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Atlántica XXII

«¿Qué legitimidad tienen los bancos para decirme cómo educar a mis hijos?»

Cultures

«¿Qué legitimidad tienen los bancos para decirme cómo educar a mis hijos?»

Entrevista publicada en el número 57 (julio de 2018)

Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) es doctor en filosofía por la Universidad de Salamanca, donde imparte clases de Teoría del Arte en su Facultad de Bellas Artes. Poeta y ensayista prolífico, acaba de publicar En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo.

Texto: Borja Menéndez / Fotografía: Álex Zapico

La noción de «neoliberalismo» es central en su ensayo. ¿Qué distingue a este del liberalismo clásico?

En esencia la diferencia se funda en la aceptación de una ficción. Frente a la creencia liberal de un mercado autorregulado, el neoliberalismo responde en el siglo XX con la necesidad de aceptar el fracaso de ese relato, señalando que el mercado es algo así como una ficción que es necesario mantener y reprogramar constantemente en función de otras variables. En el liberalismo el Estado generaba y daba forma al mercado, ahora es al revés, es el mercado el que da sentido al Estado, el que lo desarrolla y dibuja sobre el papel. Por eso es tan problemático. Para el neoliberalismo el Estado y su control es fundamental. Una vez éste está amarrado su misión puede desarrollarse sin problemas. En cualquier caso, el neoliberalismo es multiforme, difícil de dibujar en un trazo simple. Es decir: nunca está terminado.

El suyo es un libro sobre la «dominación cultural como arma fundamental del neoliberalismo». ¿Por qué ese «arma fundamental» es cultural?

Una de las cuestiones que trato de desarrollar en el libro es la forma en la que el capitalismo se ha visto necesitado de la cultura para legitimarse. Cultura entendida como proceso de generación de una comunidad de sentir. Todo el entramado cultural de los afectos se torna esencial en la década de los ochenta como forma de gestionar la adhesión al relato neoliberal. No es casual que cuanto mayor y más trágica es la potencia neoliberal, mayor es su interés por todo lo relativo a los afectos. Afectos que, a su vez, sufren una progresiva evisceración en la medida en que su núcleo crítico es completamente desactivado. De lo que se trata, por lo tanto, es de, en todo momento, mantener la adhesión, nuestra adhesión al relato neoliberal. El neoliberalismo es viscoso, tiene una elevada capacidad de mutar y de captar todo aquello que pueda cuestionarlo. En este sentido, el neoliberalismo porta un activismo cultural muy fuerte tendente a conseguir nuestro consentimiento. Un doble eje de coerción y consentimiento. Eso es la cultura en el neoliberalismo. Una cultura que pasa por ser necesariamente consensual, aconflictiva.

CULTURA Y MERCADO

¿En qué medida ha calado ese modo de concebir la cultura en los programas de los partidos políticos nacionales?

Es fácil hacer el experimento. En las anteriores elecciones a la presidencia del gobierno, el programa electoral donde más aparecía la palabra cultura era en el del Partido Popular. Además, con una diferencia importante. No sólo numéricamente, sino también en la forma de usarse: «cultura emprendedora», «cultura de progreso», etc. Cultura siempre como un elemento consensual, capaz de aunar la potencia del mercado y la educación. De hecho, otra palabra aparecía con fuerza en su programa: creatividad. Y curiosamente, el programa del PP era el único en el que aparecía la palabra vanguardia. Todas estas palabras, cultura, creatividad, vanguardia, eran vaciadas por completo de significación crítica. No dicen nada, pero, semánticamente, ofrecen un rostro de cambio moderado.

En el presente existe una fuerte tendencia a defender determinados contenidos culturales, considerados valiosos pero en peligro, aduciendo sus potenciales ventajas económicas. ¿No supone ello aceptar el terreno de juego del oponente?

Es una de las paradojas. En cualquier caso, sí que es cierto que en ocasiones adoptamos esa métrica del mercado como forma de defender un proyecto cultural. Desde que en 1999 el Banco Mundial incluyó la cultura (a través del documento «La cultura cuenta») en los patrones del mercado, se ha transformado por completo la medición de los efectos de la cultura. Creo que cuestionar estas formas culturales atravesadas por el mercado es un reto crucial.

El neoliberalismo necesita del consenso; sin embargo, la democracia implica un reconocimiento explícito del conflicto. ¿Qué tipo de democracia cabe, entonces, en el neoliberalismo?

La única democracia posible dentro del neoliberalismo es una democracia en estado de fracaso. Una democracia consciente de este fracaso. La democracia en el neoliberalismo necesita de una fuerte dosis de «apatía democrática». He ahí la paradoja. Esta paradoja se refuerza a su vez en que políticamente ha de pregonar la igualdad (resignificada como igualdad de oportunidades), mientras que económicamente debe reforzar una cultura de la desigualdad y el riesgo. Todo esto, y otras muchas cosas, hacen inviables una democracia real en el neoliberalismo. Controlar la forma de sentir en democracia es esencial para su proyecto.

BANCOS Y EDUCACIÓN

¿Y qué tipo de educación promueve el neoliberalismo? ¿Por qué están tan interesadas las grandes corporaciones en la innovación educativa?

Por supuesto, la educación es uno de esos engranajes clave del modelo neoliberal. La CEOE, el Banco Santander, el BBVA, etc., nos asedian con la importancia de la educación. No sólo eso, sino que tratan de decirnos que la educación tradicional no vale, que necesitamos una educación revolucionaria. Lo cual parece muy interesante. Sin embargo, en cuanto uno escarba un poco se ve el trasfondo: la necesidad de gestionar desde la infancia una forma de adhesión a un modelo de trabajo fundado en el individualismo y la competitividad extrema. Esto se recubre de afectos y creatividad, pero detrás no hay más que eso. La creatividad se convierte en herramienta para competir. Por otro lado, ¿qué legitimidad moral tienen los bancos que más desahucian para decirme cómo educar a mis hijos? Su lema es simple, tras la aparente capa revolucionaria: no se trata de enfrentarse a los efectos antisociales de la competitividad sino a los efectos anticompetitivos que pueda haber en los sujetos. Detrás de tanta palabrería emocional, en las fundaciones bancarias sobre la educación no hay más que eso: búsqueda incansable de mayor adhesión al sistema, al tiempo que la producción de una conexión directa entre educación y mercado laboral. Una transición pacífica y ordenada.

Alberto Santamaría en Gijón

 

 

De hacer caso a la literatura de gestión empresarial, ¿cómo deberíamos afrontar nuestros desajustes con las exigencias del modelo neoliberal?

La lectura de esos libros me dio una perspectiva fundamental para comprobar cómo funcionan ciertas ideas insertadas en el núcleo del discurso neoliberal. Estos libros tienen un núcleo común que es el siguiente: el sistema funciona, de este modo si tienes algún problema se debe únicamente a una mala gestión de tus recursos (una mala inversión en ti, en cuanto empresa que eres), por lo tanto lo que has de hacer es no tratar de cambiar el sistema, sino cambiar tu reacción emocional al sistema. No hay alternativa, te dicen.

Por su experiencia de campo en eventos dedicados a la «emprendeduría», nadie parece creer en esa ideología. ¿Por qué funciona, entonces, si se la reconoce falsa?

No creo que se trate de que sea falsa o no, sino de que ahora mismo sirve como forma de aglutinar una serie de palabras y conceptos útiles, aunque sea a modo de cáscara. Es difícil encontrar a alguien que diga que no le interesa ser creativo. Aunque no interesen esos cursos, interesa la forma en la que esos cursos sirven como disfraz o estrategia. He asistido a cursos en los que ni el que lo impartía se lo creía ni
los que los recibían, sin embargo, a pesar de no creérselo la retórica afectiva y cultural funciona.

La Fundación Botín nos dice que «estamos adocenados por el sistema» y el lema sesentayochista de la «imaginación al poder» podría figurar en cualquier sede corporativa. ¿Cómo fue capaz el «sistema» de apropiarse de los discursos «anti-sistema»?

Fue un proceso lento, pero decidido. La cuestión pasa por el hecho de que el neoliberalismo se ve impelido a asumir aquello que lo critica si quiere sobrevivir. Se trata de crear un recinto dentro del cual, todas aquellas asperezas típicas del capitalismo se diluyen y este comienza a aparecer no como lugar de oposición, sino como lugar de realización. Al mismo tiempo, un ejercicio más complejo es la progresiva eliminación de componentes oposicionales de términos propios de la cultura como el de imaginación. Se trata de conceptos que se reprograman: en los sesenta imaginación podía llegar a significar oposición al modelo racional capitalista, sin embargo la palabra ahora se diluye en el discurso empresarial. Ese es un logro del activismo cultural neoliberal que operó a través de diferentes niveles a lo largo de los años ochenta.

MARX Y ESPAÑA

Recientemente publicó como editor España y revolución, recopilación de textos marxianos. Ahí aparecen paralelismos de la España decimonónica con la presente.

Resumiendo mucho, llama poderosamente la atención que Marx señale en 1854 que las tres reclamaciones fundamentales de los revolucionarios en España sean: fin de la corrupción, libertad de prensa y de expresión, y cambio en la ley electoral. A primera vista, parece que un texto de 1854 habla de 2018. Es sorprendente e inquietante. No obstante, si nos ajustamos al texto, también hemos de decir que el Estado del que habla Marx nada tiene que ver con el nuestro, pero estas ideas están ahí, laten desde Marx hasta nosotros. Otras ideas fascinantes en el texto marxiano son, por ejemplo, que en España tenemos el problema de que todos los revolucionarios pretenden parecer ser sensatos y legítimos, lo que a la larga se paga con el vacío y la insignificancia. Serían muchos los paralelismos, pero siempre conscientes de que Marx habla pensando en una forma de Estado muy alejada de la que tenemos ahora, con lo cual los paralelismos necesitarían una mayor profundización teórica y política.

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