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Atlántica XXII

Pudren todo lo que tocan

Opinión

Pudren todo lo que tocan

Asturias tiene la mayor concentración de centrales térmicas de España, lo que influye en su elevada contaminación, que a principios de este año causó alarma. Foto / Pablo Lorenzana.

Mario José Diego Rodríguez, sindicalista jubilado

Después de hacerse público el alarmante informe sobre el clima, elaborado por los expertos de la ONU en este campo, decenas de miles de personas participaron en las llamadas “Marchas por el clima” que tuvieron lugar a mediados de este mes, en muchas ciudades de diferentes países. Según dichos expertos, si el recalentamiento climático continúa al ritmo actual, las consecuencias podrían ser irreversibles allegados al 2020.

Amplificación de la violencia de los ciclones actuales e intensidad extrema de las lluvias en ciertas regiones del planeta; incremento de las olas de calor e incendios en otras; desaparición de muchas especies animales y la probable agudización de la escasez alimenticia y deficiencia sanitaria, son la espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas.

Limitar el recalentamiento del clima sería posible, “las leyes físicas y químicas lo permiten”, declaraba recientemente uno de los autores de dicho informe. Por desgracia, las leyes que rigen la organización de la sociedad no son las que la lógica y los intereses de la colectividad nos exigirían, si no las que nos impone el capitalismo, basadas éstas, sobre la búsqueda de la rentabilidad de las inversiones, la competencia entre los mismos capitalistas y los enfrentamientos entre los Estados, sus servidores.

Mientras esto último no cambie, ninguna medida susceptible de frenar la catástrofe climática anunciada, se aplicará con seriedad y eficacia. Cumbre tras cumbre, en las que los principales líderes mundiales se reúnen para supuestamente encontrar una solución al problema planteado, jamás han desembocado sobre medidas tangibles, por poco que éstas fuesen restrictivas –y aún menos coercitivas– para castigar a los principales contaminadores: cosa difícil cuando estos son los propios capitalistas.

El mejor ejemplo para ilustrar lo expuesto, como no podía ser de otra manera, es el comportamiento de Trump. Fortalecido por el rango mundial ocupado por Estados Unidos, Trump reivindica cínicamente el derecho de contaminar para la industria estadounidense. Este hecho pone brutalmente en evidencia que clase de relaciones obran en el mundo capitalista. La única preocupación para los Estados, resultante de sus relaciones y basadas éstas principalmente en la correlación de fuerzas, es la defensa de los intereses de sus multinacionales.

Las leyes que rigen la organización de la sociedad no son las que la lógica y los intereses de la colectividad nos exigirían, si no las que nos impone el capitalismo

Los gobernantes, sea cual sea su voluntad –buena o mala– tienen tan poca capacidad para resolver el problema climático como la tienen para resolver las consecuencias de la crisis económica. Incluso cuando éstos, sometidos a la presión de las opiniones públicas, discursan sobre la ecología o la defensa del medio ambiente, en lo concreto, sus actos no van más allá que el simple lanzamiento de campañas para luchar en contra del derroche y la reducción de la utilización del plástico.

De hecho, cuando por fin los gobiernos toman medidas, generalmente estas acaban encareciendo los precios para los consumidores como si estos fuesen los principales responsables de la contaminación. Un buen ejemplo es el reciente anuncio a propósito de la subida del precio del gasoil. Quienes pagarán la factura serán los millones de trabajadoras y trabajadores que solo tienen su coche como alternativa para para poder desplazarse. La industria automovilística que ha sido quien desarrolló y vendió esos motores funcionando con gasoil, puede dormir tranquila. Es más, si esta medida acaba teniendo una repercusión sobre la venta de los coches utilizando gasoil, la industria automovilística no tardaría en pedir ayuda económica a los Estados so pretexto de salvaguardar puestos de trabajo.

Para ser realmente eficaz y actuar sobre el clima necesitaríamos planificar a escala mundial la utilización de los recursos naturales y la gestión de los residuos, teniendo como preocupación esencial la defensa de nuestro planeta como la del conjunto de la humanidad. Una organización de este tipo es irremediablemente imposible sin salirse de los límites impuestos por el sistema, cuyos cimientos son la propiedad privada de los medios de producción, el atesoramiento individual de los beneficios sustraídos del trabajo de todos y las leyes del “Rey Mercado”. Derribar este sistema anárquico e incontrolable es una necesidad y la única solución para que la humanidad  pueda controlar no solo su destino sino también el del planeta.

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