Afondando
Alicia Álvarez: «La igualdad de la mujer sigue siendo la gran estafa»
Alicia Álvarez (Gijón, 1979) es la periodista que nos cuenta Xixón cada mañana en la edición local de Hoy por Hoy; la vocalista, instrumentista y letrista que nos lleva musicalizando a varias generaciones, desde hace más de veinte años, con sus grupos Undershakers y Pauline en la Playa, y como solista; la poeta que nos explicó la naturaleza anfibia y melancólica de Gijón con su poemario ‘Aguóloga’; y ahora con La Fabriquina, el sello que dirige con David Guardado, esta maga de la creatividad nos regala discos y libros ilustrados –en asturiano y español– para toda la familia. Y sólo tiene 38 años.

Alicia Álvarez, música, escritora y periodista. / Foto: Imanol Rimada.
Texto publicado en el número 57 (julio de 2018)
Texto: Patricia Simón / Fotos: Imanol Rimada
Alicia Álvarez conjuga cualidades que, raramente, confluyen en la misma persona: mujer de aguda inteligencia que sabe –y practica– que no hay mayor sabiduría que la de contagiar alegría; artista de talento y creatividad omnívoros capaz de una planificación y productividad desconcertantes; periodista apasionada y profesional que, pese a llevar veinte años de oficio, sigue preparando cada programa como si fuese el primero. O el último. Una mezcla de autenticidad y humildad, tan rara en estos tiempos de egofagia, que para entenderse hay que bucear en su origen familiar. Su padre es José Luis Álvarez, fundador de la mítica librería Paradiso, conocida por convertirse desde su apertura, en 1976, en un motor de la vanguardia literaria y musical en Gijón. Su madre, Fani Sanguino Cortés, una extremeña que tras estudiar enfermería, trabajó treinta años como profesora de técnicas de laboratorio en la Formación Profesional. Pasados los cuarenta años, cumplió su sueño de estudiar Medicina. Una pareja avanzada para su época que creó un «hogar muy comunitario, en el que nunca nos dijeron no toquéis esto», y en el que Alicia y su hermana Mar crearon su particular mundo, que continuaron compartiendo primero en Undershakers y hasta la actualidad en Pauline en la Playa. Mar compatibiliza ese grupo con el exitoso Petit Pop y la escuela infantil de música, Sonidópolis, que ha montado en Gijón con sus integrantes. En plena Transición, una pintada nazi que decía ‘No rojos’ apareció en la fachada de Paradiso. «Mi padre, con mucho orgullo, le hizo una foto y la colgó en la pared principal. Le hizo mucha gracia, lo que es una muestra de cómo nos tomamos las cosas en casa: muy en serio por una parte, pero también con mucho humor y sentido crítico», cuenta Alicia, salpicando sus palabras con risas, una de sus señas de identidad.
-Canta, compone, escribe, es periodista… En una sociedad que fomenta la hiperespecialización, ¿qué le hizo ser tan multidisciplinar?
-La libertad. Mi familia no sólo no ha restringido jamás mi curiosidad, sino que siempre ha apoyado mis ganas de explorar. He sido la típica chiquilla que ha tocado el violonchelo, ha hecho teatro, jugado al baloncesto… Y mis padres han mantenido ese sostén a lo largo del tiempo. Primero me fui a Madrid a estudiar Arte Dramático, pero no encontré que ese fuese mi lugar, y empecé a estudiar Periodismo, que me entusiasmó, y que he compatibilizado con mis otros entusiasmos.
EL MACHISMO FEROZ DE LA INDUSTRIA MUSICAL
-Con tan sólo 14 y 15 años, en 1994, seis amigas montan Undershakers que, junto a Nosoträsh, serían los dos únicos grupos exclusivamente integrados por chicas en Asturias y uno de los pocos en todo el país. Y triunfan. ¿Cómo era su relación con el resto de los grupos de lo que se llamó el Xixón Sound?
-Muy buena. Compartíamos locales de ensayo, espacios de ocio, conciertos, equipo, y siempre fue en un ambiente de normalidad e igualdad total. Nunca tuve la sensación de que los músicos nos trataran con condescendencia. Ahora, cuando pasamos a estar en contacto con los que te contratan en las salas, los managers, ahí encontramos un machismo feroz. A mí me llegaron a decir en un local, cuando llegué cargada con el amplificador de mi bajo, «esto es un enchufe, lo tienes que enchufar ahí». Siempre que llegábamos para un concierto era lo mismo: primero, actitud incrédula; después, hacíamos la prueba de sonido y entonces ya pasábamos el examen, que es lo que nos suele pasar a las mujeres, que nos están examinando continuamente.
-Recientemente, a raíz de los insultos machistas y agresiones verbales sufridos por las integrantes del grupo femenino Hinds, se preguntaba en Facebook cómo habrían gestionado en sus inicios esa exposición en las redes sociales, de haber existido.
-Nosotras sufrimos esas críticas de manera presencial, en los conciertos: los que te dicen literalmente que te vayas a fregar, los del ‘no tocan mal para ser chicas’ y los examinadores, los que querían ver si nos equivocábamos o si tocábamos bien. Lo que dan las redes es impunidad –porque insultar a la cara cuesta más–, y también me sorprende la agresividad de los comentarios dirigidos a Hinds, lo que significa que lo que están haciendo estas jóvenes toca, revuelve a los que las insultan.
-¿Y qué se encontraron en la industria musical?
-Nosotras no nos presentábamos como independientes, sino como alternativas: alternativas a la grandes multinacionales, libres para hacer propuestas personales. Y lo que descubrí con los años es que no había una industria independiente, sino una pequeña que replicaba con los mismos lobbies, los mismos caminos dirigidos al triunfo, a la grande. Me dio pena descubrirme como un bichín pequeño en un mundo enorme. Nosotras jamás nos planteamos como fin el triunfar.
-Ahora, compatibilizan Pauline en la Playa con otros proyectos, pero llegó a ser uno de los grandes grupos de la escena musical alternativa española. En aquellos momentos de gran proyección, ¿podrían haber vivido sólo del grupo?
-No, eso lo pueden hacer muy pocos, y los que lo hacen es con mucho sacrificio y sin dejar de producir porque el mercado tiene una fame voraz. Ahora la novedad no dura nada y tienes que inventarte mil maneras para estar presente. Como dice mi padre, ahora un libro está tapado por las novedades en una semana. Pues lo mismo con todo.
Los hombres tienen que renunciar a sus privilegios
-Trabaja en los tres sectores –el literario, el musical y el periodístico- más afectados por la crisis española junto a la construcción. ¿Qué estamos haciendo mal las creadoras y las periodistas para no conseguir hacer entender a la ciudadanía que tiene que pagar por la cultura y la información?
-No creo que sea una cuestión del artista, sino de la industria y de las políticas culturales. Las políticas públicas no pueden reducirse a dar dinero para que se pueda hacer una obra de teatro, sino trasladar a la ciudadanía el valor tangible que tiene la cultura, las reflexiones a las que nos lleva, los espejos que nos da, las preguntas que nos plantea… Y eso, se debería traducir en acciones políticas para cambiar el lugar que tienen las artes en el sistema educativo, la programación de los centros municipales, los conciertos que contratan los ayuntamientos para las fiestas. ¿Qué se está alimentando: el entretenimiento o la reflexión? Y en cuanto a la industria, habría que renegociar que la distribución se lleve el 30%, el 20% la edición y que el artista sólo se lleve un 10 o 12%. ¿Cuántas veces escuchamos que quince euros es muy caro por un concierto? Pues claro, para los sueldos de mierda que tenemos, es un pastón, pero para el artista que alquila la sala, paga a los músicos y demás, no sólo no le salen las cuentas, sino que muchas veces, pierde dinero. El trabajo hay que pagarlo. Punto.
-¿Qué le impulsa a crear con el filólogo David Guardado un sello como La Fabriquina, con el que han publicado los libros Pulgarina y ¿Qué necesitas para ser un héroe? –ambos escritos por usted e ilustrados por Alicia Varela y Edgar Plans, respectivamente– y los discos Bestiariu, ambos en castellano y asturiano?
-La Fabriquina es el paraguas que hemos creado para seguir haciendo lo que queremos con esa libertad que llevamos practicando toda la vida. Da mucho trabajo porque todo es absolutamente artesanal y hecho en Asturias, desde la maquetación, hasta la impresión. La idea surgió cuando David y yo tuvimos a los críos y nos dimos cuenta de que o les poníamos la música que nos gusta a nosotros o Petit Pop en bucle; y que en asturiano sólo estaba Xentiquina que, como todo lo que hizo Nacho Fonseca es maravilloso, pero tiene 30 años. Así que decidimos crear un disco que diera testimonio de los grupos que hay en Asturias, que fuese en asturiano para que los guajes vivan de una manera normalizada su lengua materna, y con una temática infantil –bichinos, que es lo que les interesa–, pero con el estilo musical de cada grupo: pop, rock, folk, tonada… Y a todos los que se lo propusimos, aceptaron. Ese fue el primer Bestiariu, que pensamos que iba a ser el único, y ya llevamos tres discos.
Gijón no es triste, está envejecida
-En estos veinte años como periodista, ha vivido la crisis de credibilidad y económica de los medios de comunicación, la precarización de sus condiciones laborales… ¿Cuáles son los grandes retos de este oficio?
-Mi percepción es absolutamente local y está en tensión con la centralidad, porque uno de los grandes problemas de los medios en los últimos años ha sido que se ha reducido muchísimo el tiempo y el espacio dedicados a lo local para llenarlos con contenidos hechos a nivel nacional, y ahorrarse así puestos de trabajo. Es un error tremendo porque la gente necesita saber, aún en un mundo hiperconectado como el actual, qué ocurre en su casa para tener las herramientas para contestar, para ser seres críticos con nuestra realidad inmediata. De todas formas, creo que, tarde o temprano, se devolverá espacio a lo local porque la gente lo demandará. Por otra parte, veo una tendencia de periodistas que entrevistan desde una posición de superioridad, que no respetan lo suficiente al entrevistado.
FEMINISMO POR EL BIEN DE LA COMUNIDAD
-¿Ya era feminista en su juventud? Y, ¿cómo ha vivido esta eclosión de los feminismos?
-Desde muy pequeña sentí un orgullo de género, supe que no estaba en igualdad de condiciones y me interesé por conocer las causas e impedir que se mantuviesen en el tiempo. Por eso siempre me he declarado abiertamente feminista, porque soy igual a un hombre, quiero los mismos derechos –efectivos y reales–, y los quiero para mi hijo y para mi hija. Cuando más sentí esta desigualdad fue con nuestro primer grupo, Undershakers, y con la maternidad. Ahí es cuando descubres cómo cambia tu vida, cómo te hablan distinto por estar embarazada, cómo la igualdad de la mujer sigue siendo la gran estafa. Mi madre nos crió en el convencimiento de que teníamos que ser mujeres emancipadas e independientes, pero cuando eres madre entras en conflicto contigo misma por querer volver pronto al trabajo para no quedarte desenganchada de la rueda laboral y la parte biológica de querer cuidar al bebé y volver a tu cuerpo. Y ambas cosas requieren más tiempo que los cuatro meses de baja maternal. Y ahí descubres que no somos iguales, que en esta sociedad es imposible parir, criar, y llevar estas jornadas interminables y en condiciones de precariedad. Por eso las mujeres posponen su maternidad, para agarrar bien su trabajo, pero nunca es un buen momento para ser madre tal y como diseñado el mercado laboral. Al contrario de lo que dicen algunos, Gijón no es triste, sino que está envejecida. Por eso son necesarios permisos de paternidad y maternidad intransferibles y de mayor duración, y que los hombres identifiquen sus privilegios y renuncien a ellos. Si consigo que mi hijo lo haga, irá muy bien encaminado, y no por las mujeres, es por el bien de la comunidad, de todos y todas. Por eso, tenemos que aprovechar este buen momento que está viviendo el feminismo y modernizar la forma de comunicarlo –que se estaba quedando anticuada–, cuando su mensaje es futurista y revolucionario. Me emocionó mucho ver la cantidad de chicas y chicos jóvenes que participaron en el 8M y eso fue porque el mensaje explosionó, porque les llegó esa imagen del puño a través de las redes sociales, y se reconocieron. También me alegró muchísimo ver a hombres de todas las edades. El caso de La Manada les empujó a movilizarse para decir que ellos no son eso. Pero igual que se sintieron atañidos por esa cuestión, deberían salir a la calle y decir «Yo soy un padre, y tengo que organizarme para ser exactamente igual que la chica con la que comparto mi vida, para que seamos exactamente iguales». Que lo sientan como un problema propio, pero no lo hacen porque con sus privilegios viven muy bien.
La aguóloga pulgarina
Alicia llega a la entrevista vestida con un chubasquero amarillo y botas de agua, como con los que se resguardaba del frío del norte la Aguóloga que protagoniza uno de sus libros; y con un jersey de rayas blancas y rojas tan afrancesado que bien lo podría haber llevado la protagonista de la película Pauline en la playa , que dio nombre a su grupo.
Cada mañana, de camino a la radio por la playa de San Lorenzo, se dice «Quédate quieta y mira a tu alrededor: es todo el mundo asomando inmenso. Parece quieto, pero no señor. Se mueve inquieto a tu alrededor», como canta en el libro-disco Pulgarina . Porque como su protagonista, Alicia sabe que para ser periodista no basta con ser «valiente, es mucho más. Ahora sabe que quizás no es lo que parece». Y es que ha entrevistado a mucha gente que desconocía que tenía súper poderes, que creían que necesitaban capas voladoras. Y para recordárnoslo nos da claves en Qué necesitas para ser un héroe , en el que Hugo siente el amor «en los besos que se dan sus padres, en las batallas de cosquillas, en lo bien que le suena el timbre cuando sabe que llegan las pizzas». Porque, ya que El mundo se va a acabar , como anticipó en otro de sus temas con Pauline en la Playa , dejemos que «ese amor nos abra como una flor, nos abrace el corazón y lo abra de par en par». Sin titubear.
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