Afondando
Graeber: «Sociedad democrática y sociedad anarquista son sinónimos»

David Graeber, antropólogo y referente intelectual de Occupy Wall Street. Foto / Isabel Permuy.
David Graeber (Nueva York, 1961) tiene la mirada limpia y una risa estruendosa. Se sienta a la mesa recién afeitado y frente a un café solo, después de tres días dando conferencias sobre la sociedad libertaria que intenta nacer en Rojava, una región del Kurdistán sirio. Graeber empezó siendo profesor de Antropología en Yale, de donde fue expulsado por ácrata y por díscolo. Ahora sienta cátedra en la prestigiosa London School of Economics sin dejar de lado su vocación de triturador de mitos. El dinero, la deuda, la democracia, la tecnología, el Estado… nada resiste a los envites del que fue una de las cabezas pensantes detrás del movimiento Occupy Wall Street.
Bernardo Álvarez-Villar / Periodista (Madrid).
Usted ha escrito que lo que sucede en Kurdistán guarda muchas semejanzas con la Guerra Civil española. ¿En qué sentido lo dice?
Es de las pocas ocasiones en la historia en las que se está intentando construir un sistema de socialismo libertario en un territorio muy amplio. También se parece en cómo los revolucionarios están siendo atacados por fascistas, que en el caso del Kurdistán son las tropas del Estado Islámico, y eso les obliga a desarrollar estrategias de autodefensa, constituir milicias… Además, está el hecho de que la comunidad internacional admira en cierto modo lo que está pasando allí pero no está dispuesta a ayudar a los kurdos a combatir a los fascistas.
Pero no deja de ser paradójico que desde EEUU se esté financiando y dando armas a los kurdos. ¡Los americanos financiando una revolución libertaria!
No están apoyando exactamente la revolución libertaria. EEUU es un poder imperial desde hace mucho tiempo y ha influido en casi todos los movimientos revolucionarios del siglo XX… Tienes que adaptarte al mundo en el que vives si quieres sobrevivir, es una táctica estratégica necesaria en este momento.
En su última conferencia en Madrid dijo que la revolución en Kurdistán es el acontecimiento más importante de la historia reciente. ¿De veras lo cree?
¡Podría serlo! Si realmente crees que una sociedad libre es posible nada es más importante que empezar a ver cómo se puede llegar a ella. El gran problema que tenemos es que mucha gente no cree que sea posible porque lo piensa todo a gran escala: cómo serán los transportes, cómo organizar una ciudad…Y es en buena medida un problema de imaginación, no podemos imaginar cómo podría organizarse una sociedad al margen de las relaciones burocráticas y capitalistas. La idea de que haya gente reorganizando su sociedad conforme a la democracia directa nos demuestra que es posible hacerlo y eso tiene unas implicaciones enormes para nuestro futuro.
¿Qué fue lo que más le impresionó cuando estuvo en Rojava?
Me impactó mucho ver el funcionamiento de estas ideas de democracia directa cuando realmente se ponen en práctica. Creo que lo que más me interesó fue ver cómo afrontaban la coerción (los castigos, la violencia, la policía…) y las cuestiones de género. Los Estados están basados en sistemas burocráticos de violencia y si quieres crear una sociedad al margen de esa lógica de las leyes, los derechos, las obligaciones…tienes que repensarlo todo. No puedes ignorar el papel de la coerción en una sociedad, pero se puede ver desde otra perspectiva más democrática. Como antropólogo, me sorprendió la forma que tienen de reimaginar la historia, de revivir sus mitos para enriquecer la creatividad revolucionaria.
¿Y qué podemos aprender en Europa de lo que está pasando allí? Porque es una experiencia política que rompe con todos nuestros prejuicios sobre lo que es Oriente Medio…
No teníamos ni idea de muchas de las tradiciones de la región que ahora están reviviendo con la guerra. Tendemos a pensar que se trata de una sociedad muy reaccionaria, y en cierta medida lo es, pero no nos damos cuenta de las múltiples posibilidades que entrañan algunas de sus tradiciones más profundas. Tanto el movimiento kurdo como el zapatista nacieron en un pueblo con un sentido muy fuerte de la tradición, y eso nos enseña que no hay ninguna contradicción entre la tradición y el radicalismo revolucionario. Al contrario, un proyecto revolucionario puede hundir sus raíces en la tradición de un pueblo.
Trump y los mitos sociales
Usted fue uno de los referentes intelectuales de Occupy Wall Street. ¿Cómo le sentó que, tras todas aquellas protestas, la clase obrera estadounidense acabase votando a Trump?
¡La clase obrera estadounidense no votó a Trump! A Trump la votó la América rural, la gran mayoría de la clase obrera directamente no votó porque no creía en ninguno de los dos candidatos. Bernie Sanders podría haber ganado a Trump, porque Hillary era la peor candidata posible para el Partido Demócrata. Lo que hicimos en Occupy Wall Street fue crear una herramienta, un vehículo político para gente que no lo tenía. Sanders intentó hacer algo parecido, pero el funcionamiento del sistema jugaba en su contra. Lo que decíamos en Occupy es que esto no es una democracia, es un sistema de alternancia partidista institucionalizado que no se puede cambiar mediante el voto. Es una trampa pensar que puedes cambiar el sistema entrando en alguno de sus partidos.
La victoria de Trump ha resucitado las protestas sociales en su país. ¿Es optimista al respecto?
Hay muchos aspectos positivos en todo lo que está pasando. Pero es muy difícil lograr cambios en América porque el ala derecha del Partido Demócrata no tiene pensado renunciar a su poder pese a haber sufrido en las elecciones una de las mayores humillaciones de su historia. Pensaron que les iba a bastar con presentarse como los eficaces, los que saben cómo funcionan las cosas y cómo se gobierna… Ahora intentan echar las culpas de lo sucedido a Rusia para no admitir que deberían de haberle dejado más espacio a la izquierda en vez de presentar a Hillary, una nulidad política.
¿Cómo cree que puede ayudarnos la antropología a pensar un mundo diferente, a ensanchar nuestra imaginación política?
Lo primero que nos enseña la antropología es cómo se crean y se mantienen los mitos, y pronto entendemos que la mayoría de nuestras costumbres y estándares sociales son mitos. Yo escribí un libro sobre la deuda, que es un mito importantísimo ideológicamente a día de hoy porque naturaliza unas experiencias que solo existen en las sociedades de libre mercado, y eso explica por qué vemos como natural que la sociedad gire en torno al mercado.
Ahora estoy trabajando en un libro sobre los orígenes de la desigualdad social, un mito aún más poderoso. La narrativa dominante nos dice que los humanos vivían felices en bandas de cazadores, siendo todos libres e iguales pero en grupos muy pequeños y con unas condiciones de vida muy duras. Y de pronto llegó la agricultura, la propiedad, la jerarquía, luego las clases sociales, las ciudades, el Estado… ¡Pero todo eso es falso! Si estudias la historia verás que las cosas son mucho más interesantes. No es cierto que conforme avanzamos en la escala de civilización tengamos que aceptar vivir en sociedades menos libres e igualitarias, la historia nos da numerosas pruebas de ello. Y para eso sirve la antropología, para desmontar mitos y darnos cuenta de que las posibilidades humanas son mucho mayores de lo que nos pensamos.
Y el dinero, David, ¿es un mito o un tabú en nuestra civilización?
Las dos cosas. La creación moderna del dinero incluye el tabú de no hablar de dinero. Mucha gente, cuando gana dinero, tiene una idea de cierta responsabilidad moral hacia ese dinero, como si se tratase de los ahorros de tu abuela (se ríe). Hace poco leí un artículo sobre cómo crean el dinero los bancos, qué factores se tienen en cuenta para crearlo… Bueno, pues la verdad es que se lo inventan, se lo sacan de la manga.
Democracia y anarquismo
Se define como un activista por la democracia, pero ¿qué es para usted la democracia?
Para mí una sociedad democrática es aquella en la que todos tienen las mismas posibilidades de participar en la toma de decisiones. No creo que haya que forzar a nadie a participar, pero creo que nadie que piense que sus opiniones son más válidas deba contar más que cualquier otro. Sociedad democrática y sociedad anarquista son sinónimos. La democracia es el aspecto político del anarquismo y, básicamente, es una sociedad en la que las decisiones nunca vienen de arriba, de un tipo enseñando un arma y diciendo “callaos y haced lo que os digo”.
En sus libros repite continuamente que no hay que subestimar la importancia de la violencia física para sostener un sistema político…
Sí, y creo que mucha gente está empezando a reconocer esto que digo. Me llama la atención cómo ha aumentado la amenaza de la violencia en muchos espacios de la sociedad. Cuando yo era un niño en Nueva York podías pasarte tres meses sin ver a un solo policía, y nos quedábamos fascinados cuando lo veíamos: “¡Miradle, tiene un arma!”. Pero ahora, y no solamente en Nueva York, vas a un hospital, a un parque, a un concierto, a un colegio… y en todos lados hay gente armada, sean policías o seguridad privada. La violencia se ha vuelto mucho más presente en todos los aspectos de la sociedad, aunque los investigadores digan que ya no tiene importancia.
A los occidentales nos gusta vernos como una cultura sofisticada, muy distinta de las de los pueblos que estudian los antropólogos. ¿Realmente es así?
Esas sociedades que vemos como simples se basan en tradiciones de miles de años. En cierto modo son incluso más sofisticadas, y debemos cuidar ese conocimiento que se sustenta en tradiciones orales. Creo que cualquier experimento histórico, cualquier producción filosófica, viene de una forma u otra de tradiciones muy antiguas, y eso debemos tenerlo en cuenta.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 56, MAYO DE 2018

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