Afondando
‘Ni una menos’, contra la violencia no solo de género

La irrupción de ‘Ni una menos’ en 2015 ha supuesto un vuelco en la manera de hacer política en Argentina. Foto / Emergentes.
“Queremos volver a negociar el contrato sexual. Que el trabajo reproductivo, clave para el trabajo asalariado, se vuelva a pensar. Es importante poner en relieve situaciones donde se ha dado una politización del cuidado. Las luchas por el cuidado son luchas por la justicia. Un cuidado comunitario y no restringido a la familia. Sacar la economía feminista del hogar”. Habla ‘Ni una menos’, un colectivo de mujeres que, gracias un discurso capaz de afectar a múltiples capas sociales y atraer a subjetividades no-normativas, ha contagiado la agenda política argentina con modos de hacer e ideas que renuevan la tradición de los movimientos de mujeres latinoamericanos.
Alfredo Aracil / Investigador y comisario de exposiciones.
Su intento de explicar la violencia contra la mujer como parte del entramado neoliberal se ha revelado como un instrumento muy útil para politizar la explotación y crueldad global. El éxito de las convocatorias que vienen promoviendo desde 2015 ha conseguido que en estas pasadas elecciones legislativas todos los partidos presentasen a una candidata, al menos, que se decía de ‘Ni una menos’. Una victoria todavía simbólica, que no ha frenado la ola de feminicidios que castigan la Argentina, aunque muy real si atendemos al efecto emancipador que producen en los cuerpos que bajo su proclama salen cantando a protestar.
Sin renunciar a la tradición del movimiento de mujeres argentino, la irrupción de ‘Ni una menos’ ha supuesto un vuelco en los modos de hacer política. Y no solo feministas. Para Nico Cuello -activista queer e investigador del CONICET-, este colectivo, nacido en 2015 tras una convocatoria firmada por un grupo de periodistas, activistas y artistas en respuesta a un nuevo feminicidio -uno más de los que cada treinta horas sufre el país-, “no solo constituye un espacio de mujeres. Se ofrece, en cambio, como la casa de la diferencia, abriendo un corte en la temporalidad de la violencia y la pedagogía de la crueldad”.
La imagen de un hogar que acoge cuerpos desplazados resume muy bien la extraña mezcla de entusiasmo, solidaridad y frustración que recorre asambleas, charlas y marchas; así como el fervor que produce el lema Ni una menos en una multitud que difícilmente se puede enmarcar dentro de categorías como clase, sexo o raza. “El gran logro del colectivo es haber construido un artefacto sensible que produce culturas públicas para lidiar con la violencia heteropratiarcal”, continúa Nico Cuello, que sin embargo se muestra cauto cuando afirma que “no es lo mismo popularizar el feminismo que construir un feminismo popular”.
Estética(s)
Es ese cruce entre lo macro y lo micro, entre las solidaridades partidistas heredadas y otras posiciones que, del lado de la subjetividad, vuelven la mirada al afecto, el deseo y el cuidado mutuo, lo que hace de ‘Ni una menos’ una herramienta capaz de proponer otros modos de existencia, otras formas de vivir juntas, más allá del duelo. Sobre todo durante las marchas, cuando el espacio público es ocupado con murgas, bailes, pancartas y banderas. O, también, a través de acciones como la llevada el pasado 2 de junio delante del Banco Central, donde se leyó un manifiesto con frases como “hago cuentas todo el día”.
Como ellas mismas señalan, “se trata de intervenir la calle. Es tan importante pintar un graffiti como participar de un debate en un medio”. Aunque más que una estética con un programa estable, lo justo sería hablar de una “potencia expresiva”. Las marchas, en ese sentido, constituyen una explosión de color y densidad. Y también una cadencia. El ritmo de la multitud que salta de un cuerpo a otro, desbordando lo meramente visual para articular una concepción vincular de la imagen que hace del cuerpo y la voz propia un soporte para la reivindicación común.
Modo de encuentro y no espacio físico de trabajo, el taller de serigrafistas queer es otro agente fundamental a la hora de explicar el impacto de este tipo de prácticas entre la estética y la política en la sociedad argentina. Cosido a ‘Ni una menos’ por alianzas tramadas durante las dos últimas décadas, este “no-grupo” -de acuerdo a su definición- nace en 2007 en la mítica galería Belleza y Felicidad, de Buenos Aires. Aunque su origen, en verdad, hay que buscarlo lejos del mundo del arte, cuando durante las asambleas que siguen a la crisis de 2001 Mariela Scafati se reúne con otros artistas para producir serigrafías en vivo, a pie de calle, imprimiendo lemas e imágenes en las camisetas de los compañeros y compañeras.

El colectivo de mujeres argentino tiene un gran éxito en sus convocatorias. Foto / Emergentes.
Genealogías feministas
La tradición de mujeres fuertes vinculadas a la política, de Evita a Cristina Fernández de Kirchner, es larga en la Argentina. Sin embargo, ‘Ni una menos’ vendría a conectarse con otro tipo de figura en principio menos poderosa. En concreto, con un grupo de mujeres que hicieron de la vulnerabilidad una estrategia. Hace algunas semanas en un acto público Nora Cortiñas, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, declaraba cómo ahora entiende que su lucha fue desde el principio una cuestión feminista. A decir verdad, ‘Ni una menos’ no se podría entender sin el trabajo de Nora y sus compañeras. Esto es, sin un “modelo de resistencia que atravesó la cuestión de los derechos humanos junto con otras luchas, haciendo que su reivindicación no fuese un tema liberal o un tema capaz de ser capturadas por la lógica de las ONGs”, señalan desde ‘Ni una menos’. Un modelo de activismo que, ondeando la bandera blanca, consiguió componerse con otros grupos para hacer política más allá de los partidos.
“En las inauguraciones, cuando me preguntan por qué voy tan maquillada, siempre digo que es por ella, por Cristina”. Quien habla es Ana Gallardo, una artista que lleva décadas trabajando entre el museo y la práctica social. Ana dice que empezó a maquillarse ya de adulta, animada por el ejemplo de la Kirchner. La anécdota ilustra cómo las imágenes que un Gobierno produce impactan en lo micro, en la esfera del deseo. Una operación orientada sobre lo sensible que la era Kirchner sin duda supo explotar. También en su dimensión más oscura, cuando el neo-extractivismo y el consumo más noeliberal fueron los modelos de desarrollo industrial e inclusión social propuestos por el poder para terminar con la pobreza y la desigualdad.
Crueldad neoliberal
Me cito con Verónica Gago y con Lucía Cavallero en un café cerca de la Plaza del Obelisco, Buenos Aires. Mientras esperamos por un compañero italiano que participará con ellas en una mesa redonda, charlamos sobre las estrategias y los conflictos que plantea ‘Ni una menos’: “Evidentemente, la cuestión de la violencia contra el cuerpo de las mujeres empezó a abrir una forma de politizar la violencia. Aunque la clave fue la herramienta del paro. Lo que vimos con la construcción del paro de mujeres fue la fuerza que tiene poner en relación a trabajadoras de la economía informal con trabajadoras de fábricas, de hospitales estatales o con amas de casa. Todas juntas, marchando con estudiantes de secundaria, que están realmente politizadas. El paro nos permitió dar un salto a la hora de conectar lo que parecía violencia machista con una serie de violencias que nos sacaba del lugar de víctimas, condenas a un estado de duelo permanente. Pero cuando empezamos a mezclar esa violencia con otras de corte económico y social empezamos a ser atacadas. Salimos, en realidad, de las fronteras donde nos estaba permitido estar como víctimas”.
Continúa Verónica: “Nosotras queremos dejar de hablar en esos términos, impuestos por los medios de comunicación, que insisten en la noción de violencia de género. Nos gustaría implementar una agenda feminista y no de género. El género, al final, no es más que una categoría corsé. Es una forma de plantear el problema y, también, la solución. Queremos cambiarlo todo: modificar las prácticas en casa, en la calle, en nuestros trabajos, en las escuelas, en los barrios… Eso implica una dinámica bien interesante, una capacidad de ubicuidad que el feminismo puede desarrollar”. Aunque el riesgo que esta multiplicidad entraña es alto. “Después de la reunión callejera, donde se viven las solidaridades más fuertes, toca volver solas al barrio. Porque hay algo muy fuerte en la oposición al movimiento de mujeres… Hay un momento de ilusión, de poder hacer juntas, pero luego retornamos al espacio cotidiano, donde estamos expuestas”, prosigue Verónica.
Como los números indican, vivimos una guerra civil. Son muchos los hombres, y no solo en edad adulta, dispuestos a tomar la bandera del orden y aplicarla violentamente sobre el cuerpo de las mujeres, demostrando cómo la comunidad no es capaz de defender a la agredida. “Atacar a las mujeres de una sociedad es atacar a la comunidad. Es lanzar un mensaje a la comunidad entera. Esta pedagogía de la crueldad es fundamental hoy en día para mantener el orden neoliberal”, concluye el filósofo Diego Sztulwark.

El intento de ‘Ni una menos’ de explicar la violencia contra la mujer como parte del entramado neoliberal se ha revelado como un instrumento muy útil para politizar la explotación y crueldad global. Foto / Emergentes.
Madre tierra
En la década de los setenta, una nueva generación de feministas puso en evidencia cómo el cuerpo de la mujer está atravesado por diferentes tecnologías de poder. Incluso el sexo es un factor cultural, se puede resumir de los libros de Paul B. Preciado. Somos cyborgs. Y sin embargo, de la mano de los movimientos indígenas, ‘Ni una menos’ se resiste al imaginario posthumanista occidental cuando vuelve a la metáfora de la madre tierra. Una imagen que es utilizada como forma de dar cuenta del cuerpo de la mujer en tanto que organismo desposeído, del que se excava y se extrae energía.
A pesar de lo imposible de esa vuelta al origen, de cómo no hay retorno posible a la Edad Dorada, ‘Ni una menos’ mantiene un diálogo con otras formas de economía comunitaria que toman en consideración el tema de la reproducción. Según Lucía Cavallero, en “el lenguaje de la diferencia económica, sin lugar a dudas, es fundamental pensar cómo construir una autonomía económica. Eso es lo que después te permite desarrollar formas de desacato. El trabajo femenino, históricamente, está vinculado a prácticas de afecto y cuidado que hoy el capitalismo privilegia como formas de producción dominantes. Son actividades que han de ser llevadas fuera del ámbito privado, al espacio público, como sucedía en las comunidades”.
Rechazo a la visiones punitivistas
Otro punto bastante polémico del planteamiento de ‘Ni una menos’ es su posición respecto a los castigos. De nuevo, nos adentramos en un terreno farragoso que presenta muchos matices, donde la realidad ha de ser sutilmente cosida con perspectivas que van más allá del dolor, la rabia o la respuesta penal. Del lado punitivista la solución parece clara: endurecimiento de penas y construcción de más cárceles como única solución a la violencia de género. Una postura anclada en los modos de represión estatales -vigilar y castigar- que son los que a fin de cuentas los que solidifican las diferencias sociales y la violencia estructural. Y sin embargo efectiva, sobre todo cuando se trata de restringir la salida anticipada de potenciales agresores.
“Nosotras empezamos a poner en escena nuestro rechazo a esa idea de que la solución es únicamente penal. Aunque esto de ninguna forma desestima el pensar la complejidad de un caso concreto de violencia y la respuesta que proporciona la justicia. No desestimamos las capacitaciones de género que realizan los funcionarios del poder judicial. Pero insisto: la violencia no se termina solo por la vía legal. Sobre todo siendo las cárceles lo que en verdad son. Este tipo de visiones punitivistas no dejan de presentar el problema como un problema de inseguridad” señala Verónica Gago.
Coda situada
Todos los días se puede leer en las redes sociales algún llamado a salir a la calle en respuesta de una nueva desaparición o un nuevo feminicidio. El giro que ha vivido Argentina tras el triunfo de Macri no pone las cosas fáciles. El pasado marzo las calles que llevan de Congreso a la Plaza de Mayo, en Buenos Aires, se llenaron para pedir la derogación de una ley que contemplaba la reducción de condenada para represores de la última Dictadura. Pese al triunfo popular que supuso frenar la iniciativa del poder judicial, se trata de un fantasma que, tras las causas judiciales de la última década, parecía enterrado.
En un contexto así de violencia soterrada y desigualdad sistémica, la crueldad machista es otra síntoma de cómo el poder se emplea a fondo. Un síntoma que ‘Ni una menos’ desplaza más allá de lo patológico, al centro de la esfera pública, de la vida social. Ante la pulsión necropolítica del neoliberalismo, su apuesta por el afecto y el cuidado -prácticas que se fundan en el amor- entraña una resistencia radical a la injusticia, pero también una defensa del derecho a la vida y la felicidad.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 53, NOVIEMBRE DE 2017

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