmiente. Hemos podido resistir las grandes opresiones de la historia porque ha habido siempre alianzas muy fuertes entre nosotras, esa fuerza sigue vigente y es difícil de destruir. Les comadres es una fiesta arcaica que rememora las uniones de la madre con la ahijada y la madrina, potenciando los vínculos fuertes entre mujeres para que la vida siguiera adelante.

En casos como el que mencionas se ejemplifica que las mujeres hemos sido el sostén y las aseguradoras de la vida.

Sí, lo mismo ocurre con la idea de maternidad actual. La idea de que la madre es la única que se ocupa de los hijos, en soledad, es muy reciente y choca con la idea de crianza compartida. Hemos sido compartimentados y los vínculos de comunidad destruidos. Este proceso va asociado al desarrollo del mercado y tiene que ver con los cercamientos que se produjeron sobre las tierras, para conseguir que la gente aceptara las condiciones laborales infernales que necesitaba la revolución industrial. Si no, ¿quién querría aceptar esos trabajos, si la gente vivía bien al día? Los comunes, terrenos, pastos, derecho de derrota, de los que vivía la parte más empobrecida de la comunidad, sobre todo mujeres viudas, madres solas, etc., fueron clausurados a través de cerramientos, que ahora mismo se sigue haciendo en el tercer mundo.

Ante este proceso de mercantilización, ¿qué podemos hacer?

Vamos hacia una suerte de suicidio colectivo. Soy partidaria de la simplificación, de volver a sociedades más humanas, más locales, con un reparto más lógico y justo del tiempo. Hay muchos trabajos hoy en día que no producen absolutamente nada, y son los mejor pagados, mientras que los trabajos imprescindibles, realizados por mujeres mayoritariamente, se han invisibilizado.

Además se introdujeron en una esfera concreta que antes no existía.

Y demonizaron el hogar. Aquí, el error, también del feminismo de Estado, es quererlo todo ya. No puedes decir a las mujeres que abandonen su rol de cuidadoras porque es opresivo, y que salgan para trabajar de cuidadoras. En una contradicción profunda. Debería haber un derecho que permitiera dejar el mundo público o económico para poder cuidar, sin que sea punible. El mercado laboral español aceptó a las mujeres pero con unas condiciones laborales terroríficas, y el PSOE, presuntamente feminista y rosa, nunca legisló en favor de un mundo en el que las mujeres y los hombres con hijos pudieran encontrar su hueco. La baja de maternidad de 16 semanas es una broma de mal gusto y las guarderías de 0 a 3 años es desconocer completamente cómo es el desarrollo humano. La historia efectivamente es poner la vida en el centro. Las respuestas deben ser más colectivas, cooperativas, y menos estatistas. Hay que volver a lo local, a lo colectivo y lo comunal, para hacer vidas más humanas, donde una pueda vivir en grandes tramos de su vida no como una carga.

¿Quién es la Carmela del título?

Las mujeres fueron una construcción masculina cálida, de nostalgia. Cuando los hombres, incluso desde las trincheras, cantaban a la Carmela, era buscando consuelo. Cuando el capitalismo industrial separó la producción de la vida, ellos fueron enfrentados a un mundo horrible y cantaban desde las trincheras a su consuelo.

Las mujeres de negro, que ya no están aquí, ¿sería deseable que volvieran?

No, sería deseable recuperar los vínculos, reconstruirlos, pero sin reconstruir las relaciones de poder.

“Hay que poner el foco en los prostituidores”

Además de a la maternidad como eje central, dedica un capítulo importante a la prostitución.

No quería dejar a las prostitutas fuera del libro. Para mí este tema fue el más duro de todos. La prostitución fue y sigue siendo la única fórmula de vida para millones de mujeres. Me duele profundamente que se entienda que se puede hacer libremente, porque tras esa libertad se esconde el fenómeno de explotación colonial y económica, al margen de la trata.

No tiene sentido definir aquí libertad de elección al margen de entender el sistema de clases y patriarcal. La misma capacidad de elección tiene una limpiadora de portales que cobra en negro o una cuidadora interna. Y no es fortuito que los trabajos de limpieza, cuidados y sexuales estén reservados para mujeres de clase obrera o migrantes.

Es una hipocresía enorme verlo como un trabajo. Recordemos el caso de un concejal que contestó a una madre que fue a pedirle prestaciones sociales que se metiera a puta. Nos parece hiriente que alguien pueda decir esto a una mujer fuera del mercado laboral y sin prestaciones con un hijo a su cuidado. Pero, a la vez, si consideramos que es un trabajo, no tendría por qué resultarnos así. A lo largo del siglo XIX, por ejemplo, se ve perfectamente que hay un mecanismo claro de producción de prostitutas, como madres solteras o “descarriadas”, no son elecciones individuales.

La misma idea de cómo se entendía, y aún se entiende, la sexualidad de las mujeres y el matrimonio nos hace pensar en la prostitución. La prostitución es algo más amplio que sexo por dinero.

Cuando a las mujeres se les dejó sin acceso a la tierra y a la riqueza, a no ser a través de un hombre, solo pudieron dedicarse a la prostitución o buscar matrimonios económicos, que también eran prostitución. En ese sentido podemos entender que probablemente fueran más libres aquellas que podían hacerlo con muchos hombres, de manera que no dependían de varios jefes. En todo caso esto deja fuera la idea de las alianzas dentro de las parejas, que acaba apuntalada por la aparición del matrimonio burgués.

¿Pero cómo desoír las demandas de los colectivos de trabajadoras sexuales, que piden la regulación de sus derechos, cuando además compartimos análisis feminista?

Porque no es un trabajo, e introducir el dinero ahí es enturbiarlo más. Hay que poner el foco en los prostituidores. No los llamo clientes porque no creo que sea un servicio, porque ellos directamente con su demanda prostituyen a las mujeres. Y se han ido de rositas a lo largo de la historia, y quedan eximidos de todo. Ellos no tienen derecho a una sexualidad hidráulica que pueda ser apagada por servicios.

Pero con una postura abolicionista la prostitución no tiene por qué dejar de existir.

Yo la equiparo a la esclavitud. Evidentemente la esclavitud existe, pero no está legalizada, sino que debe ser perseguida. Hay que cuestionar la prostitución, no estabilizarla.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 37, MARZO DE 2015

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