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Atlántica XXII

Las fronteras difusas del fascismo y la necesidad de un nuevo vocabulario político

Afondando

Las fronteras difusas del fascismo y la necesidad de un nuevo vocabulario político

Nicolás Bardio, politólogo

Benito Mussolini.

En estos días está de moda debatir sobre por qué avanza el fascismo y, si hay algo que podemos constatar, es que una de las razones por las que lo hace es porque no se lo identifica como tal. ¿Qué es el fascismo? Si alguien esperaba ver a hombres uniformados con botas de puntera reforzada, gorras y saludos militares; lo cierto es que va a tener que seguir esperando. El fascismo ha mutado pero no es lo único que ha mutado. Seguimos utilizando un código viejo, propio del siglo XIX, para hablar de las ideologías actuales e intentar hacernos un mapa mental de lo que está bien y de lo que está mal (que es, a fin de cuentas, de lo que va la política); pero nos faltan ingredientes y profundidad de análisis. Es como seguir llamando “carro de caballos” a lo que hoy es un “coche”: se le parece, sí, pero no es lo mismo.

Lo cierto es que cuesta no ya ponerse de acuerdo sobre qué es fascismo, sino también sobre cómo dibujar y dónde situar los límites precisos de esta ideología. ¿Es La Falange un partido fascista? Podría haber un consenso casi absoluto. ¿Lo es Vox? El consenso seguiría siendo muy grande, pero no tanto; ¿Lo es Ciudadanos? ¿Y Pablo Casado? Lo mismo. ¿El fascismo es una cosa que “se es o no se es” o, por el contrario, podemos hablar de que un político o partido tiene un porcentaje de fascismo, como si estuviésemos hablando del porcentaje de zumo natural que lleva una Fanta?

El problema del neofascismo es que gran parte de los nuevos partidos que recogen esas ideas no las recogen en sus formas “puras” de los años 30 ni, tampoco, en su estética “pura”. Así, en lo estético podemos ver cantidad de banderas de España (muchas sin escudo, pero no con el pollo) y en lo programático podemos escuchar a personas que defienden la democracia y el estado de derecho, pero que piden abiertamente ilegalizar ideologías pacíficas como el independentismo catalán. ¿Es fascista defender una democracia amputada? Desde luego, no están defendiendo la dictadura con botas y tanques de Adolf Hitler y Francisco Franco; pero tampoco están defendiendo un régimen que respete los Derechos Humanos. En el gris se sitúan, y es en ese gris donde se están desarrollando y están creciendo estos partidos políticos.

Decía Monedero que las palabras formatean el mundo y las mentes; que la primera victoria es la de las palabras antes que la electoral y esto es lo que realmente nos puede preocupar: La vieja etiqueta de fascismo, que da mucho miedo y causa repulsión; ya no se consigue vincular a los nuevos partidos fascistas como el Front National, Vox o el Vlaams Belang. Hay un espacio entre el partido Tory de David Cameron o la CDU de Angela Merkel y La Falange para el que no tenemos ni etiqueta ni un discurso que haga que nos dé miedo.

Paralelamente, mientras esto sucede y no sin relación con lo primero; la izquierda se ve envuelta en un debate eterno sobre qué es y qué no es de izquierdas. ¿Es el PSOE de izquierdas? ¿El de Javier Fernández no y el de Pedro Sánchez sí? ¿Dónde ponemos el límite? Podríamos decir, por simplificar las cosas, que en la izquierda hay un cierto “principio de solidaridad”; mientras que en la derecha hay un cierto “principio de egoísmo”. Haciendo esto podríamos clasificar tranquilamente a la socialdemocracia y al comunismo como izquierda y al liberalismo, neoliberalismo y conservadurismo como derecha.

Hasta aquí fácil. Pero, sin embargo, acabamos chocando con el fascismo de nuevo: Hay en él un cierto principio de solidaridad, el corporativismo. Un cierto principio de solidaridad entre élites (económicas, raciales, lingüísticas…) y, al mismo tiempo, un cierto principio de egoísmo hacia las personas que no comparten las mismas características económicas, raciales o lingüísticas. Además, hay políticas que escapan totalmente de un eje que pueda ser cuantificable y estructurable en conceptos de solidaridad o egoísmo: El derecho a la eutanasia, el derecho al aborto, el derecho a ser tratados por la administración en nuestra propia lengua, el derecho a la libertad sexual, a la identidad de género… hay mil derechos que se consideran “de izquierdas”, pero no dejan de ser “liberales” (en un sentido clásico) que la izquierda ha integrado a su discurso.

La integración en la izquierda de estos principios que son liberales y que, stricto sensu, no promueven ni el egoísmo y el supremacismo de unos seres humanos sobre otros (no entran dentro del principio de egoísmo) ni, tampoco, promueven la ayuda a un grupo (no entran dentro del principio de solidaridad) sino que únicamente defienden una libertad civil; no sólo ha hecho que muchos olviden que la derecha puede ser liberal – de hecho fuera de España en países como Bélgica suele serlo – sino que ha hecho que recientemente afloren las críticas desde ciertos sectores de la izquierda hacia estas medidas de carácter puramente liberal y desde una defensa de esos principios de solidaridad que, según estos críticos, se han dejado de lado. Como si sólo existiese el “principio de solidaridad” y el “principio de libertad” no existiese o fuese ser cómplices del enemigo.

El cuñadismo y el problema de la subjetividad

Sea como fuere, lo que parece claro es que estamos siendo víctimas de un vocabulario construido para un mundo que ya no existe. Por eso, empiezan a surgir palabras como “cuñadismo” que no deja de representar, en parte, a la base ideológica y social sobre la que están construyendo en esa “zona gris” de la que hablábamos antes partidos como Vox y Ciudadanos (y ahora también, con Pablo Casado, el PP). Detrás del “cuñadismo” o más específicamente del “cuñado” se esconde un estereotipo de votante a analizar de lo más interesante. A pesar de presentarse a los que participan de esta ideología como personas sin educación, soberbias y demás (vaya, a pesar de caricaturizarlos); no deja de ser una elaboración ideológica nueva en la que se dan elementos fascistas antiguos pero edulcorados y transformados en esta ideología. De aquí beben Trump y la Alt-Right, de aquí beben Vox y Ciudadanos y, en menor medida, el PP.

El problema al que nos enfrentamos a la hora de analizar el “cuñadismo” (y cualquier otro grupo social que aún no tiene etiqueta); es que nos encontramos con un choque muy fuerte entre la realidad y la subjetividad. Es decir, si pasamos una encuesta del CIS a un cuñado que “no es de izquierdas ni de derechas” pero que cree que “hay demasiados emigrantes” y que “en España hay que hablar en español” y que “Puigdemont es un golpista” y que “los de Podemos quieren hacer que esto sea Venezuela”; probablemente encontremos que al preguntarle dónde se ubica en un eje de izquierda a derecha donde el 1 es la izquierda y el 10 la derecha responda que en el 5; que él no es de izquierdas ni de derechas.

Esto explica cómo Ciudadanos puede permitirse al mismo tiempo tener unas políticas que sólo pueden calificarse como “de derechas” a todas luces y, al mismo tiempo, haber presentado sus mejores resultados entre las personas que se autodefinen como “de centro” o que se dan “un 5” en ese eje. Lo que estamos viendo aquí es que estas definiciones subjetivas no son operativas porque si el centro es el cuñadismo… ¿Qué es la extrema derecha? ¿Qué es la extrema izquierda? ¿Dónde queda todo lo demás? Al mapa no sólo le faltan etiquetas y códigos, le faltan también dimensiones pero no hace más que certificar una cosa: las definiciones izquierda y derecha están muertas (pista: las definiciones arriba y abajo también) y ya no son operativas.

Las ciencias sociales (y los gabinetes de análisis) están siendo desbordados hoy en día por una realidad que no se ajusta a la nomenclatura que se ha ido utilizando hasta ahora y que está haciendo que instrumentos antaño muy poderosos como los barómetros del CIS queden actualmente muy superados e inutilizados. Para diseñar una campaña electoral exitosa o para conseguir conectar con un electorado, es necesario bajar a otros indicadores más terrenales y prácticos donde lo ideológico no esté presente. No estoy diciendo con esto que el principal problema que tiene nuestra sociedad actual sea recuperar un código común para nombras las cosas y crear categorías que se adecuen a la realidad actual. Sin embargo, sí que creo que es fundamental hacerlo, porque si la realidad es representativa, entonces estamos teniendo un problema muy grande para representarla en nuestras cabezas, en nuestros discursos y, en última instancia, en nuestras papeletas de voto. Tenemos un mundo nuevo que nos rodea, pero seguimos pensando en un mundo viejo que, para bien o para mal, ya no existe.

 

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